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Fallas de la Fundación Gates demuestran que los filántropos no pueden fijar la agenda de la educación pública

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Disimulado en una carta de la Fundación Bill y Melinda Gates, la semana pasada, y a la par de las líneas con alabanzas acerca de las iniciativas de la fundación en su lucha contra el tabaquismo, las enfermedades tropicales y otros logros, había un apartado con temas de educación. Su tono, sin lugar a dudas, era bochornoso.

“Nos enfrentamos con el hecho de que cambiar todo el sistema es una verdadera lucha”, escribió la directora ejecutiva de la fundación, Sue Desmond-Hellman. Y, unas líneas más adelante, se leía: “Es realmente muy difícil crear más escuelas públicas de calidad”.

La primera incursión significativa de la Fundación Gates en la reforma educativa, en 1999, giraba en torno a la convicción de Bill Gates de que el gran problema de las escuelas preparatorias era su tamaño. Los estudiantes estarían mejor en escuelas más pequeñas, de no más de 500 alumnos, creía Gates. La fundación financió la creación de escuelas más pequeñas, hasta que su propio estudio halló que el tamaño de la escuela no hace gran diferencia en el rendimiento de los estudiantes. Cuando la fundación abandonó el proyecto, los distritos escolares se quedaron con escuelas más pequeñas, pero más costosas de operar.

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Después de ello, la fundación puso su interés en mejorar la enseñanza, especialmente a través de evaluar y premiar la buena instrucción. Pero el esfuerzo no siempre fue exitoso. En 2009, la organización prometió un regalo de hasta $100 millones a las escuelas en el condado de Hillsborough, Florida, destinados a financiar bonos para los maestros con alto rendimiento, renovar las evaluaciones de los profesores y despedir a aquellos ubicados en el 5% del peor rendimiento. A cambio, el distrito escolar prometió dar la misma cantidad que la fundación. Pero, según los informes de Tampa Bay Times, la Fundación Gates cambió de parecer sobre el valor de los bonos y dejó de darlos cuando aún faltaban $20 millones. Los costos se dispararon más allá de las expectativas, las escuelas se quedaron con deudas demasiado grandes y los profesores menos experimentados terminaron en las escuelas de bajos ingresos de todas maneras. El programa, el sistema de evaluación y todo fue abandonado.

La Fundación Gates apoya firmemente las normas propuestas para los estándares básicos comunes (o Common Core), ayudando a financiar no sólo su desarrollo sino también el esfuerzo político para que fueran rápidamente adoptados y puesto en marcha por los estados. Aquí, según Desmond-Hellmann escribió en una carta de mayo pasado, la fundación también tropezó. La introducción del currículo común fue demasiado rápida y los intentos en muchos estados de responsabilizar de inmediato a las escuelas y profesores ante esta forma muy diferente de enseñanza llevó a una reacción de la opinión pública.

“Desafortunadamente, nuestra fundación subestimó el nivel de recursos y apoyo necesarios para que nuestros sistemas de educación pública estuvieran bien equipados para implementar los estándares”, escribió Desmond-Hellmann. “Perdimos una oportunidad temprana para comprometer suficientemente a los educadores, particularmente a los profesores, pero también a los padres y las comunidades, para que los beneficios de las normas pudieran tomar vuelo desde el principio. Esta ha sido para nosotros una lección difícil de absorber, pero la tomamos en serio. La misión de mejorar la educación en América es vasta y complicada, y la Fundación Gates no tiene todas las respuestas”, señaló.

Fue una notable admisión para una organización que frecuentemente había actuado como si tuviera todas las respuestas. Hoy en día, la Fundación Gates claramente está replanteando su estrategia de “rompe y rasga” en la educación, como debería. También deberían hacerlo los políticos y los legisladores, desde el nivel federal hasta el local, que han dado en años recientes demasiada importancia a los deseos educativos de Bill y Melinda Gates, y de otros filántropos y fundaciones bienintencionados, acerca de cómo deben funcionar las escuelas.

Eso no quiere decir que los reformadores ricos no tienen nada que ofrecer a las escuelas públicas; han financiado algunas excepcionales charter para estudiantes de bajos recursos, han ayudado a implementar cuidados de salud en las escuelas, han financiado programas de artes.

La Fundación Gates, según la carta de Desmond-Hellmann, está trabajando más en el abastecimiento de los materiales alineados a los estándares básicos comunes en las aulas, incluyendo contenidos digitales gratuitos que podrían reemplazar los costosos libros de texto, y un sitio web donde los profesores podrían revisar materiales educativos. Eso es genial; el apoyo financiero no es algo malo. Cuando los estándares estén bien aplicados, cosa que no es fácil, éstos deberían desarrollar mejores habilidades de lectura, escritura y del pensamiento.

El dinero de las fundaciones se ha utilizado a menudo para financiar programas experimentales y proyectos piloto que los distritos escolares no tienen el tiempo o los fondos adicionales para implementar. Estos programas pueden ser extremadamente informativos e incluso innovadores.

Pero la Fundación Gates ha gastado tanto dinero -más de $3,000 millones desde 1999- que llegó a tener una enfermiza cantidad de poder en el marco de la política educativa. Los exmiembros del personal de organización terminaron en altos puestos del Departamento de Educación de los Estados Unidos y, en el caso John Deasy, a la cabeza del Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles (LAUSD). La presión que la organización realizó para evaluar a los docentes condujo a un énfasis excesivo en contar los resultados de las pruebas de los estudiantes como una parte vital de la calificación de desempeño de los docentes, aunque el mismo Gates finalmente advirtió que no era bueno moverse precipitadamente en esa dirección. Ahora, varios de los estados que adoptaron rápidamente ese método para evaluar a sus profesores se están retractando.

Los filántropos generalmente no son expertos en educación, y aun si contratan a estudiosos y expertos, los funcionarios públicos no deberían permitirles establecer la agenda de las políticas de la educación pública de la nación. La experiencia con Gates nos enseña una vez más que las balas de plata educativas son escasas, y que algunas tendencias son bastante efímeras y viven solo un poco más que las flores de mayo.

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Traducción: Diana Cervantes.

Si desea leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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