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La brasileña que secuestró un avión para llegar a Cuba y salvar a sus hijos de la dictadura de su país

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Con sólo 22 años, la brasileña Marília Guimarães tomó una decisión arriesgada el día de Año Nuevo de 1970: ir a Montevideo para participar junto a sus dos hijos en el secuestro de un avión lleno de pasajeros.

Su objetivo era desviar la aeronave hacia Cuba.

Allí pediría asilo al gobierno de Fidel Castro para escapar así del régimen militar que se había impuesto en Brasil en 1964 a través de un sangriento golpe de Estado que derrocó al primer presidente de izquierdas de ese país, João Goulart.

Marcelo y Eduardo, sus pequeños, apenas tenían 2 y 3 años y creían que estaban en un viaje para visitar a unos amigos y a su padre.

La realidad era que este último estaba en la cárcel y que Marília no tenía planeado volver a corto plazo.

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Pero, ¿cómo acabó esta joven involucrada en un incidente que dio la vuelta al mundo?

Una época convulsionada

El golpe de 1964 inició dos décadas de una dura represión militar.

Pero algunos brasileños empezaron a organizarse para defenderse.

“Llegamos a la conclusión de que la única manera de acabar con la dictadura era a través de la lucha armada”, explicó Marília a la BBC.

“Hay que recordar que en esa época todo el mundo estaba convulsionado. París, Londres, América Latina, Africa... Eran tiempos de liberación”.

Marília era una adolescente cuando los militares se hicieron con el poder con la ayuda de Estados Unidos.

Pero había sido una ferviente seguidora de Goulart, así que poco después de su caída se unió a un pequeño grupo de resistencia armada decidido a expulsar a los militares del gobierno.

Se llamaba la Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR).

“Al principio, me involucré en la logística. Por ejemplo, si iba a haber un asalto a un banco o si necesitábamos robar un auto para alguna acción, un camarada y yo hacíamos la misión de reconocimiento, calculábamos cuánto tomaría llegar hasta allí y volver”, recordó.

A finales de los 60, Marília vivía en Río de Janeiro con su marido, uno de los líderes del grupo guerrillero.

Marília repartía el tiempo entre el cuidado de los niños y su trabajo en la escuela local, que en realidad cumplía una doble función.

“La escuela era un lugar donde los camaradas se encontraban e imprimían libros y panfletos, ya que servía de tapadera”.

“Siempre habían muchos padres y estudiantes yendo y viniendo, así que no levantaba sospechas. Era complicado, pero cuando eres joven tienes mucha energía para soportarlo”.

Detenida e interrogada

A inicios de 1969, la policía arrestó a uno de sus camaradas y se incautó de una pequeña impresora que el grupo usaba.

Los agentes siguieron un rastro que los llevó a Marília, que fue detenida para ser interrogada.

Tras tres días de interrogación, la policía aún no había podido vincularla a las guerrillas, así que la dejó en libertad... Pero ya no era una desconocida para las autoridades.

Para entonces, su esposo había sido arrestado y ella y sus hijos tuvieron que huir.

Pero no se atrevían a usar sus propios pasaportes para salir del país por aire, por lo que cruzaron la frontera con Uruguay.

El plan era llegar hasta el aeropuerto de Montevideo, la capital, donde se encontraría a otros cinco secuestradores.

Uno de ellos era el primer marido de Dilma Roussef, que se convertiría más adelante en la primera mujer en ser investida presidenta de Brasil.

Aquel 31 de diciembre, el aeropuerto de la capital uruguaya estaba repleto de viajeros de Año Nuevo.

“Eduardo sólo tenía 2 años y Marcelo, 3. Eran muy pequeños y estaban corriendo por la terminal, así que uno de los vigilantes tuvo que ayudarme a cuidarlos”, recordó Marília.

El guardia se hizo cargo de los niños mientras la madre ordenaba el equipaje.

“Era muy gracioso porque los niños no dejaban de corretear”.

Hasta que por fin llegó la hora de abordar.

“Me senté con los niños y los otros camaradas se aceraron a nuestros asientos y les di las armas”.

“Las llevaba debajo de mi vestido, amarradas fuertemente a mi cintura con una correa. Yo era muy delgada y en esos días se usaban vestidos muy sueltos”, explicó.

Los pequeños estaban encantados de estar en un avión.

Una vez en el aire, los secuestradores se hicieron con la nave y le dijeron a la tripulación y a los 60 pasajeros que el nuevo destino era Cuba.

“Los pasajeros se pusieron muy nerviosos al principio porque no sabían qué iba a suceder”.

“Pero uno de los camaradas cogió el interfono y les dijo que nos dirigiríamos a Cuba para poner a salvo a Marcelo y Eduardo y que lo hacíamos para denunciar la tortura del dictador”.

“Les dijimos que mantuvieran la calma y que nadie saldría herido siempre que se portaran bien”.

Marília comentó que una mujer de São Paulo se puso muy “agresiva” con ella: “Me insultó y me dijo que cómo podía exponer a mis hijos a un peligro así”.

Una travesía complicada

Pese a haberse hecho con el control de la aeronave, los guerrilleros no podían obligar al piloto a poner rumbo a Cuba de inmediato.

El avión secuestrado era pequeño y no podía cargar el combustible necesario para cruzar Sudamérica y el Caribe hasta La Habana.

El piloto les explicó que tenía que aterrizar cada dos horas para rellenar el depósito.

La primera parada fue Buenos Aires. Las noticias del secuestro ya protagonizaba titulares internacionales y, pese a la reticencia de las autoridades argentinas, la aeronave recibió el permiso de tocar tierra para recargar combustible y volver a despegar.

En Chile no tuvieron muchos problemas, ya que entonces gobernaba Salvador Allende, que tenía una opinión más favorable de las guerrillas brasileñas.

Pero la siguiente parada, Perú, fue más complicada.

“Esa mañana, el aeropuerto de Lima estaba lleno de periodistas y de gente que se había acercado a ver la aeronave. Las autoridades decidieron cerrar las instalaciones y dispersarlos”.

“Los mirábamos desde las ventanas. El presidente peruano envió a su ministro de relaciones exteriores para que intentara convencerme de que bajara junto a mis niños. Me ofrecieron asilo político”, recordó Marília.

“El piloto bajó a la pista para hablar con él y volvió diciendo que me darían lo que quisiera con tal de que saliera. Y dije que no: ‘No me voy a mover. No voy a dejar atrás a mis camaradas”.

“Lo que querían era sacarme a mí y a mis hijos para poder luego intervenir el avión”.

“Cuando el gobierno peruano vio que no aceptaría su oferta, el ejército trajo sus tanques y rodeó la aeronave. La situación se puso muy tensa”.

Tras un prolongado punto muerto, el avión fue autorizado a despegar y partió rumbo a Panamá.

El secuestro se estaba volviendo un dolor de cabeza político para los países latinoamericanos vecinos.

No simpatizaban con la causa de los secuestradores pero, al mismo tiempo, no querían asumir la responsabilidad de realizar un asalto potencialmente desastroso.

Mientras se abastecían en Panamá, el capitán bajó a hablar con las autoridades, que le ofrecieron un arma para que la llevara a bordo a escondidas y la utilizara para matar a algunos secuestradores, algo a lo que él se negó.

Pese a que tenían problemas con un motor defectuoso, la nave volvió a despegar, esta vez, hacia Cuba.

Cuatro días de viaje

“La tripulación tenía comida y bebida que la aerolínea había enviado para ellos y los pasajeros. Pero no comimos ni bebimos porque nos preocupaba que hubieran metido algo dentro para drogarnos”.

“Yo había traído latas de leche seca para los niños porque sabía que habría escasez en Cuba, así que tenía muchas. Y agua embotellada, también”.

Marília les cantaba, jugaba con ellos y les contaba historias para mantenerlos entretenidos.

“A veces los dejábamos correr por el pasillo para que se cansaran”.

Cuatro días después, el 4 de enero de 1970, por fin llegaron a La Habana.

Los cubanos no sabían cómo reaccionar e intentaron persuadir a Marília y el resto de guerrilleros para que fueran a México. Aunque posteriormente les dejaron quedarse.

Marília se estableció en la capital, donde los niños fueron al colegio. Su marido, el comandante guerrillero, se reunió allí con ellos después.

No fue hasta noviembre de 1990 que pudieron regresar a Brasil, después de que se restaurara allí la democracia.

“Las cosas son diferentes hoy en día. En aquel entonces, no teníamos más opciones. Y si estuviera en esa misma situación en la actualidad, con mis hijos, sí, volvería a hacerlo”, recordó Marília, que a sus 70 años ahora vive en Brasil.

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