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Moderatto y Kings of Chaos impusieron el rock en el Grand Prix de Long Beach

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Las carreras de autos poseen una potencia que, en el plano musical, va de la mano con el género del rock, por lo que tiene sentido que los actos que se presentan en el Toyota Grand Prix de Long Beach manejen esa corriente; y aunque no se trata de una regla inamovible, lo que pasó el último fin de semana en la edición 2017 de este concurrido evento demostró que la fórmula sigue siendo efectiva.

A pesar de haber convocado a audiencias completamente diferentes durante sus actuaciones del viernes y del sábado, Moderatto y Kings of Chaos apelaron a las guitarras eléctricas, al volumen descomunal y a las actitudes propias de este estilo para satisfacer a los miles y miles de asistentes que visitan cada año la fiesta deportiva efectuada al lado del mar.

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Moderatto, que intervino el primer día como parte de la actividad llamada ‘Tecate Fiesta’, es una banda de Ciudad de México que muchos tomaron inicialmente como una simple broma debido a su obsesión por hacer ‘covers’ de conocidos temas de pop en español en versiones de ‘glam metal’ mientras lucía ropas y maquillaje típicos de artistas ochenteros como Mötley Crüe y Poison; pero ahora, con 16 años de carrera y ocho álbumes de estudio a cuestas, el quinteto capitalino tiene un reconocimiento mucho más alto, un nivel instrumental que no decepciona y un repertorio en el que figuran también canciones propias.

Eso no quiere decir que haya dejado de lado los tributos constantes a la obra ajena, como lo probó un inicio instrumental en el que combinó piezas de distintas bandas famosas, desde Metallica hasta los White Stripes, pasando por Nirvana. Poco después, arremetió con una adaptación muy particular del “Amor prohibido” de Selena, seguida por la “Isabel” de Luis Miguel.

Pero le dejó también espacio a creaciones originales y, por supuesto, a sus peculiares arreglos, que le dan siempre un tono entretenido y distintivo a piezas como “Me gusta vivir de noche”, de Los Tucanes de Tijuana; “Lamento boliviano”, de los Enanitos Verdes; “Márchate ya”, de Miguel Bosé; “Muriendo lento”, de Timbiriche; y “Suéltate el pelo”, de los Hombres G.

A estas alturas del partido, Moderatto sigue siendo un plato difícil de digerir para los rockeros de hueso colorado a los que la propuesta citada les puede parecer irrespetuosa e ilegítima, pero lo cierto es que el set del Grand Prix tuvo un sonido extremadamente poderoso, hasta el punto de despertar un entusiasta ‘mosh’ masivo cerca del final, como si se tratara de un acto de punk o de metal ‘de a de veras’.

A fin de cuentas, cualquier persona que haya estado en contacto con la música popular latinoamericana y que posea cierta apertura mental debería poder disfrutar de una presentación como esta sin darle muchas vueltas al asunto, porque estos señores son capaces de ofrecer shows profesionales y completamente divertidos.

Estamos ante un grupo en el que la política no juega papel alguno, pero el vocalista, guitarrista y tecladista Bryan Amadeus (cuyo verdadero nombre es Jay de la Cueva y que es un músico sumamente experimentado, como lo deja saber su paso por Fobia, Titán y Molotov) tuvo el tino suficiente como para aludir a la situación de inseguridad en la que se encuentran los inmigrantes latinos en los Estados Unidos al lanzar una proclama a favor de “la tolerancia y del amor para que podamos vivir en un mejor mundo”. Además, sus solos de guitarra fueron siempre excelentes, como lo fue también el del baterista Elohim Corona, quien terminó tocando los tambores con sus codos.

El turno de los ‘anglos’

Por ese lado, es razonable decir que lo que pasó durante la noche siguiente alrededor del mismo escenario encontró a un público mucho menos movido, aunque eso se debió a una razón muy clara: era probablemente tres veces más grande que el de Moderatto, hasta el punto de que resultaba complicado intentar cualquier clase de baile. Esto tuvo sin duda que ver con que la presentación se dio durante un sábado, pero respondía también a la calidad y a la reputación de los músicos presentes en la tarima.

El nombre Kings of Chaos podrá no decir nada hasta que se sabe que es un supergrupo con una alineación rotativa que podría ser considerado también de ‘covers’ si es que no se dedicara a tocar canciones de bandas a las que pertenecen o pertenecieron sus integrantes. En el caso del concierto ‘Rock-N-Roar’ -que es como se llama habitualmente el segundo del Grand Prix-, los participantes fueron Billy Idol, Billy Gibbons (ZZ Top), Chester Bennington (Linkin Park, Stone Temple Pilots), Robert y Dean DeLeo (Stone Temple Pilots), Billy Duffy (The Cult) y Matt Sorum (Guns N’ Roses, The Cult), quien, además de ser un estupendo baterista, es oriundo de Long Beach.

Con celebridades de tanto peso frente a nosotros, no podíamos esperar otra cosa que un generoso desfile de éxitos rockeros; y eso fue justamente lo que pasó desde el inicio mismo, cuando Bennington entonó “Sex Type Thing” de Stone Temple Pilots y “Fire Woman” de The Cult, para cederle luego el puesto a Gibbons, quien arremetió con “Sharp Dressed Man” y “La Grange” de ZZ Top.

Inmediatamente después, el micrófono principal quedó en manos de Idol, quien a pesar de tener 61 años, sigue luciendo como en sus mejores tiempos, y que provocó toda clase de nostalgias con sus ‘hits’ ochenteros “White Wedding” y “Dancing With Myself”. A continuación, los cantantes invitados fueron alternándose para seguir en la misma senda, aunque el más estable de todos fue Bennington, quien, curiosamente, no interpretó nada de Linkin Park (lo que no nos molestó, porque no somos precisamente fans de esa agrupación, aunque reconocemos que él mismo canta muy bien).

Tras un regreso de Gibbons que nos permitió disfrutar aún más de su talento para tocar la guitarra y de apreciar de cerca de un artista legendario que se distingue por su larguísima barba, Idol se adueñó nuevamente de las tablas para encabezar una versión de la “L.A. Woman” de The Doors que sirvió para el lucimiento de todos los instrumentistas, a manera de ‘jammin’”; y el cierre llegó con su memorable “Rebel Yell”, que despertó las mejores reacciones pero dejó a la gente con ganas de más, en vista de que la noche era extremadamente joven y de que nadie podía creer todavía que había sido testigo de una reunión semejante.

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