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Ciro Guerra muestra otra cara del narcotráfico en la impresionante ‘Pájaros de verano’

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Las dos cintas anteriores de Ciro Guerra, “El abrazo de la serpiente” y “Los viajes del viento” (que fue nominada al Oscar), no parecían presagiar la llegada de “Pájaros de verano” (estrenada hoy en salas de L.A. con el nombre de “Birds of Passage”), que mantiene la mirada en las comunidades rurales, pero se aleja de la tranquilidad de las obras previas para explorar un relato mucho más duro y ambicioso en el que se revelan las raíces del problema del narcotráfico en Colombia.

“Cuando la gente piensa en historias sobre comunidades nativas, piensa en aproximaciones etnográficas o documentales que marcan una distancia entre el espectador y los personajes, mientras que nosotros decidimos subvertir esa perspectiva y hacerlo aprovechando los códigos del cine de gángsters y del cine negro con el fin de lograr una historia que fuera emocionante y cautivadora”, fue lo primero que nos dijo el aclamado director colombiano durante una reciente entrevista.

“Cuando escuchamos hablar del fenómeno de ‘la bonanza marimbera’ [negocio de la marihuana] de los ‘70, nos sonó de inmediato apropiado para una película épica que podía tomar elementos del cine de género al que me he referido, pero llevándolos también a otro lugar al ubicarse en una sociedad donde las mujeres son muy fuertes, lo que nos daba la oportunidad de darle un poderoso componente femenino a un tipo de relato que ha sido habitualmente muy machista”, agregó el cineasta.

De ese modo, “Pájaros de verano” se desarrolla en el territorio de La Guajira en medio de la comunidad wayúu, lo que hace que los diálogos sean en el dialecto local y que el ambiente entero se aleje de las ya mil veces vistas historias relacionadas a personajes como Pablo Escobar.

“Por todo lo que ha pasado en el cine y la televisión, se siente que el tema del narcotráfico es una narración desgastada, cuando la verdad es que ha sido contado mucho desde afuera, desde una perspectiva foránea”, retomó Guerra. “Esto nos daba la oportunidad de cambiar eso y de hacerlo desde nuestro lado, sin celebraciones de los asesino y de sus derroches, pero mostrando las bases sobre las que se erigió la sociedad colombiana actual”.

Nuestro entrevistado ha trabajado ya varias veces con comunidades indígenas, pero nos llamaba la atención saber cómo había sido la labor en este caso debido a lo delicado que resultaba el tema y al hecho de que muchos de los intérpretes de la cinta pertenecían a la misma comunidad.

“Tuvimos esa preocupación al comienzo, pero nos encontramos de inmediato con una comunidad muy entusiasta a la que daba felicidad participar en una película y a la que le interesaba que se contara esta historia”, precisó el realizador. “Además, sus integrantes participaron en la cinta tanto delante como detrás de cámaras, asesorándonos incluso en el área del guion”.

Esta es la primera película que Guerra dirige con alguien más, porque la hizo con Cristina Gallego, quien era su esposa hasta hace poco. “Hemos colaborado en todas mis películas, y poco a poco ella se ha ido involucrando más en la parte creativa”, prosiguió el cineasta. “En esta en particular, se sintió natural que compartiera el puesto de dirección luego de que descubrimos la posibilidad de darle una perspectiva femenina a la historia”.

Como dato curioso, hay que agregar que Guerra y Gallego se divorciaron tras 20 años de matrimonio mientras trabajaban en la producción, lo que no fue un obstáculo para el desarrollo de este brillante proyecto, que logró ubicarse en la ‘lista corta’ de candidatas al Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera (aunque no terminó siendo nominada).

“Decidimos que no íbamos a seguir siendo pareja pero que íbamos a continuar trabajando juntos; seguimos siendo amigos y estamos todavía muy cerca el uno del otro”, explicó Guerra. “Nuestra decisión no influyó en la película y el proceso de la película no influyó tampoco en la decisión”.

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