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¿Por qué es una gran pérdida para la música latina la muerte de Augusto Polo Campos?

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En tiempos de música electrónica y de reggaetón, nadie le presta realmente atención a las personas que componen esta clase de canciones, sino a sus intérpretes. Pero hubo una época en la que escribir un tema musical daba prestigio, simplemente por el hecho de que el tema musical en sí valía la pena, sin importar únicamente quién le diera su voz.

Ese era justamente el caso de Augusto Polo Campos, el inventor peruano de letras y de melodías que falleció a la medianoche de hoy en la ciudad de Lima que lo vio crecer (pese a que nació en la provincia de Ayacucho hace 85 años), y que no tendrá probablemente mucho tiempo para recordarlo en estos momentos, debido a la publicitada e ineludible visita del Papa Francisco.

Sin embargo, los amantes de la música de diferentes latitudes que han estado expuestos a su arte son capaces de reconocer la gravedad de esta pérdida, correspondiente a uno de los pocos autores que se encargaban todavía de trasladar a notas el espíritu del criollismo, una modalidad cultural de la costa peruana que ha perdido claramente vigencia en los últimos años, pero que se mantiene todavía presente en las mentes de muchos y cuyos sonidos han pasado de generación en generación.

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Es importante remarcar que, pese a su marcada identidad regional, esta música criolla no ha tenido difusión exclusiva en la tierra de los descendientes de los incas; de hecho, aunque algunos de sus títulos más populares tienen una inevitable tendencia nacionalista (como es el caso de “Contigo Perú” e “Y se llama... Perú”, inmortalizadas en la irrepetible voz de Arturo “El Zambo” Cavero), varias de las composiciones de Polo Campos han sido entonadas por artistas de otras latitudes que normalmente no han gozado de una gran difusión internacional, pero que en más de una ocasión son indiscutiblemente famosos (como sucede con Julio Iglesias y Raphael).

Es justamente Raphael quien, al igual que muchos otros, incorporó a su repertorio la canción “Cuando llora mi guitarra”, que nos sigue pareciendo la mejor dentro de la cosecha de Polo Campos, y que se distingue por una conmovedora letra de desamor que viene normalmente acompañada por un complejo acompañamiento en el instrumento de las seis cuerdas que forma parte de su nombre. Curiosamente, el compositor no estudió nunca música ni tocaba instrumento alguno, lo que significa que inventaba las letras y las melodías que eran trasladadas luego por otros a un pentagrama con el fin de permitir la implementación de una sección instrumental.

La vida de Polo Campos no estuvo exenta de polémicas. Pese a que declaró siempre su fidelidad al Perú, rechazó identificarse con una camiseta política, hasta el punto de que trabajó tanto para el gobierno militar izquierdista de Juan Velasco Alvarado (para que el que escribió “Y se llama... Perú”) como para el de su sucesor de derecha Fernando Belaunde (quien le encomendó “Contigo Perú”, con un generoso pago de por medio); y lo cierto es que, con todo lo marcadas que se encuentran estas obras en el corazón de los que somos peruanos, sus letras se encuentran llenas de mensajes patrioteros efectistas y reduccionistas que evitan los complejos dramas de la realidad nacional, hasta el punto de que no han faltado quienes han acusado prácticamente a su creador de ser un mercenario artístico.

Hay analistas que lo consideran también como el compositor peruano más mediático -debido a su participación constante en la industria televisiva y en programas de dudosa calidad-, pero no como el mejor; reservan ese puesto para personajes como Daniel Alomía Robles, Felipe Pinglo y Chabuca Granda. Por otro lado, Polo Campos figuró generosamente en los titulares de la prensa sensacionalista debido a sus incontables relaciones con personalidades de la farándula que en más de un caso eran ya controvertidas.

A fin de cuentas, en nuestra opinión, se trató de un hombre en el que abundaban las virtudes y las imperfecciones, y que debe ser considerado dentro de un contexto específico para poder entender la trascendencia de un legado que no será siempre maravilloso, pero que tiene sin duda aportes excepcionales. Y para descubrirlo, habría que hacer muchos más esfuerzos que ver “Los amores de Polo”, la superficial y mercantilista biografía televisiva que le hizo recientemente Efraín Aguilar, un productor conocido por su carácter prolífico, pero no por su interés en la calidad.

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