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La Tocada fue completamente fiel al rock, aunque no tocó todas las notas correctas

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Al ver el cartel de la edición 2017 del festival La Tocada, se podía pensar que se trataba de la reafirmación de un evento dedicado a las “vacas sagradas” del género rockero hispanoamericano, sin lugar para propuestas recientes y demasiado aventuradas.

Y es que el mismo programa contaba con la participación de El Tri, Maldita Vecindad, Molotov, Mägo de Oz, Panteón Rococó y Ángeles del Infierno, es decir, bandas de larga trayectoria (la más joven es Panteón, formada en 1995) que en más de un caso dependen de éxitos del pasado y que en situaciones igualmente puntuales no han grabado material nuevo en varios años.

Esto provocó en las redes sociales comentarios relacionados a la falta de diversidad del evento, sobre todo cuando se lo comparaba con el Tropicália Fest de hace dos semanas, que combinó muchos estilos contrastados en el estacionamiento del Queen Mary de Long Beach y que, según estos mismos usuarios, marcó la pauta de lo que deberían ser desde ahora esta clase de actividades masivas.

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Pero lo cierto es que, en medio de su evidente eclecticismo, el Tropicália dejó soberanamente de lado estilos radicales como el punk y el metal, que sí fueron atendidos en mucho mayor medida por La Tocada del sábado pasado, aunque tampoco nos atreveríamos a decir que se trató de una estrategia destinada a marcar una línea específica con el paso del tiempo, debido a que, tan solo en el 2016, el mismo concierto se inclinó justamente hacia un reparto de lo más diverso, lo que parece indicar que sus organizadores cambian de planes constantemente.

Sea como sea, con diversidad o sin ella, y como ha venido sucediendo de manera habitual, la edición más reciente de La Tocada fue sumamente exitosa, lo que prueba que existe en el Sur de California un público numeroso al que le gustan estas bandas y que no sufre demasiado para desembolsar una cantidad considerable de dinero para verlas (las entradas generales costaban $85). A estas alturas, invite a quien invite, el evento tiene aparentemente asegurada la venta de boletos.

Pero sus organizadores deberían dejar de dormirse en sus laureles. Fuera del trato que se le dio a los representantes de la prensa, quienes de manera inexplicable recibieron sus credenciales una hora después de empezado el concierto, los asistentes comunes y corrientes se enfrentaron a un cambio de locación bastante inconveniente, ya que si bien el área del Centro de Convenciones de Anaheim que se había elegido era de lo más amplia, no se trata de un auditorio con las condiciones acústicas necesarias para la música en vivo, lo que hizo que el sonido (que era muy bueno cerca del escenario) se volviera turbio y saturado en la parte trasera del lugar.

Otro hecho que no tuvo justificación es que Mägo de Oz, que debía cerrar el show, lo abriera en un horario en el que las puertas se estaban recién abriendo, haciendo con ello que nos perdiéramos su interesante fusión de metal y música celta. Alguien nos dijo adentro que se les había dado ese turno debido a que la noche anterior, durante la fecha de La Tocada en San José, dejaron de presentarse por completo porque el concierto se atrasó excesivamente; pero lo cierto es que ni los mismos músicos españoles han dado explicaciones sobre lo sucedido en su página oficial de Facebook.

Más allá de estos inconvenientes, que pudieron ser graves o menores dependiendo del artista al que se quería ver, las demás bandas tocaron sets completos y en condiciones más que razonables, aunque Ángeles del Infierno, que era nuestra apuesta favorita, ofreció una sesión demasiado corta para nuestro gusto, lo que podría haber tenido que ver con el mal estado en el que se encontraba la garganta de su vocalista Juan Gallardo, cuyo nivel de exigencia ha sido siempre muy alto.

De todos modos, fue emocionante para nosotros escuchar la potencia del ‘heavy’ a dos guitarras y recordar viejos tiempos de bonanza durante la interpretación de temas como “Al otro lado del silencio”, “Sombras en la oscuridad” y “Maldito sea tu nombre”, procedentes de las producciones ochenteras de un grupo que no graba en estudio desde el 2003.

Claro, lo que primó aquí fue la nostalgia, sobre todo durante el extenso acto final de El Tri, que tiene casi medio siglo de vida y que sigue lanzado discos inéditos, pero cuyo repertorio se basa mayormente en composiciones antiguas. Por ese lado, no faltaron “Perro negro y callejero”, “ADO”, “Triste canción de amor” y “Chavo de onda”, interpretadas todas con una profunda intención rocanrolera y bluesera y, por supuesto, coronadas por la inimitable voz del cantante y guitarrista Álex Lora, quien a sus 64 años de edad, sigue gritando como en sus mejores épocas.

En medio de su masiva popularidad y de lo bien que suena su música, Lora no es monedita de oro. De hecho, le caería muy bien cambiar de vez en cuando de chistes, sobre todo en lo que se refiere a uno sobre las mujeres que, tal y como van las cosas, resulta terriblemente sexista; y su aparente irreverencia política ha dejado de ser escandalosa, aunque llamó la atención el momento en el que sacó una máscara de Donald Trump para simular un acto de sexo oral con ella y burlarse de paso del cuestionado presidente.

Otro instante digno de ser destacado fue el que lo llevó a referirse a “los que ya se nos adelantaron” y a mencionar específicamente a Malcolm Young, el guitarrista de AC/DC recientemente fallecido, para pedir luego no el típico minuto de silencio, sino “un minuto de desmadre” en el que los músicos soltaron una ruidosa descarga eléctrica para secundar los solicitados gritos del público.

Por el lado guitarrero, se encontró también Molotov, el cuarteto capitalino de rap metal y fusión que sigue tocando de manera contundente y profesional, pero que no se salió del libreto y se comunicó escasamente con la audiencia al interpretar ”Gimme tha Power”, “Voto latino” y, por supuesto, “Puto”, una pieza que ha despertado cuestionamientos por parte de quienes la consideraban homofóbica y que según sus autores está dedicada a los políticos corruptos, aunque no cabe duda de que la danza salvaje que se armó frente a la tarima cuando era tocaba se encontraba cargada de testosterona.

Si se trata de calidad general, el mejor momento bajo nuestro concepto fue el de Maldita Vecindad, que con más de tres décadas de carrera a cuestas, brindó el show más energético de la noche, sobre todo en el caso del vocalista Roco, quien, a sus 52 años, no perdió nunca la entonación correcta pese a los brincos constantes que pegaba mientras cantaba temas como “Pata de perro”, “Solín”, “Un poco de sangre” y Pachuco”, entre muchos más.

El mismo Roco se dio además tiempo para dar mensajes de apoyo a los indígenas del mundo entero, de rechazo a los gobernantes abusivos y de solidaridad con los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Lo único que hay que lamentar en este caso es la falta de un álbum nuevo, porque la Maldita (que se separó entre el 2011 y el 2014) no ha grabado desde el 2009.

Musicalmente, la agrupación más cercana fue Panteón Rococó, que se inclina de manera incluso más fuerte hacia el ska y que, sin tener la sutileza de sus mayores, generó el ‘slam’ más intenso de la velada entera, hasta el punto de que sentimos el modo en que se sacudía el piso mientras se escuchaban piezas como “Hostilidades”, “La dosis perfecta” y “La carencia”.

Panteón tiene además al frente a Dr. Shenka, un vocalista que no es solo un experto en las complicadas áreas del ‘raggamuffin’, sino que se preocupa constantemente en dar discursos de tinte social y político, lo que tiene sentido cuando se considera que su grupo se fundó con motivo del primer levantamiento del EZLN en Chiapas.

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