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Cincuenta años después, la sanación musical de Brian Wilson sigue vigente

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Debido a que tiene ya 74 años y a que se encuentra lejos de ser uno de esos artistas comerciales de moda que seducen a los adolescentes actuales, era de esperar que el concierto ofrecido ayer por Brian Wilson en Los Ángeles convocara solamente a una audiencia bastante mayor.

Pero no fue así, como lo probó el aspecto de un Hollywood Bowl que, además de lucir completamente lleno, mostraba una gran cantidad de rostros juveniles al lado de los de mayor edad, como justo reconocimiento a una reputación que ha convertido al antiguo líder de los Beach Boys en un auténtico icono de la música contemporánea, gracias a unas virtudes para la creación y la composición que resultaron determinantes en la configuración de la influyente escena rockera de los ’60.

Por otro lado, una buena parte del aura mítica de Wilson depende de sus conocidos coqueteos con sustancias psicotrópicas y sus posteriores desarreglos mentales, que estuvieron a punto de convertirlo en una figura trágica semejante al Syd Barrett de Pink Floyd y el Roky Erickson de 13th Floor Elevators; sin embargo, actualmente, el digno caballero parece encontrarse en una condición particularmente estable, lo que en los últimos años le ha servido para ofrecer numerosas presentaciones de reconocido nivel.

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Como es de esperar, estos conciertos se basan esencialmente en el pasado, pero eso no quiere decir que recurran a la nostalgia más facilista. Por ejemplo, si bien el show del Bowl le brindó un amplio espacio a los ‘hits’ de los Beach Boys, dedicó su segunda parte a la interpretación completa de ”Pet Sounds”, el álbum lanzado en 1966 por la misma agrupación que rompió el molde anterior de pop surfero y amable para meterse en terrenos muchos más complejos y experimentales.

Incluso con un status como el de Wilson, hacer algo así implica riesgos, y de hecho, no toda la audiencia estaba preparada para una oferta de esta clase, como lo demostraron las poco apropiadas conversaciones a todo volumen que se escucharon a nuestro alrededor mientras sonaban piezas tan valiosas como el brillante instrumental “Let’s Go Away” y hasta la mucho más conocida “God Only Knows”, que en medio de su amable melodía, cuenta con un interludio de tinte progresivo que tuvo que ser revolucionario para la época en la que se gestó.

También sorprendió el corte que le dio su nombre al disco, secundado por una base rítmica de bolero que ratificó la impronta vanguardista de su autor y que, de paso, nos hizo sentir nuevamente que nos hallábamos ante un espectáculo digno del mejor recuerdo en el que el titular de la velada estuvo acompañado por una banda de lujo, integrada por músicos como los también ex Beach Boys Al Jardine y Blondie Chaplin.

Pero, en el momento de presentar a los presentes sobre el escenario, las palmas mayores fueron para Matthew Jardine, hijo de Ben y encargado de cantar las inolvidables partes altas que lograba Wilson hace medio siglo. Para ser claros, el señor que protagonizó la noche -quien se encargó también de tocar un portentoso piano blanco- no es ahora capaz de alcanzar ni por asomo esas notas, y su voz se encuentra en una condición precaria; pero eso no le impidió hacer sus mejores esfuerzos dentro del área, alternando sabiamente sus fraseos con los de los dos miembros de la familia Jardine.

Lo más importante aquí es que el mismo Wilson mostró una alegría y una sensatez que no eran evidentes durante los años conflictivos retratados en la reciente película biográfica “Love & Mercy” (2014), donde fue interpretado por John Cusack y Paul Dano en diferentes etapas de su vida.

Exhibiendo un ánimo inusualmente positivo que lo llevó a revelar interesantes detalles sobre el proceso de composición de las canciones tocadas, el genio nacido en Inglewood, California, se tomó incluso el tiempo necesario para referirse a las situaciones de violencia que se viven actualmente en el país y ofrecer su arte como manera de aliviar estos males, sobre todo en el tema final de la velada, ”Love and Mercy”, una balada procedente de su álbum solista de 1988 cuya letra alteró brevemente para incluir una parte que se refería a “toda la gente que está siendo baleada”.

Claro que el sentido de comunidad se había impuesto ya al inicio del ‘bis’ final, que además de tener en el tabladillo a los familiares de Wilson -incluso a sus nietos más pequeños-, le dio rienda suelta a los éxitos que faltaban, incluyendo a “Help Me, Rhonda”, “Surfin’ USA” y “Fun, Fun, Fun”.

Además de seguir siendo emblemas absolutos de la cultura californiana, estas composiciones trascendieron fronteras y generaciones para convertirse en piezas esenciales del rock’n’roll; y escucharlas en un auditorio tan impresionante como el del Bowl durante una moderada noche de verano fue una lección de Historia de lo más agradable.

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