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El MOLAA celebra el Día de los Muertos de manera gratuita y familiar

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Cada año, el Museo de Arte Latinoamericano de Long Beach (MOLAA) dedica un domingo entero a actividades relacionadas al Día de los Muertos, y el 2017 no ha sido una excepción, lo que se tradujo en un evento gratuito en el que no faltaron propuestas para toda clase de públicos.

En el plano musical, el camino tomado se alejó de lo predecible, sobre todo en la recta final, porque el acto de cierre fue Mestizo Beat, una agrupación con integrantes de diferentes procedencias étnicas que no dejó de mostrar tendencias latinas (tocó un corte de lo más salsero y hasta un ‘cover’ de Santana), pero que se enfocó básicamente en un ‘funk’ muy bien interpretado y sumamente enérgico.

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Antes de ellos, estuvo en el escenario Inti Wawa, una banda encabezada por la inmigrante peruana Mayra Vargas, quien además de cantar y de tocar la guitarra, interpreta el charango, un instrumento propio de las alturas andinas, lo que le sirvió para ofrecer un popurrí de temas tradicionales de esa región, pero matizados por unos aires rockeros que se extendieron a sus composiciones originales, en las que se encontraban también elementos de la cumbia y del ‘indie’.

Esta vez, a diferencia de otros años, se extrañó la presencia de un altar directamente relacionado al museo a la entrada del mismo (todavía recordamos con agrado el que se hizo para el escritor colombiano Gabriel García Márquez); pero esa falta fue subsanada por una sección interna, colindante con la tienda del lugar, en la que se exhibían varios altares dignos de consideración, incluyendo uno (creado por Alejandra Rivero) que le rendía tributo a figuras esenciales de la cultura gaucha como Carlos Gardel, Evita Perón, el ‘Che’ Guevara y Jorge Luis Borges, y otro (gestado por Erica Figueroa) que estaba dedicado a la obra histórica del tío de la autora, Víctor Chávez Pulido, quien dedicó su vida a retratar a los pobladores de su pueblo, Ixtlán del Río, en Nayarit.

Sin embargo, el altar que nos llamó más la atención fue el de la mexicoamericana Sylvia Luna Manquero, y no solo por su creatividad y esmero, sino también porque su autora se encontraba presente a su lado. Ella misma nos brindó información sobre el notable trabajo, contándonos que cada figura de papel empleada (y plasmada en dibujos tipo ‘cómic’, pero sumamente realistas) representaba a uno de sus antepasados. Todo se encontraba hecho con un cuidado impresionante, sobre la base de las páginas de un viejo diccionario del que surgía un árbol de ficción.

Por su parte, el área más amplia del MOLAA tenía varias mesas en las que los niños asistentes realizaban manualidades relacionadas a la festividad conmemorada sin que se les cobrara nada, y a un lado, había una sección en la que se realizaban maquillajes profesionales de calaveras, pero esta vez con un precio definido.

La zona exterior al lado del estacionamiento, que resultaba de lo más colorida, contaba con varios puestos temporales que ofrecían artesanías, comidas y bebidas tradicionales, y aunque fue muy concurrida, los precios generales no eran demasiado accesibles.

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