Anuncio

Este Ozzfest especial le dio la bienvenida al 2019 con inesperada potencia

Share

No estamos seguros de que el presente calendario vaya a ser generoso con el rock, al menos el que se presenta ante audiencias masivas. De hecho, el Festival de Coachella, que es probablemente el evento más esperado del año en términos de esta clase -y que marcó tradicionalmente la pauta en lo que respecta a las propuestas más valiosas del género guitarrero-, acaba de anunciar un cartel absolutamente complaciente en el que no faltan ni el reggaetón ni la música regional mexicana.

Es por eso que resulta tan importante lo sucedido entre el 31 de diciembre del 2019 y el 1ro de enero del 2019 en el Forum de Inglewood, California, ya que a pesar de que se trataba de una fecha festiva en la que muchos se encontraban de viaje o con compromisos familiares, el enorme recinto se vio colmado de personas de distintas edades que estaban allí para celebrar a artistas con largas trayectorias y con una inclinación particular por los sonidos más fuertes.

No es un secreto para nadie que el Ozzfest, que viene haciéndose de manera irregular desde el 1996, dejó de tener hace varios años el aspecto más agresivo y propositivo de sus inicios para darle en cambio los horarios estelares a representantes comerciales o modernos de la escuela metalera. En ese sentido, la presentación especial de la que hablamos aquí no fue una excepción y, en realidad, acentuó esa característica, porque su primer escenario prescindió de las emblemáticas bandas de la vieja escuela que suelen actuar en otras ocasiones para colocar en cambio sobre una tarima externa a Zakk Sabbath, DevilDriver y Wednesday 13.

Anuncio

Lo que no sorprendió -era de hecho uno de los atractivos inevitables- fue que el acto de cierre le correspondiera a Ozzy Osbourne, quien practica de hecho un estilo que se ha vuelto muy ‘mainstream’ con el paso de los años pero que es a todas luces una leyenda del género y uno de sus mayores proveedores de éxitos, no solo en su carrera solista (que se inició en 1979) sino también durante su paso por la mítica agrupación Black Sabbath, a la que perteneció originalmente entre 1969 y 1979 y a la que regresó de manera intermitente a partir de 1997, para participar luego en una gira de despedida que concluyó en el 2017.

Fue especialmente grato ver a Osbourne en un set que se prolongó hasta la 1 de la mañana y que, por ello mismo, incluyó el festejo de la llegada del Año Nuevo; pero fue todavía mejor darse cuenta de que, a pesar de los problemas de salud que ha tenido recientemente (entre ellos una infección seria en una de sus manos) y del mal estado en que se encontraba su garganta durante los últimos tiempos (como lo probó su desempeño en la gira de despedida de Sabbath), el vocalista de 70 años no ha perdido realmente sus cualidades, porque esta vez cantó como no lo habíamos escuchado en mucho tiempo.

No hubo sorpresas en el repertorio, porque Osbourne no tiene un disco individual nuevo desde el 2010 y presenta siempre lo que se espera, es decir, una combinación de sus canciones en solitario anteriores a su etapa más reciente (como “Bark at the Moon”, “Mr. Crowley”, “No More Tears” y “Crazy Train”) y de clásicos de Sabbath (que esta vez se limitaron a “Fairies Wear Boots”, “War Pigs” y “Paranoid”).

Por el lado instrumental, el asunto estuvo también cubierto de manera más que razonable. No somos grandes fans del guitarrista Zakk Wylde, lo que nos impidió disfrutar del larguísimo momento en el que él mismo se paseó a lo largo y ancho del Forum para hacer un solo de guitarra interminable; pero sabemos que el hombre es y ha sido una pieza importante en la carrera de Osbourne, y fue grato escuchar la labor del baterista Tommy Clufetos, quien formó parte del tour final de Sabbath y que toca con un enorme nivel energía.

Horas antes, el espectáculo se abrió con el único acto realmente ‘underground’ de este Ozzfest, Body Count, una fiera banda liderada por el ‘rapero’ Ice-T que recurrió a los mensajes más contestatarios y explícitos de la velada (fue la única que atacó a Donald Trump y que cuestionó la violencia policial) y que, musicalmente, demostró también su fidelidad a las raíces con una potente mezcla de hardcore, metal y hip pop que se vio solamente perjudicada por una regulación imperfecta del sonido.

Ice-T, el vocalista que cumplió ya 60 años, se quejó con justicia de la falta de un ‘mosh pit’ en el lugar, porque la zona del piso se encontraba cubierta de asientos; pero eso no le impidió desgranar con gusto piezas como “No Lives Matter”, “There Goes the Neighborhood”, “Raining Blood” (su excelente ‘cover’ de Slayer) y “Cop Killer” (su pieza más polémica), secundado por el guitarrista original Ernie C.

Inmediatamente antes de Osbourne, el escenario contó con la presencia de Rob Zombie, que además de ser cantante es conocido por su papel como director de cintas de terror. De hecho, sus letras y su puesta en escena se basan en esa clase de elementos, aunque la música que las acompaña posee un aspecto bailable y muchas incursiones en la electrónica.

El acto de Zombie fue el más espectacular del día debido al uso de numerosas pantallas de video y a la participación de un robot gigante en cierto momento; y aunque el repertorio no dejó de lado piezas como “Superbeast”, “Livind Dead Girl”, “Dragula” y “Thunder Kiss ‘65” (perteneciente a su antigua banda White Zombie), nos llamó más la atención el segmento dedicado a los ‘covers’ de “Blitzkrieg Bop” (original de Ramones), “School’s Out” (de Alice Cooper) y “Helter Skelter” (de los Beatles, que fue interpretada al lado de Marilyn Manson y del ex Motley Crue Nikki Sixx).

El turno anterior fue justamente para Manson, un artista extravagante y de evidente inclinación teatral que ha perdido mucha vigencia en los últimos tiempos, pero que ofreció ahora un show de sonido impecable en el que su voz se escuchó claramente en medio de los arranques musicales de un estilo en el que se encuentran rastros de punk, de glam y de música industrial.

Para probar que puede ser muy ‘under’ cuando lo quiere, Manson -que prescindió de la extravagancia de vestuario que lo ha distinguido habitualmente para lucir un sobrio atuendo negro- incluyó en el set una interpretación de la contundente “Fight Song” (“no soy esclavo/ de un Dios/ que no existe”), aunque el resto del repertorio adoptó camino más predecibles bajo los acordes de “Rock Is Dead”, “The Dope Show”, “The Beautiful People” y “Sweet Dreams”, el infaltable ‘cover’ de Eurythmics.

Antes de él, se subió a la tarima Jonathan Davis, esta vez sin su conocida banda Korn, con el fin de dar a conocer el material que conforma su primer álbum como solista, “Black Labyrinth” (lanzado en mayo del 2018). Aunque no estuvo completamente libre de toques ‘metaleros’, el set asumió una tendencia mucho más apacible que todo lo que se aprecia en la discografía de Korn, respaldado por la intervención de un contrabajo acústico.

Anuncio