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Denise Dresser: Un muro rosa contra Donald Trump

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Ríos de mujeres con sombreros de estambre rosa. Ríos de hombres acompañándolas, riendo, clamando, cantando.

Caudales de humanidad compartida en la Marcha de las Mujeres en Washington, cargando con la mitad del cielo y con pancartas reclamando derechos que se pensaban asegurados, ahora arriesgados por la Presidencia de Donald Trump.

Un hombre que asumió la Presidencia de Estados Unidos el viernes y ya el sábado las mujeres estaban reclamando lo que ha amenazado con quitarles: el derecho a decidir, la cobertura médica, los anticonceptivos y la dignidad.

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Desde Nebraska y Nueva York; desde Ohio y Oklahoma, africanoamericanas y musulmanas y latinas. Entendiendo, calurosa y colectivamente, que el Trumpismo no es “normal”.

Allí presentes desde la madrugada, arremolinadas por el frío pero también por la solidaridad.

De todas partes, desde Nebraska y Nueva York; desde Ohio y Oklahoma, africanoamericanas y musulmanas y latinas. Entendiendo, calurosa y colectivamente, que el Trumpismo no es “normal”.

Y estábamos allí, con gorros tejidos en todos los tonos imaginables de rosa, para resistir la “normalización” de una Presidencia que amenaza aquello por lo cual hemos peleado tanto. Nuestros cuerpos. Nuestras decisiones. Nuestras hijas y su destino.

Allí, la mía, con un letrero hecho a mano esa misma mañana, afanosamente, en el suelo del cuarto del hotel. Palabras escritas en un cartel color rosa mexicano, el último que habíamos logrado conseguir en una ciudad donde todo lo rosa había desaparecido de los anaqueles, comprado por las más de 500 mil personas que llegaron a Washington -otros dicen un millón-.

Palabras que se sumaron a tantas que vimos, mientras marchábamos por salvar conquistas que creíamos esculpidas en piedra, y ahora con Trump son arena movediza.

Mi Julia, bella y boyante, rodeada de sus amigos universitarios y activistas de múltiples latitudes, que como tantas jóvenes viajó horas y horas para llegar aquí y clamar:

“Tendamos puentes en lugar de construir muros”. “Así se ve la democracia”. “Juntas ascendemos”. “El lugar de una mujer es la resistencia”. “Nos merecemos algo mejor”. “No seré silenciada”. “Las rebeliones se hacen de esperanza”. Y “We the People”, la frase con la que comienza la Constitución estadounidense.

Carteles multicolores, el vocabulario de la resistencia. El abecedario de lo que no podemos perder, con el arribo de un hombre que usa y abusa a las mujeres. Alzamos la voz, hora tras hora, en calles desbordadas donde ya no se podía caminar por la multitud que llegó, convocada a defender no sólo a su género; también a su país y su mundo.

Fue una marcha de mujeres, pero no para mujeres. El clamor trascendía el género para tocar lo que tanto preocupa pero Trump trivializa. El calentamiento global y sus efectos. El racismo y sus heridas. La xenofobia y sus odios. La polarización y sus secuelas.

Lo que vivimos la noche anterior, cuando Consuelo Sáizar y yo caminábamos por la calle, felices con nuestros recién adquiridos gorros rosas, y nos topamos con la élite adinerada, blanca, elegantemente vestida que asistía a las fiestas de inauguración de Trump, gritando: “He’ll make America Great Again”.

Bandos encontrados en la calle, visiones confrontadas en las esquinas. Ellos y nosotros. Ellas y nosotras. La hostilidad visible, los ánimos encendidos, y la Policía con los gases lacrimógenos que uno nunca hubiera esperado ver en Dupont Circle, donde no hubo más opción que empezar a correr.

Impensable hace apenas unos meses y, ahora, la enemistad carcome y confronta a Estados Unidos, nuevamente un lugar que Abraham Lincoln alguna vez llamó “una casa dividida”.

Y quienes marchamos no estábamos allí para ahondar las divisiones sino para llamar a remontarlas en nombre de palabras de peso, que el nuevo Presidente desprecia. Palabras como Respeto. Equidad. Libertad. Feminismo.

Y quizás Trump y los suyos no lo sepan pero estuvimos en las calles para recordárselas: quienes creemos en la libertad no vamos a descansar o callar. Ni en Washington ni en México.

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