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Black Sabbath demostró que el rock pesado sigue de pie en su adiós final

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El lunes que viene, la ceremonia del Grammy premiará a los artistas del universo anglosajón más ‘mainstream’ que se encuentran disponibles en el mercado actual; pero ni siquiera las sacrosantas majestades votantes se han resistido a los extraños encantos de una agrupación que, pese a no responder a las reglas ampliamente comerciales de su preferencia, ha obtenido en los últimos años dos triunfos tardíos -pero evidentemente merecidos- en la misma contienda, ratificando con ello su pertenencia a las grandes filas del rock.

Claro que todas estas descripciones le deben importar poco a los miles de asistentes al concierto de Black Sabbath del jueves pasado en el Forum que, supuestamente, forma parte de la despedida formal de una banda que, se piense lo que se piense de ella, se encuentra cerrando de manera gloriosa sus 45 años de carrera. Y lo hace con una gira histórica que llegó el jueves pasado al Forum de Los Ángeles, convocando a una enorme multitud en la que se encontraba gente de todas las edades, en consonancia con la reputación de un cuarteto que ha trascendido las fronteras del tiempo para transformarse no solo en pionero del heavy metal, sino también en una agrupación que se inscribe sin reparo alguno en las filas esenciales del rock clásico.

En el Forum, la duda mayor se encontraba en lo que iba a hacer Ozzy Osbourne, un vocalista de 67 años que, en honor a la verdad, no ha tenido un desempeño brillante en los últimos años, de acuerdo a un paso del tiempo que no ha sido del todo benévolo con él debido no solo al envejecimiento natural, sino también al abuso de distintas sustancias, y que recientemente tuvo que posponer algunas fechas de esta misma gira debido a una sinusitis. Pero nadie salió descontento del local, ya que si bien el cantante no alcanzó nunca el nivel soñado, mantuvo de modo razonable sus condiciones interpretativas casi hasta el final, y se mostró tan agradecido con la audiencia como convincente en sus movimientos y en sus arengas, mientras lucía ese sobrio atuendo negro que lo ha caracterizado en las presentaciones recientes.

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Musicalmente, el grupo estuvo impecable, guiado por el bajo contundente de Geezer Butler, compositor de casi todas las letras, cuyo instrumento no se escuchaba del todo bien al inicio, pero que alcanzó el volumen necesario con el paso de los minutos. La que no falló nunca fue la guitarra de Tony Iommi, creador de alucinados solos de raigambre ‘bluesera’ y de algunos de los ‘riffs’ más memorables en la historia del género, así como de una creatividad que le permite ofrecerle interesantes cambios a unas canciones que son por esencia muy simples. La única ausencia que lamentar fue la del legendario baterista Bill Ward, quien no participó tampoco en el ‘tour’ anterior ni en el álbum “13”, del 2013, debido a unos desacuerdos con los demás integrantes que son todavía motivo de tristeza para los fans; pero su reemplazante, Tommy Clufetos, quien es parte de la banda solista de Osbourne, tuvo un desempeño absolutamente brillante, y hasta se animó a hacer un vibrante y largo solo (el de “Rat Salad”) con el que sacudió literalmente las tribunas.

La banda ofreció otro show masivo en nuestra ciudad durante el 2013, cuando ocupó la tarima de Los Angeles Sports Arena.

La banda ofreció otro show masivo en nuestra ciudad durante el 2013, cuando ocupó la tarima de Los Angeles Sports Arena.

(Michael Robinson Chavez / Los Angeles Times)

En lo que respecta al repertorio, no hubo ninguna sorpresa, ya que, al igual que en el pasado reciente, no se incluyó algunas piezas emblemáticas que todos reclaman, pero que el vocalista no parece ser capaz de entonar en la actualidad. De ese modo, el ‘set’ consistió en lo que se esperaba, es decir, clásicos como “Into the Void”, “Snowblind”, “War Pigs”, “Iron Man” y, por supuesto, “Paranoid”, que cerró la velada en medio de una lluvia de confeti; y tampoco se incluyó pieza alguna del “13”, lo que llama la atención no solo en vista de que la misma placa fue muy celebrada y recibió la debida atención durante la gira pasada, sino de que su corte más aclamado, “God Is Dead?”, se escuchó en el concierto de hace tres días en la cercana ciudad de San José.

Todo lo que ocurría en el escenario era reproducido en unas pantallas gigantes con imágenes procesadas que adquirían a veces tonalidades de lo más psicodélicas, porque, además de ser los pioneros del metal, los integrantes de Sabbath dieron pie a lo que se conoce hoy como “stoner rock”, aunque, por ese lado, faltó la interpretación de “Sweet Leaf”, la recordada oda a la marihuana (a diferencia de “Snowblind”, una pieza sobre cocaína que sí retumbó por todo el auditorio). En realidad, para nuestro gusto, lo mejor fue la interpretación de “Hand of Doom”, una canción que no es inmensamente conocida, pero que es no solo particularmente inspirada en su sentido de misterio y de amenaza, sino que posee un creativo mensaje inspirado en la guerra de Vietnam.

Como muestra de respecto a la escena local, los protagonistas de la velada eligieron como banda ‘telonera’ a Rival Sons, un cuarteto de Long Beach de marcada inspiración clásica, aunque, en su caso, el puente directo es más Led Zeppelin que Sabbath, debido sobre todo al potente estilo de su cantante Jay Buchanan. El grupo hizo lo suyo con aplomo y contundencia pese a actuar frente a un público todavía escaso, a diferencia de lo que ocurrió con el acto central, que, como era de esperarse, contó con una casa completamente llena.

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