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Despertarse y cruzar la frontera para ir a la escuela: la rutina diaria de muchos estudiantes mexicanos

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Despertarse y cruzar la frontera para ir a la escuela: la rutina diaria de muchos estudiantes mexicanos

El patio de Calexico Mission School está tranquilo, a excepción de una risita callejera aquí y allá. Los estudiantes de tercer grado se reúnen para la hora de lectura: las chicas tendidas bajo la sombra de un árbol, los varones bajo una centelleante bugambilia rosada.

Justo después de la cerca blanca de la escuela se asoma la valla de acero, de 16 pies de altura y oxidada, que separa esta ciudad de la popular urbe de Mexicali, México. La escuela se encuentra a unos 50 pies del vallado, más cerca que un lanzador de la liga principal a su home plate.

A través de la malla de acero, los niños pueden ver la siempre presente fila de automóviles en la Avenida Cristóbal Colón, esperando para cruzar el cruce de entrada a los EE.UU., y escuchar el parloteo de sus emisoras de radio en español.

Cuando un agente de la Patrulla Fronteriza pasa en bicicleta, ninguno de los alumnos -prácticamente todos niños mexicanos, que cruzan la frontera a diario- siquiera lo mira.

En la era de Donald Trump y su discurso de construir un “hermoso” muro impenetrable para combatir la inmigración indocumentada, la frontera se ha convertido en un endurecido frente de las guerras culturales estadounidenses.

Pero para muchas personas aquí, el vallado que separa ambos países no es ni un baluarte contra la invasión ni una señal de alto para las esperanzas de los inmigrantes. Se trata, en cambio, de una parte mundana del medio ambiente, que deben cruzar todos los días para vivir, trabajar y estudiar.

La línea que divide Caléxico, en California, y Mexicali, en México, ha sido durante generaciones más un marcador que una barrera.

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En cierto modo, Caléxico -una ciudad polvorienta y desértica, mayormente latina y con una población de 40,000 habitantes- es hoy un suburbio de Mexicali, que se ha convertido en una potencia industrial y tiene una población cercana a los 700,000 habitantes.

La gente tiene familiares a ambos lados. Caléxico recientemente construyó un centro comercial al lado de la valla fronteriza para captar compradores mexicanos; Mexicali, por su parte, ha atraído durante mucho tiempo a los calexicanos con su vida nocturna, restaurantes chinos y atención médica más barata.

Izquierda: Después de cruzar la frontera desde Mexicali, México, los estudiantes se dirigen a la escuela por una acera paralela a la valla fronteriza (derecha), en Caléxico, California. Derecha: Calexico Mission School vista desde México, enmarcada por una porción de la cerca que limita California y México.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)
The Calexico Mission School, as seen from Mexico, is framed by a portion of the fence that borders California and Mexico. More Photos
The Calexico Mission School, as seen from Mexico, is framed by a portion of the fence that borders California and Mexico. More Photos
(Genaro Molina / Los Angeles Times)
Izquierda: Después de cruzar la frontera desde Mexicali, México, los estudiantes se dirigen a la escuela por una acera paralela a la valla fronteriza (derecha), en Caléxico, California. Derecha: Calexico Mission School vista desde México, enmarcada por una porción de la cerca que limita California y México.

Es uno de los varios conjuntos de “ciudades gemelas” a lo largo del límite nacional -como San Diego y Tijuana, o El Paso y Juárez-, donde profundos lazos económicos, sociales, políticos y familiares desmienten la idea de que la frontera debe ser una fortaleza.

“Me encanta vivir en la frontera”, asegura Ailani Mares, de 11 años, estudiante de Calexico Mission proveniente de Mexicali. “En este momento puedo decir: ‘Mi mamá y mi papá están en México, y yo estoy en los Estados Unidos’. Es la mejor escuela del mundo”.

Más de ocho millones de vehículos privados y 4,5 millones de peatones cruzan a través de los dos puertos de entrada de las ciudades de California cada año, según Aduanas y Protección de Fronteras de los EE.UU. Funcionarios federales planean gastar $370 millones para expandir el Puerto de Entrada Oeste de Caléxico, construyendo nuevos carriles de peatones y vehículos para reducir las largas esperas.

“La frontera es algo que nos separa de cierta forma, pero no tanto”, afirma Yolanda Johnston, profesora de historia de preparatoria, quien enseña en Calexico Mission hace 44 años. “Sólo tenemos que cruzar la línea”.

En marzo pasado, la Junta de Supervisores del Condado de Imperial envió una carta a los miembros del Congreso donde indicaba que era mejor invertir el dinero de los contribuyentes para modernizar el envejecido puerto que para construir el muro propuesto por Trump.

“El puerto es realmente vital para esta área”, señala David Salazar, director de Aduanas y Protección Fronteriza de los puertos de entrada de Caléxico. “Las comunidades locales trabajan juntas para mantener vivo el negocio.", afirma

"Hay muy pocas personas que hacen las cosas mal; la mayoría de la gente es honesta y buena”, dijo

Caléxico -una llamada zona de fusión, donde los hogares y las tiendas están a solo un corto tramo de la frontera- fue un semillero para los cruces ilegales de fines de 1990 y comienzos de 2000, después de que una fuerte política de control en San Diego -llamada Operación Gatekeeper- desplazara los flujos inmigratorios al este, hacia el Valle Imperial.

La valla de acero fue construida en 1999 para sustituir un alambrado sencillo, y cientos de agentes de la Patrulla Fronteriza se incorporaron en años recientes. Los cruces sin autorización en el Valle Imperial se han desplomado desde entonces -de 238,126 personas en el año fiscal 2000 a 19,448 en el ciclo fiscal 2016, que finalizó el pasado 30 de septiembre-, informó Jonathan Pacheco, vocero de El Centro Sector, de la Patrulla Fronteriza.

Para la mayoría de los alumnos de Calexico Mission, quienes poseen visa de estudiante para cruzar la frontera, el día comienza en Mexicali. Se levantan temprano, aguardan en el tránsito junto con sus padres o en una furgoneta de transporte compartido, y son dejados en el puerto de entrada.

Caminan velozmente por las baldosas blancas y rosadas del túnel pedestre de la garita, atravesando farmacias, puestos de periódicos y mesas llenas de tamales y pan dulce, antes de unirse a la larga fila junto a un letrero que advierte que hay perros de seguridad en servicio. Desde allí, caminan un cuarto de milla a la escuela, en pleno calor del desierto, que puede alcanzar hasta 120 grados en verano.

After crossing the border from Mexico, Calexico Mission School students make their way to school in Calexico, Calif.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)
Arriba: Después de cruzar la frontera con México, estudiantes de Calexico Mission School se dirigen a la escuela en Caléxico, California. Abajo, izquierda: Estudiantes y adultos cruzan a Caléxico, California, desde México, temprano por la mañana. Abajo, derecha: Vendedores callejeros comercian sus productos en el lado mexicano de la frontera, en Mexicali.

Mariann Mendoza, una niña de 11 años de edad con ortodoncia plateada en sus dientes, cuenta que se levanta a las 5:15 de la mañana y que a veces vuelve a la cama después de haberse puesto su uniforme escolar para tener unos pocos minutos más de sueño. Su compañera de clase estadounidense, Yasmin Corral, también de 11 pero oriunda de Caléxico, se ríe y asegura que se siente culpable porque ella puede dormir hasta las 7:20 a.m.

La escuela fue construida hace 80 años por un grupo de Adventistas del Séptimo Día, quienes vieron la frontera como un campo misionero para hacer la obra de Dios. Su logotipo incluye ambas banderas, la estadounidense y la mexicana.

De los cerca de 300 estudiantes de esta escuela cristiana, cerca del 85% son ciudadanos mexicanos. Para muchos padres, el costo de la matrícula -entre $355 y $644 por mes, según los diferentes grados- es una digna inversión a cambio de una educación estadounidense y la posibilidad de asistir a una escuela de inmersión en inglés.

El director de primer año, Oscar Olivarría, fue uno de esos estudiantes que realizaron la caminata desde Mexicali.

Su esposa, Tanya -quien es de ascendencia rusa y aprendió español después de crecer en el este de Los Ángeles- enseña en sexto grado en la escuela. Sus hijos, Yakov y Vika, cuyos nombres y apellido reflejan las culturas rusa y mexicana de sus padres respectivamente, también son alumnos aquí.

Alrededor de un tercio de los estudiantes de la escuela tienen algún tipo de beca. Aunque muchos proceden de familias de clase alta y media, sus principales preocupaciones no se centran en la inmigración sino en la economía.

Sixth-grade students celebrate with Emilio Pena, 11, second from left, who was named class president at the Calexico Mission School in Calexico, Calif.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)
Arriba: Estudiantes de sexto grado celebran con Emilio Pena, de 11 años (segundo a la derecha), quien fue nombrado presidente de la clase en Calexico Mission School, en Caléxico, California. Abajo, izquierda: El director Oscar Olivarría (derecha) comparte un momento con estudiantes. Abajo, derecha: Los alumnos de Calexico Mission School Julianna Meza, de 12 años (derecha) y Giovanni Clark, también de 12 años, ambos en sexto grado, lanzan al aro al otro lado de la valla fronteriza en Caléxico, California.

“Tenemos una población que gana pesos y gasta dólares, y cuando se toma en cuenta ese tipo de cambio, de repente es muy difícil para estas familias enviar a sus hijos aquí”, resalta Olivarría, de 38 años de edad. “Obviamente, es una prioridad para ellos y por eso hacen el sacrificio”.

El peso, que fluctuó con las encuestas durante la campaña presidencial de los EE.UU., se desplomó después de la victoria de Trump, en noviembre pasado. Cuando las clases en Calexico Mission comenzaron, en agosto de 2016, el cambio era de 18 pesos por cada dólar. En enero de este año, el peso -recientemente recuperado- se había depreciado a cerca de 22 por dólar.

Las familias se preguntaban mes a mes si podrían mantener a sus hijos en la escuela, cuenta Olivarría.

“Nosotros no modificamos nuestras tarifas, pero es como si lo hubiéramos hecho”, afirma.

Los estudiantes pueden recitar el tipo de cambio, que parpadea en carteles electrónicos cuando regresan a Mexicali.

“Rezamos para que el dólar baje, y comenzó a bajar”, comenta Ailani Los estudiantes pueden recitar el tipo de cambio, que parpadea en carteles electrónicos cuando regresan a Mexicali. Mares, alumna de sexto grado. Su padre es médico y les va bien a nivel financiero, explica, pero fueron meses difíciles para su clase.

Alumnos de tercer grado leen bajo la sombra de un árbol y contra la cerca escolar, cercana a la valla fronteriza, en Caléxico, California (Genaro Molina / Los Angeles Times).
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

Justo antes de las elecciones de los EE.UU., la clase de sexto grado realizó su propia elección. Trump ganó.

Cada día, cuentan los estudiantes, aguardan en filas fronterizas cada vez más largas y pobladas por jóvenes de Mexicali que asisten, sin autorización, a escuelas públicas y gratuitas de Caléxico, y rezan en voz alta para que las líneas de gente se acorten.

Básicamente eso explica la victoria de Trump.

Sus experiencias son diferentes de las de los incalculables niños indocumentados en los EE.UU., quienes se preocupan de que ellos o sus padres puedan ser deportados. Pero muchos de estos estudiantes también se sintieron ansiosos ante la victoria de Trump.

Los alumnos de Tanya Olivarría -y muchos padres- temían que ante un triunfo del republicano ya no pudieran cruzar la frontera y debieran abandonar la escuela. Olivarría les recordó que sus visas eran una documentación autorizada y que no se las podrían quitar. Si hubiera un muro, les dijo, podrían cruzarlo con ese permiso.

“Les dije que Dios es quien controla todo, así gane Hillary o Trump”, relata la maestra.

En una reciente mañana de marzo, los estudiantes estaban menos preocupados por la política fronteriza que por la elección de las autoridades de sexto grado, impregnada por la constante influencia de la cultura pop estadounidense.

Emilio Peña, de Mexicali, postulado para el puesto de presidente de la clase, se presentó con un agradable traje negro. “Vote por Peñascare”, repetía como lema de campaña, inspirado en Obamacare.

Third-grade teacher Tina Oliver, center, background, joins students for morning prayer at the Calexico Mission School in Calexico, Calif.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)
Izquierda: La maestra de tercer grado Tina Oliver (centro) se une a los estudiantes en la plegaria matinal en Calexico Mission School. Derecha: Alumnos de Calexico Mission School, de pie junto a la cerca de la escuela durante un simulacro de incendio. Detrás, el vallado fronterizo..

Miguel Félix, un diminuto muchacho de Caléxico, también tenía su propio eslogan: “La gente de baja estatura también importa”. Declarado como nuevo vicepresidente, celebró la elección colocando etiquetas de estrellas doradas en todo su rostro.

Yolanda Johnston acababa de salir de la universidad cuando se unió a la escuela, en 1973. Por entonces, la gente parecía saltar siempre el débil alambrado fronterizo; se metían en su aula a sabiendas de que la Patrulla Fronteriza no los seguiría hasta allí. Los estudiantes no se inmutaban; le daban un libro a las personas para disimular y seguían adelante con su clase, sin decir una palabra.

Con tantos agentes de guardia a pocos pasos de la escuela -y de la gran valla- eso ya no sucede ahora, relató la maestra. Ocasionalmente, alguien escala el vallado con una escalera y corre por el patio de la escuela, pero ella siempre se siente segura.

Al final del día escolar, una estudiante que camina por el cruce hacia Mexicali se choca con una mujer mexicana y le pide disculpas en inglés. La señora se sorprende, y la adolescente se echa a reír mientras dice en español: “¡Se me salió!”.

Los estudiantes son dejados y recogidos en un área enmarcada por la cerca escolar, blanca, y el vallado oscuro de la frontera entre México y los EE.UU (Genaro Molina / Los Angeles Times
(Genaro Molina / Los Angeles Times)

Salvador Chacón, un joven estudiante de segundo año, espera a su madre en el lento círculo de tránsito de padres que cada día se forma en el cruce de entrada en Mexicali, cerca del Hotel del Norte.

Este es su primer año en Calexico Mission, después de asistir a otra escuela en Mexicali. Sus tres hermanas mayores son universitarias y él sabe que sus padres, quienes nunca se graduaron de preparatoria, hacen un sacrificio por él.

“Mis padres no tienen educación”, cuenta. “Eso es algo que podría limitarlos en cuanto a nosotros, pero no. Lo han tomado como motivación para luchar en la vida”.

Una vez que comenzó a tener que esperar en fila cada día, el joven obtuvo un nuevo respeto por los granjeros y los trabajadores que también lo hacen.

Al día siguiente en el cruce de entrada, Brenda Gallardo se detiene en una Suburban plateada y sus tres hijos -Jorge Noriega, 17; Ana Noriega, 11, y Patricia Noriega, 9- se amontonan dentro del vehículo.

Gallardo es una doctora y tiene una clínica concurrida, que conecta con el hogar de la familia en Mexicali, a pocas cuadras al sur del vallado fronterizo. Ella y su padre, quien creció en la pobreza de la zona rural de Sinaloa, asistieron a la escuela de medicina al mismo tiempo, y el hombre también posee un consultorio junto al suyo.

Cuando el peso cayó abruptamente, Gallardo se horrorizó. Entre sus tres hijos, la caída significaba unos 5,000 pesos extra por mes para el pago de la escuela. Pero la doctora se aseguró de que trabajaría tanto como pudiera para que los niños siguieran estudiando allí.

“La educación es la única forma que tenemos de luchar contra la pobreza, la corrupción y las limitaciones de este país”, afirma. “Lo más sencillo para mí sería enviarlos a la escuela pública, a pocas cuadras de aquí. No pagaría todo ese dinero. Pero quiero algo mejor para ellos de lo que México puede ofrecerles por ahora”.

Arriba: Al final del día escolar, estudiantes de Calexico Mission School, con uniformes escolares, cruzan la frontera hacia Mexicali, México, donde viven. Abajo, izquierda: El alumno de último año Jorge Noriega, de 17 años de edad, regresa a casa en Mexicali, después de clases. Abajo, derecha: Después de la escuela, Jorge Noriega, alumno de Calexico Mission School, come algo mientras su madre, Brenda Gallardo, de 38, arregla el cabello de su hija en su hogar de Mexicali, México.
(Genaro Molina / Los Angeles Times)
Arriba: Al final del día escolar, estudiantes de Calexico Mission School, con uniformes escolares, cruzan la frontera hacia Mexicali, México, donde viven.Abajo, izquierda: El alumno de último año Jorge Noriega, de 17 años de edad, regresa a casa en Mexicali, después de clases. Abajo, derecha: Después de la escuela, Jorge Noriega, alumno de Calexico Mission School, come algo mientras su madre, Brenda Gallardo, de 38, arregla el cabello de su hija en su hogar de Mexicali, México..

Traducción: Valeria Agis

Si desea leer la nota en inglés, haga clic aquí.

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