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En Westlake, las personas sin hogar siguen el ejemplo de los vendedores inmigrantes

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Josiah Payne tuvo problemas en Kansas City, donde rebotaba de un trabajo a otro y de un departamento al siguiente.

Así que empacó sus cosas y se dirigió a Los Ángeles hace dos años, trayendo consigo el trillado sueño de convertirse en actor o músico, o algo. Pero en sólo cuatro meses de vivir en la ciudad, Payne fue arrestado, perdió su empleo y su vivienda. Como tantas de las casi 47,000 personas indigentes en el condado de Los Ángeles, se encontró a sí mismo viviendo en las calles.

Después, hace algunos meses, este hombre de 27 años descubrió el trabajo de venta callejera, mayormente a cargo de inmigrantes de México y Centroamérica, quienes despachan de todo -desde pantalones vaqueros, joyas, frutas y salchichas envueltas en tocino- en la áspera zona de MacArthur Park, y decidió unirse a ellos en esta forma de comercio tan común como ilegal.

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Así fue como tomó su mercancía de un carrito de compra oxidado y la colocó sobre una sábana blanca: zapatillas de deporte viejas con pliegues y tierra incrustada en ellas, pero también unas casi nuevas Nike que vendía por $5; una polvorienta máquina de café, cables de freno para bicicleta, adaptadores varios, suéteres y camisetas.

“Es sólo otro trapicheo. Cuando estoy en apuros, vengo aquí”, afirmó Payne cerca de la estación de la Línea Roja del Metro. “No se puede hacer este tipo de cosas en Kansas City. No se encuentran objetos para tener una venta de garaje en la calle. Pero aquí, prácticamente dejan que ocurra. Es genial”.

Payne es parte de un grupo de transeúntes y personas sin hogar -mayormente blancos y negros- que han imitado a muchos otros vendedores latinoamericanos en la zona de Westlake, uno de los barrios más densamente poblados de L.A. Algunas veces, los vendedores inmigrantes compran objetos a los desamparados, quizás por lástima o porque luego pueden venderlos por un valor levemente mayor.

“Vieron que hacemos dinero y quieren hacer lo mismo”, dijo Rosa Hernández, de 55 años de edad, quien ha sido vendedora callejera por los últimos tres años. “No es algo malo, sólo intentan ganar un peso, o un dólar en este caso”.

Johnny Mayo, de 44 años de edad, un hombre sin hogar con voz ronca y unas rastas cortas y finas, llena un carrito de compras de color rojo con chucherías y gana entre $30 y $50 al día con la venta de camisetas y zapatos usados a $1. mayo se esfuerza por ganarse la vida de alguna manera, a pesar de una severa infección de hongos en sus pies. A veces utiliza el dinero que gana para comprar marihuana o crack.

Con un rostro curtido, Lisa Pelti, de 52 años, una mujer desamparada con cabello corto, negro y ondeado, llegó a Los Ángeles desde Sacramento hace un año. Una exingeniera informática, Pelti perdió su trabajo y hogar durante la recesión de 2008. Luego de vagar por la ciudad, se encontró con los vendedores ambulantes de MacArthur Park.

Pelti comprendió que los vendedores inmigrantes tenían relativamente buenas ventas y decidió probar por sí misma. Mientras que algunas personas sin hogar revuelven en los contenedores de basura para obtener sus mercancías, ella recorre las calles y revisa las cajas de donaciones. “Yo sé qué se vende bien aquí”, asegura con una sonrisa.

Con una pequeña barra blanca de cortina como bastón, Louis Price, de 56 años de edad, afirma que ha estado sin hogar por los últimos 16 años, luego de varios ingresos en prisión. El hombre cuenta que recorría el centro de L.A. vendiendo todo lo que hallaba en su camino para ganarse algo de comida a diario. Pero eso cambió cuando decidió hacer lo mismo que otras personas desamparadas hacían en la zona de MacArthur Park. En una tarde reciente, Price vendió ropa interior femenina, pasta de dientes, una pequeña botella de Rogaine y dos condones -aparentemente sin uso, pero fuera de su caja original-. También vende plantas; una delicadamente rodeada por un trozo de tierra, y otras dos pequeñas suculentas en pequeñas macetas verdes.

“Estoy en la ruina y quiero conseguir un sándwich. Si hago esto, podré conseguirlo”, afirmó. “Esto ayuda a aliviar la presión”.

Más allá de que el vendedor tenga hogar o no, la venta callejera es ilegal y está sujeta a represiones policiales de vez en cuando. Un reciente miércoles, un grupo de agentes llegó al lugar y vació la zona, ordenando a los vendedores reunidos cerca de la Línea Roja del Metro -jurisdicción del Sheriff del Condado de L.A.- que desalojaran el área. La mayoría de ellos venden sus mercancías en la acera, lo cual se considera jurisdicción del LAPD.

El teniente Henry Saucedo, que supervisa el patrullaje de las estaciones de la Línea Roja del Metro, señaló que los agentes retiran a menudo a los vendedores. Al observar las cámaras de vigilancia pueden rápidamente enviar agentes. “He mandado oficiales para despejar la zona y, minutos después, el lugar vuelve a estar inundado de ellos”, afirmó, y agregó que los agentes deben lidiar con otros temas relacionados con esa actividad, tales como los tiroteos, puñaladas y venta de drogas. “Es difícil patrullar el lugar”, manifestó.

En la década de 1990, se creó en MacArthur Park un distrito de venta callejera para abordar el tema, pero la decisión fue luego olvidada puesto que los costos de los permisos resultaron demasiado caros para algunos vendedores, y no había vigilancia en el sitio que comprometiera a aquellos sin autorización.

Recientemente, el LAPD redujo sus operativos contra los vendedores callejeros en esa zona, lo cual permitió que muchas personas vendan sin ser multadas, siempre y cuando no bloqueen las aceras ni comercializaran mercancías robadas. La escasa vigilancia tuvo un efecto dominó: cada vez más gente sin hogar comenzó a vender allí, y los vendedores de otras partes del condado se trasladaron a la zona de MacArthur Park durante los fines de semana para competir con los comerciantes locales, quienes admiten ahora que la situación se torna, por momentos, caótica.

“Ellos beben, fuman, se drogan a veces”, aseguró Fanni Cordova, de 62 años de edad, respecto de las personas desamparadas. Cordova, quien vende en la zona hace cuatro años, agregó: “Esto no se ve bien. A veces, no nos importa que la policía venga”.

Otros vendedores se quejan de que los comerciantes sin hogar venden cosas tan baratas que socavan sus precios. Con un marcador para delinear las rayas de una cebra en una pintura, Kevin “Sippi” Morgan, de 49, un artista sin hogar, señaló que sus bajos precios benefician a otros vendedores, que compran artículos para venderlos luego por más dinero. En MacArthur Park, dijo, hay un comprador para todo. “La mayoría de ellos buscan obtener el precio que quieren, pero yo no; yo sólo vendo”, afirmó.

Alto, con barba y cabello castaño largo y recogido en una coleta, Payne ha publicado un libro de poesía. “Tal como dicen algunos de mis poemas, ‘Estoy intentando huir hacia el oeste’”, señala, aludiendo a algo que escribió antes de mudarse a L.A.

Cuando las cosas no salieron como él había planeado, decidió emular el espíritu empresarial de los inmigrantes que vendían en esta zona. Cuando no puede obtener un sitio para alojarse, Payne vive en las calles de Koreatown. La mayoría de los días, dijo, gana entre $30 y $50. “Treinta dólares, cuando no tienes que pagar renta o facturas de servicios, se convierten en $60… En comparación con las personas que ganan un salario mínimo y deben gastar la mitad de él en una renta”, razonó el hombre. “Por lo tanto, si gano suficiente dinero y no tengo que pagar por casa ni servicios, es suficiente para mí”.

Otras personas sin hogar también han descubierto la zona. Sentada en un carrito de compras de Target, Carol Banks, de 53 años, asegura que quiere dejar atrás la prostitución, y quizás la venta de mercancías en la calle pueda ayudarla. “Voy a hacerlo”, dijo. “Voy a vender agua y Gatorade en Venice Beach. Es mejor que ser prostituta”.

Si desea leer la nota en inglés haga clic aquí.

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