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En la playa de Santana Mónica, Lafourcade y Periné cambiaron el bufé

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Tuvieron que pasar antes por la sacrosanta aprobación del Latin Grammy -fueron los que más destacaron en su última edición-; sin embargo, lo que han hecho ahora tiene un sabor trascendente para la escena del ‘indie’ latinoamericano, porque lograron conquistar por igual a una generosa audiencia mayormente latina pero con una fuerte presencia anglosajona en un escenario completamente inesperado para dicho género.

Este fue el que se ubica en el Muelle de Santa Mónica (unos de los mayores atractivos turísticos de Los Ángeles) durante una serie de verano gratuita que solo alberga a artistas de nivel internacional, y en ese sentido, se puede decir que Natalia Lafourcade y Monsieur Periné (mucho más que la típica banda ’telonera’) tienen potencial para abrirle el camino a más propuestas musicales en español dentro de los Estados Unidos.

Claro que el plato de fondo de ayer -y, ciertamente, la figura que convocó a más gente- fue Lafourcade; y no lo hizo simplemente por ser mexicana (una nacionalidad inevitable en el Sur de California), sino sobre todo por ser genuinamente talentosa, aunque ese sea el resultado de haber desarrollado pacientemente una carrera basada en buenas canciones y un balance inusualmente efectivo de pop digerible y complejidad alternativa.

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“Hasta la raíz” (2015) es probablemente la obra más madura de su carrera, y como le dio cinco Latin Grammys (Grabación del Año, Canción del Año, Mejor Álbum de Música Alternativa, Mejor Canción Alternativa y Mejor Ingeniería de Álbum), era razonable que tuviera prioridad en el repertorio.

De ese modo, acompañada por su muy buena banda, la menuda y encantadora capitalina abrió fuegos con “Vámonos negrito”, una apacible mezcla de son jarocho y jazz que le dio una atmósfera cautivadora al ambiente; luego vino otra pieza de inspiración folklórica, “Hasta la raíz”, seguida por “Lo que construimos”, un dulce lamento de desamor que adoptó cadencias del reggae y de la música hawaiana.

Inmediatamente después llegó una versión moderadamente rockera de “Ya no te puedo querer”, con la vocalista armada de una guitarra eléctrica; y lo que siguió después fue “Nunca es suficiente”, una entrega con sabor ‘retro’ que nos recuerda a la inolvidable Jeanette de los ‘80.

La representación del mismo disco se mantuvo con “Palomas blancas”, una balada hipnótica que Lafourcade presentó con una invocación de respeto por la Naturaleza y por la tierra; y el cambio de aguja se dio con “Amor, amor de mis amores”, una composición de Agustín Lara que ella misma incluyó en el disco de ‘covers’ del ‘Flaco de Oro’ “Mujer divina” (2012), y cuya animada versión fue secundada por un letrero con el mismo mensaje que un miembro de la audiencia levantó en el aire.

“Amarte duele”, que se hizo para una película del mismo nombre, tomó sabor de bossa y le valió un racimo de flores por parte del público, mientras ella misma ensayaba unos pasos de baile moderadamente sensuales y lucía un ‘look’ que remitía directamente a los años ‘20.

Tal y como van las cosas, sentimos que lo que hacía al inicio de su trayectoria era mucho menos inspirado, al menos en el plano musical, como sucedió cuando la escuchamos tocar “En el 2000”, cuyos aires ‘funky’ nos parecieron demasiado convencionales para lo que ofrece en la actualidad; pero cuando el repertorio dio en el blanco -como sucedió mayormente-, lo que ocurría era mágico.

Ya casi al final, Lafourcade se animó a pronunciar algunas frases en inglés que le sirvieron no solo para decir esa clase de generalidades que se esperan en una ocasión así (“no importa el idioma, porque el de la música es universal”), sino también para presentar un ingenioso juego de palabras en el que pasó de la expresión “chin.. tu madre” a una proclama especialmente original y necesaria: “Fu… and love”.

Pese a todo lo dicho, los más beneficiados con este show pudieron ser los integrantes de Monsieur Periné, quienes a pesar de ser mucho menos conocidos (la prueba es que hasta dos ‘anglos’ que conocían a Natalia nos preguntaron quiénes eran), pusieron en movimiento a todo el mundo y abandonaron el tabladillo entre ovaciones, luego de ofrecer un ‘set’ tan extenso como impecable, en consonancia con la reputación ganada tras recibir el Latin Grammy a Mejor Artista Nuevo.

Curiosamente, estos colombianos parecen haberse inspirado al menos parcialmente en la actitud escénica de la mexicana, porque al igual que ella, su música -que es de lo más apacible en las grabaciones- suena mucho más fuerte en vivo, y ellos mismos emplean también la estrategia de bailar constantemente como parte de su propuesta profesional en vivo.

Al igual que Lafourcade, cayeron a veces en coqueteos demasiado comerciales para nuestros gustos más oscuros o, en todo caso, en concesiones facilistas con el público mexicano presente, como haber interpretado el bolero “Sabor a mí”, lo que podría ponerlos en peligro de caer en clichés (aunque es necesario precisar que su versión, que es muy particular, formó parte de su primer álbum).

Por otro lado, todos ellos son músicos excelentes, y se metieron más de lleno en ritmos propios del folklore de su país, aunque la base de lo que hacen es el ‘swing’ y ocasionalmente el reggae, como se notó desde el comienzo de su acto, iniciado con la animada “Nuestra canción” y la reflexiva “No hace falta”.

Recurriendo tanto a instrumentos propios del rock como a los de la tradición sudamericana, Periné le dio vida a una placentera fusión en la que no faltaba el empleo de otras lenguas (como lo probó el tema “Tu m’as promis”, en impecable francés pero con estilo brasilero) y que, incluso cuando amenazaba con caer en un estilo irremediablemente ‘discotequero’, asumió una intensidad ‘punk’ semejante a la del celebrado grupo de origen ruso Gogol Bordello para meterse poco después en un vistoso ‘jamming’ instrumental.

Ya casi al final, la vocalista Catalina García (que es un espectáculo en sí misma, con su grata delicadeza y los coloridos vestidos de su creación que lleva) le dio pie a un momento particularmente andino y acústico a través de una lograda pieza titulada “Mi libertad”; y después de eso se soltó literalmente el pelo para darle rienda suelta a “Incendio”, un contundente ‘ska’ matizado por ritmos del Medio Oriente en el que asumió una voz inusualmente desgarrada para quejarse de un mal romance. Pero lo que ella y todos sus acompañantes de la jornada ofrecieron fue un gran acto de amor.

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