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Tensión, desamparo, temor, esperanza: cómo se vive en Cataluña la situación de conflicto por la independencia

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Sentados en una terraza en una plaza del centro de Barcelona, una pareja de jubilados daneses disfrutan de unos vasos de sangría y del sol que riega la capital catalana en estos días de tanta convulsión política.

“Estamos tan contentos de que todo esté normal ahora”, le dice Jytta Nielsen, de 70 años, a BBC Mundo. A su alrededor, la ciudad bulle como cualquier otro día, con el rugido de las omnipresentes motos, los turistas llenando las Ramblas y los barceloneses atareados con sus quehaceres diarios.

Nielsen habla en contraposición a lo sucedido el martes de esta semana, cuando miles de personas en toda Cataluña salieron a la calle para protestar contra la actuación policial durante el referéndum de independencia celebrado el domingo anterior y declarado ilegal por el Tribunal Constitucional.

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“Ese día decidimos no ir a algunos sitios por si había enfrentamientos”, asegura, aunque los paros se celebraron de forma pacífica en toda Cataluña.

En realidad, al menos en lo que refiere a la economía y la política, las cosas son poco “normales” estos días en esta región del noreste de España.

El Banco Sabadell, el quinto más grande de España y que tiene su sede en Cataluña, acaba de anunciar que se traslada fuera para preservar los intereses de los clientes ante la crisis política existente.

Uno de los principales diarios en esta comunidad autónoma, La Vanguardia, aparecía este jueves en los quioscos con un editorial en el que alertaba de la tensión existente, en la calle y en los despachos de los políticos.

“La caldera ha alcanzado una altísima temperatura y puede estallar en cualquier momento”, dice el editorial, que califica la declaración unilateral de independencia anunciada como inminente por el gobierno catalán como un “tremendo error”.

“¡No hay derecho!”

Aunque hasta ahora las movilizaciones han sido pacíficas y no se han registrado incidentes violentos entre la población, la actuación policial del pasado domingo ha dejado una huella emocional en muchos catalanes.

Las imágenes de la Policía Nacional y la Guardia Civil (una fuerza militar policial que depende de los Ministerios de Defensa e Interior), llegados en muchos casos desde otros puntos de España, desalojando por la fuerza los centros de votación corrieron como la pólvora por los grupos de WhatsApp y mucha gente, incluso los que no habían ido a votar, las pudo ver.

El resultado de 800 heridos, según las autoridades catalanas, se quedó grabado en la mente de muchos, mientras que el gobierno central aseguró que la actuación policial fue proporcionada.

“Dice el refrán que más vale una imagen que mil palabras”, ilustra Modesto Nolla, un barcelonés de 89 años que se declara “neutral” en el conflicto independentista.

“Cuando veo esas imágenes de señoras con la cabeza ensangrentada, me pregunto ¿por qué? ¡No hay derecho! Lo del domingo me recordó a la época franquista”, asegura en referencia a Francisco Franco, el gobernante de facto que mandó en España durante casi 40 años.

Los relatos de gente llorando en las escuelas que sirvieron de centros de votación o en sus casas, al verlo por televisión, han ido emergiendo en días pasados.

Para algunos de los que experimentaron la tensión en los colegios, en los que la policía utilizó en ocasiones pelotas de goma y porras, la vivencia ha generado un “trauma”, en palabras de Jordi Barris, psicólogo de la clínica Heia, situada en la ciudad de Girona.

“No diría que hay estrés postraumático, pero sí algunos síntomas que tienden a eso, como la falta de sueño, la rememoración de sucesos o el miedo. Lo he visto en mis amistades”, asegura.

Para Barris, el sentimiento predominante entre las personas que fueron a votar el domingo (unos 2,3 millones, cerca del 40% de la población con derecho a voto) es el de “ultraje”.

“El estereotipo del catalán es el del seny, el raciocinio, el ser más bien pactista”, dice. Sin embargo, “la sensación de imperialismo, colonialismo, ultraje y desafección lleva a que no hay cabida a esa idea de pactar y a que bueno, pues si no podemos convivir, nos vamos”.

“Radicalización de sentimientos”

Para Henry De Laguérie, periodista francés autor de Les Catalans (“Los catalanes”) se ha producido una “radicalización de los sentimientos y de las reacciones”, en especial desde el pasado 20 de septiembre, “cuando la maquinaria del Estado se puso en marcha de forma contundente contra el referéndum” y la policía detuvo a altos cargos del gobierno autónomo.

“Muchísima gente considera que se ha atacado a las instituciones y que en Cataluña hay unas fuerzas de ocupación. Y ya sé que aquí no tienen referencia histórica pero en Francia, sí. En Francia las fuerzas de ocupación son los nazis”.

Para el periodista, que vive en Barcelona desde hace ocho años, algunas expresiones que se han escuchado en las calles son preocupantes.

“No creo que todo el independentismo sea así, pero cientos de personas cantandoEls Segadors (el himno catalán) frente a una comisaría de los Mossos d’Esquadra(la policía catalana) con el puño alzado para dar las gracias; o gente que va a los hoteles en los que se aloja la Guardia Civil a gritar ‘¡fuera, fuera!’, o ‘no queremos ser una colonia’, son palabras mayores.”

“Me preocupa un poco porque creo que todo el mundo, independista o no, está en un momento de exaltación”.

Situación incómoda

Hay personas (no se sabe cuántas) que, sin embargo, no se identifican con las dos posturas en su versión más polarizada: ni con el gobierno catalán que busca con afán la independencia ni con los que se niegan a que haya cualquier tipo de votación.

Lo cual les puede poner en una situación incómoda que les causa no pocos malos tragos y momentos desagradables.

Es el caso de Natalia Bravo, una chica de 32 años que trabaja en comunicación para un portal inmobiliario y que no es independentista.

“El respeto parece que solo existe si estás callado. O eres independentista o parece que estás con Mariano Rajoy (el presidente del gobierno español)”, le dice a BBC Mundo.

Bravo explica que, por primera vez en muchos años, el pasado viernes vivió un momento de tensión durante una cena con la familia de su novio.

“Mi pareja y mis suegros son independentistas. Con su familia me llevo súper bien, pero el viernes pasado hubo tensión al hablar del tema. Me dieron ganas de llorar. ¿Por qué tengo que estar tensa con mi familia política? ¿Cómo puede ser que esto nos esté afectando?”.

Para Bravo, el tema es omnipresente, tanto en ámbitos laborales como familiares. “Desde el 6 de septiembre, cuando se aprobó la Ley del Referéndum, se ha vuelto el único tema”, asegura.

Y ella se ha ido sintiendo cada vez más incómoda y desamparada. “Un amigo incluso me dijo: no es que no respete tu opinión, es que estás diciendo mentiras”.

“Estoy estigmatizada porque parece que no apoyo lo que está pasando y no tengo sensibilidad”.

Barris dice que también ha tratado a personas con ansiedad porque se sienten “entre la espada y la pared”.

“No defienden ninguno de los dos discursos polarizados. En un momento de conflictividad importante, te polariza. Te lleva a extremar posiciones, con lo cual el espacio intermedio no queda”, asegura Barris.

“Yo les digo que reivindiquen su espacio de naturalidad, que no te dé la gana de tomar posición”.

Peleas y enfados

Pero ¿hay una división creciente en Cataluña?

De Laguérie opina que sí, pero es un fenómeno poco visible. “Es evidente que no hay violencia, nadie se pega en la calle. Pero hay algo más insidioso: gente que se pelea en WhatsApp y deja los grupos, cenas y fiestas que acaban mal y de las que gente se va enfadada, cosas que hieren las sensibilidades y que antes no pasaban”.

Para algunos sectores, sin embargo, agrietar el clima general de convivencia en Cataluña es una estrategia del Estado español.

“Lo que buscan es consolidar un grueso suficiente de la población catalana que sea altamente hostil al Proceso (así se denomina el camino hacia la independencia), de forma que se rompa el relato pacífico e integrador que preside las movilizaciones soberanistas”, asegura en una pieza de opinión publicada este miércoles David Miró, subdirector del diario en catalán Ara.

Según él, los medios de comunicación están jugando un papel activo generando una percepción de fractura mediante el “conocido sistema de elevar casos anecdóticos a categoría”.

Este mismo jueves, medios locales publicaron que 200 alumnos de un centro de secundaria de la provincia de Barcelona se concentraron a las puertas del instituto para pedir respeto hacia sus compañeros que son hijos de Guardias Civiles y que se quejaron por el trato recibido por parte de algunos profesores, que les habrían recriminado la participación de este cuerpo en las entradas policiales durante el referéndum del 1 de octubre.

Las llamadas a una mediación internacional entre los dos gobiernos se intensificaron en los últimos días: desde el presidente catalán, Carles Puigdemont, a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau o al líder del partido español de izquierdas Podemos, Pablo Iglesias.

Carles Comas tiene 25 años y dice que ha sido independentista toda su vida. Confiesa que se siente “decepcionado por el comportamiento de algunos y orgulloso por el de otros”.

La decepción es con respecto a la Policía Nacional, la Guardia Civil y el gobierno español, y el orgullo es por las personas que, el domingo, pasaron como él todo el día en los colegios para defender que se pudiera votar.

Comas no cree que haya crispación entre amigos, pero dice que ha sentido alguna vez miradas de rechazo por parte de personas que pasaban por la calle cuando, como cada día a las 10 de la noche desde las últimas semanas, sale al balcón para participar en las caceroladas a favor del referéndum o en contra de la intervención policial.

Se declara a favor de una declaración unilateral de independencia. Aunque reconoce que sería hacerlo “a la brava”, cree que hay momentos en la vida en que “o te arriesgas, o no sabes que va a pasar”.

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