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Los chicos transgénero no pueden esperar que los adultos se tomen su tiempo para aceptarlos

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Al editor: Hace unos años, mi hijo, quien alguna vez fue un chico vivaz, comenzó a retirarse de sus actividades extracurriculares. Sus calificaciones comenzaron a descender en picada, y sus faltas de asistencia se fueron acumulando. Hubo diagnósticos de depresión y ansiedad; los pensamientos suicidas se convirtieron en parte de su vida [ver “La división sobre LGBT crece cuando 11 estados demandan al gobierno federal sobre las reglas de uso de los cuartos de baño” , artículo del 25 de mayo pasado].

La continua supresión del verdadero género de mi hijo había alcanzado un precipicio, y a su miedo a “salir del clóset” se añadió su preocupación de que yo fuera a echarlo y abandonarlo.

Un amigo muy cercano me dijo que necesitamos educar individualmente a la gente sobre cuestiones transgénero. Francamente, como madre de un chico transgénero, no puedo esperar a que la sociedad se ponga al día. Esto no es trata de que nuestros hijos estén pasando por una fase de experimentación.

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A pesar de que mi crítico interno regularmente se queja de ciertas partes de mi aspecto físico, mi cerebro ni una sola vez me ha dicho que mi cuerpo no coincide con mi género. No puedo siquiera imaginar lo que haría si mi cerebro constantemente me dijera que mis partes no se alinean con mi género.

Regreso al asunto de los baños. Si un delito es cometido en el baño de mujeres, el autor es un hombre cisgender (no transgénero). Si ocurre un incidente en el vestidor de las chicas, se trata de un muchacho cisgender que intenta dar una mirada furtiva a las chicas. Una persona transgénero está en el baño para ir al baño. Eso es todo. No son malandrines; son auténticos, considerados y, sin duda, valientes. Y por eso merecen ser tratados con respeto, igual que todos los demás.

Carolyn Rosenberg, Huntington Beach.

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