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‘The Fate of the Furious’ mantiene la velocidad, pero se niega a tomar caminos novedosos

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A estas alturas, la saga de “The Fast and the Furious” se ha convertido en una maquinaria tan monstruosamente rentable que resulta imposible imaginarse a Hollywood dejándola de lado a pesar de la saturación en la que ha caído y al hecho incuestionable de que perdió ya a una de sus estrellas principales con la trágica muerte de Paul Walker.

Es por eso que no debe sorprender a nadie la existencia de “The Fate of the Furious”, la octava película de esta colección y la primera sin Walker, aunque vale la pena notar que sigue teniendo al frente a Vin Diesel, es decir, su figura esencial; y es básicamente él quien saca adelante una entrega que plantea inicialmente un giro que podría haber sido de lo más interesante, pero que se convierte pronto en una excusa débil e inverosímil para justificar una serie interminable de escenas de acción que ciertamente impresionan, pero que terminan por producir cansancio y que tienen uno de los sustentos argumentales más pobres de toda la franquicia.

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La secuencia de introducción, que se desarrolla en La Habana -y se filmó realmente en La Habana-, es bastante prometedora en lo que respecta a la creatividad, pese a que, fuera de los edificios decrépitos y de los carros antiguos refaccionados, el ambiente de personas que bailan sin razón alguna en las calles y de chicas semidesnudas es el mismo de siempre. Pero el momento supuestamente impactante se da cuando Toretto (el célebre personaje de Vin Diesel) decide traicionar a sus amigos y cambiarse de bando, luego de encontrarse con Cipher (Charlize Theron), una misteriosa y guapísima mujer con predecibles planes de opresión mundial.

Así, Toretto entra en esa faceta del ‘lado oscuro’ que es prácticamente obligatoria en algún momento de las sagas comerciales y que, para ser sinceros, ya se había demorado en llegar a esta, que no se encuentra precisamente libre de fórmulas; pero el problema es que, incluso en medio de una saga que maneja tramas y personajes de lo más elementales, el cambio abrupto y radical de este sujeto luce demasiado forzado, sobre todo porque uno de los mayores aportes emocionales de la serie (y uno de los pocos, en realidad) es el sentido de fidelidad completa a “la familia” que se ha ido desarrollando con el paso del tiempo.

Esta simple circunstancia hace que todo lo que incluye en el guión, escrito por Chris Morgan (quien ha participado ya en seis entregas), resulte más absurdo que nunca, pese a que se sabe ya que esta es una saga en la que los excesos forman parte del encanto. Por ese lado, lo que menos molesta son las siempre efectivas escenas de acción, que pueden a llegar a ser ridículas pero se disfrutan sin problema alguno cuando uno supera la necesidad de encontrarle lógica a lo que se observa, y que se encuentran filmadas con el esmero y el profesionalismo habitual en las superproducciones estadounidenses que han logrado convocar a los mejores talentos disponibles en el área técnica.

En ese sentido, ver esta cinta en una sala de IMAX, como lo hicimos nosotros, se convierte en toda una experiencia, y no solo porque incrementa la espectacularidad de las persecuciones y los choques aparatosos, sino porque permite apreciar de mejor modo las tomas panorámicas que el director F. Gary Gray (“Straight Outta Compton”) emplea frecuentemente para demostrarnos que las locaciones usadas (Islandia, Cuba y varias ciudades de la Unión Americana) eran reales y no simples reconstrucciones digitales.

Pero eso no es una excusa para los defectos presentes en un relato y en unos personajes que no logran mantener el interés necesario para abandonarse ante un largometraje que, con 2 horas y 16 minutos de duración, resulta francamente agotador, en desmedro de toda su furia y de toda su velocidad.

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