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Bernie Sanders magnetiza a los jóvenes: ¿Por qué?

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Es la pregunta que muchos se hacen dentro y fuera de Estados Unidos, además de por qué Sanders se sigue anotando triunfos importantes.

Veterano senador de 74 años, de voz ronca y retórica encendida, Sanders, quien se define asimismo como “socialista democrático”, que convoca a una “revolución política” y quien afirma que la desigualdad es el gran tema moral, económico y político del presente, ha dado más batalla de la esperada a una Hillary Clinton que ya vio hace ocho años derrumbadas sus aspiraciones por alcanzar la nominación de su partido a la candidatura presidencial.

Mientras Hillary cabalga de nuevo hacia la Casa Blanca, supongo que añorando las mieles que proporciona el poder, aunque enfrentando ciertas amarguras, resulta que Sanders, quien hasta no hace mucho era un auténtico desconocido para la mayoría de los votantes estadounidenses, ha logrado derrotar a Clinton en varios estados. El martes, 8 de marzo, sorpresivamente lo hizo en Michigan en contra de lo que decían las encuestas, advirtiendo en sus discursos que sus victorias “envían un mensaje a Wall Street y a Washington”, en el sentido de que “el gobierno le pertenece a la gente y no sólo a los ricos”.

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El senador Sanders, quien lleva décadas involucrado en la lucha de los derechos civiles y que no improvisa de último momento para la ocasión sus ideas ni los contenidos esenciales de sus discursos de campaña, ha logrado que su mensaje llegue a la calle, particularmente entre los jóvenes, sobre quienes ejerce un poderoso magnetismo. Esto quedó más que claro en las primarias de Iowa donde obtuvo el 84% de los votos de los electores que no rebasan aún los 20 años, frente al 14% que logró Hillary Clinton.

¿Por qué esta respuesta entre los votantes más tiernos? Ellos mismos lo han dicho en diferentes sondeos de opinión. La figura del “viejo” les resulta atractiva porque les parece una persona “sincera”, a diferencia de lo que les transmite Clinton.

Además de esa percepción de sinceridad ante la figura de Sanders, está el factor revolucionario físico y sicológico propio de la edad de estos jóvenes, mismo que les permite conectar con el discurso de alguien que les habla de lo que por naturaleza llevan dentro: cambio y revolución interna.

“Revolución política”, pide reiteradamente Sanders para acabar con el control que los multimillonarios y las corporaciones ejercen sobre la sociedad estadounidense y sin duda al veterano legislador independiente le asiste la razón, y muchos jóvenes entre otros sectores de la población estadounidense así los están percibiendo.

Esos jóvenes que abarrotan entusiasmados los mítines de Sanders, se sienten estimulados por un discurso coherente sobre diferentes aspectos de la realidad que les toca directamente a ellos o a sus familias: educación superior gratuita, sanidad pública universal, vacaciones y licencias de maternidad pagadas, reforma migratoria y del sistema judicial, lucha contra el cambio climático, fin de las contribuciones de las grandes corporaciones a las campañas políticas o una mayor regulación de Wall Street y sus bancos, entre otros. En ese sentido, la conexión entre estos jóvenes y Sanders, bien pudiera explicarse con una de las frases célebres del escritor francés, Victor Hugo: “En los ojos del joven, arde la llama; en los del viejo, brilla la luz”.

Diferentes autores y articulistas estadounidenses proporcionan con agudeza y hasta proféticamente, no en el sentido de anticipar el futuro, sino en el de arrojar luz de advertencia sobre los abismos que la mayoría no logra ver, análisis sobre las causas de creciente desigualdad económica, sistemas escolares que se desmoronan, analfabetismo funcional, control corporativo de los grandes medios de comunicación, apatía, cinismo y como lo dice Morris Berman en su libro, “El crepúsculo de la cultura americana”, (estadounidense), hasta de lo que podría llamarse “muerte espiritual”.

La degradación de las disertaciones en los debates, los mensajes y los discursos en las primarias republicanas de manera muy particular, son síntoma inequívoco de decadencia en un país donde, como sugiere Robert Kaplan, se ha evolucionado hacia una “oligarquía corporativa que solamente lleva puesta la indumentaria de la democracia”. Decadencia que se muestra en una vitalidad aparentemente alegre y vigorosa de la sociedad, pero que en el fondo, dice Benjamin Barber en su libro “McWorld”, no “celebrar nada sustancial más allá de comprar y poseer cosas”.

A pesar de que: “socialista” y “revolución”, son palabras vistas en Estados Unidos como pecaminosas, propias del vocabulario del “imperio del mal” e incompatibles con su mitológica noción de “excepcionalismo americano”, (estadounidense), en el que sólo EE.UU. tiene derecho, por inspiración divina u obligación moral a “llevar civilización y democracia” al resto del mundo, mediante la violencia si es necesario, resulta que Bernie Sanders, aunque aparentemente, aún muy distante de poder reeditar el sorpresivo éxito de Barack Obama en 2008, ha logrado no solamente ganar varios estados y cautivar a no sé cuántos jóvenes que el “establishment” quisiera mantener despolitizados, sino introducir también en la arena de la discusión, temas tan envueltos de sigilo como el Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica, mejor conocido como TPP por sus siglas en inglés, al que Sanders se ha opuesto desde que empezó a filtrarse parte de su contenido, diciendo que con el TPP, “gana Wall Street”, y obligando a que su contrincante Hillary Clinton, aclarara su posición al respecto, lo que finalmente hizo, de manera ambigua diría yo, en octubre de 2015: “Lo que sé es que a partir de hoy no estoy a favor de lo que he podido saber sobre eso”, dijo Clinton sobre el TPP durante una entrevista para la cadena PBS.

Con su triunfo en Michigan, Sanders recorta ligeramente la distancia con Clinton. Justo en Michigan se encuentra la ciudad de Flint, donde se llevo a cabo un duro debate entre Clinton y Sanders, y donde en septiembre de 2014 le pidieron primero a sus habitantes que no tomaran el agua sin hervirla, para más tarde, durante el verano de 2015, anunciar que el agua que consumían en Flint era altamente tóxica, al grado de registrarse casos como el de la familia de Michael y Melissa Mays, cuyos hijos de 11, 12 y 17 años, como consecuencia del consumo del agua de su casa, registraron niveles peligrosos de plomo y cobre en la sangre, el cerebro, los huesos y en determinados órganos, causándoles convulsiones, pérdida de la visión, de la memoria, hipertensión, lesiones en la piel, la caída del cabello y cuadros crónicos de ansiedad y depresión.

Sanders había pedido desde hace meses la renuncia del gobernador de Michigan, el republicano Rick Snyder, por su pésima gestión en la tragedia de Flint. “Estamos esta noche en Flint, Michigan, porque está ocurriendo una horrible tragedia”, sentenció Sanders.

Clinton por su lado no había pedido antes lo mismo para el gobernador republicano de Michigan, sino hasta ese debate en el que dijo que “está lloviendo plomo en Flint”.

Tanto Clinton como Sanders dejaron abierta la puerta para presentar cargos criminales contra los responsables de esa tragedia si llegan a la Casa Blanca.

Contra todos los pronósticos, el senador por Vermont resultó ganador en una competencia muy reñida en la que temas como el “fracking”, que consiste en el uso de agua a presión mezclada con químicos para perforar el subsuelo donde se encuentra almacenado gas y petróleo, marcaron también la diferencia. Mientras la ex primera dama cito una serie de condiciones que debieran cumplirse para su realización durante su presidencia, Sanders no se anduvo por las ramas asegurando que no apoya el “fracking” en absoluto.

Sanders está llegando tan lejos y cautivando a muchos jóvenes, porque si bien es cierto que muchos estadounidenses están dormidos, víctimas de la tiranía de la estupidez inducida. Entusiasmados con la creación de chivos expiatorios y con la falsa salida de la retórica de odio y de racismo, existen también los que se dan cuenta de los peligros y los abismos que hay en el camino y de que no quieren seguir siendo víctimas de la ceguera.

Existen también quienes creen que “la esperanza es el sueño de los que están despiertos”. La esperanza de no ser condenados a la incapacidad de frenar la trayectoria hacia la vacuidad y el conformismo.

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