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La psicodelia también va con la juventud latina gracias a King Gizzard

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A simple vista, el pasado martes por la noche, las instalaciones del Greek Theatre no parecían albergar ningún alma latina, lo que tenía aparentemente sentido en vista de que las bandas que se presentaban esa noche sobre el escenario del popular recinto hollywoodense al aire libre solo contaban con integrantes anglosajones.

Pero pasar tanto tiempo en eventos que se producen en Los Ángeles debería ya habernos preparado para entender que no todos los miembros de nuestra comunidad llevan la piel morena, como lo demostraron los muchachos blancos que estaban sentados detrás de nosotros al ponerse a hablar en un español marcado por el acento ‘chilango’ y como lo probaron varias personas con las que nos cruzamos antes y después en los pasillos mientras conversaban igualmente en nuestra lengua, aunque esta vez con pronunciaciones aparentemente sudamericanas.

Este es el rostro de una nueva comunidad inmigrante que se encuentra ahí y que no iría probablemente a un concierto de Maná o de Maluma, por el simple hecho de que el acto central de la velada no era un conjunto de pop rock comercial o de reggaetón, sino una banda australiana llamada King Gizzard & The Lizard Wizard que practica lo que a grandes rasgos podría denominarse como ‘indie rock’, y que está causando sensación internacional con un estilo de curioso aspecto ‘retro’ (porque sus integrantes se encuentran todavía en su segunda década de vida) en el que confluyen la psicodelia, el ‘garage’ y hasta el metal.

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Este septeto ha demostrado de paso que la devoción por el rock no se ha perdido en las nuevas generaciones, pertenezcan estas a la etnia que sea, y lo hace además con el empleo de dos bateristas simultáneos, lo que le da una contundencia particular a su sonido, encabezado por un sentido democrático que le da participación equitativa a sus multi instrumentistas y vocalistas Stu Mackenzie y Ambrose Kenny-Smith.

Otro rasgo interesante del grupo es la aproximación espontánea y natural a los géneros que practica, ya que si bien algunos de estos son bastante complejos (hay incursiones en el progresivo y en el jazz), la interpretación no es todo lo virtuosa que podría esperarse, lo que le da una cercanía particular a su público, que como ya insinuamos es mucho menor en edad de lo que las referencias empleadas podrían insinuar.

El Greek, que se presta muy bien para esta clase de actividades veraniegas, fue también el auditorio ideal para una experiencia tan experimental como esta, que empezó y terminó en un plan muy ‘thrash’ (con cortes como “Self-Immolate” y “Mars for the Rich”) pero que, en el camino, adoptó aires de lo más ‘progre’ (“Altered Beast IV”), se puso relajada y ‘bossa novesca’ (“The River”) y hasta incursionó en los terrenos del funk (“Boogie Sam”).

Antes de su presentación, que causó reacciones de mucho entusiasmo entre los presentes, King Gizzard le dio oportunidad a Stonefield, una agrupación procedente del mismo país de los canguros que, como lo adelanta su denominación, practica el ‘stoner’, esa secuela contemporánea que combina el rock pesado con la psicodelia.

A estas alturas, la oferta musical mencionada se encuentra lejos de ser novedosa, pero este cuarteto tiene algo que lo hace inmediatamente original: sus integrantes no son sólo mujeres, sino que también son hermanas, y una de las ellas, Amy Findlay, toca la batería además de ser la vocalista. El resultado es definitivamente digno de verse y de escucharse.

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