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Afirman que Trump no ganará las elecciones, pero el ‘Trumpismo’ se queda y es peligroso

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A dos meses de las elecciones, se antoja difícil que Donald Trump llegue a la Casa Blanca, pero el daño por su discurso xenófobo ya está hecho. ¿Qué sigue, una vez que se ha propagado el Trumpismo?

Donald Trump no va a ganar las elecciones presidenciales de Estados Unidos.

Pese a que ya ha burlado varias convenciones electorales -entre ellas seguir en la contienda pese a criticar abiertamente a sectores demográficos enteros como latinos, veteranos, mujeres, afroamericanos y tantos más-, la maquinaria no está ahí. El ex presidente de la Cámara de Representantes Tip O’Neill alguna vez dijo que, en Estados Unidos,

“toda la política es local”. Eso es particularmente cierto para las elecciones presidenciales, pues el sistema de voto indirecto premia el tiempo que un candidato pasa haciendo campaña a escala local y estatal y, sobre todo, en aquellas entidades que tienen más peso en el Colegio Electoral. Para ello, es necesario tener un equipo que conozca el área y haga proselitismo, invertir en spots televisivos en los canales locales, ir sumando números poco a poco para llegar a los 270 votos electorales necesarios.

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Trump tiene menos de 200 empleados de campaña; Hillary Clinton tiene más de 700. La campaña de la demócrata ha gastado 55.8 millones de dólares en anuncios televisados locales, en comparación a alrededor de 10 millones de dólares para el magnate, de acuerdo con reportes de la Comisión Federal Electoral.

Pero el problema de la candidatura de Trump no es que gane. Es qué viene después de su campaña.

* * *

“Los números no le dan para ser Presidente. Pero el Trumpismo se queda”, advierte Mark Singer, autor de El show de Trump: perfil de un vendedor de humo (Debate, 2016).

Singer es un experimentado periodista estadounidense, que lleva dos décadas estudiando a Trump, desde que le tocó seguir al ahora republicano -antes miembro del Partido Demócrata e independiente- por varios meses, en 1996, para un artículo de la revista The New Yorker.

En el libro, la descripción más amable que Singer ofrece sobre Trump es que es un hombre que cuenta con “el lujo máximo: una existencia sin el perturbador rumor de un alma”.

“No ha cambiado desde entonces. Sus defectos de personalidad siempre han estado ahí, lo que cambió es que antes lo que estaba en juego era poco. Ahora se ha vuelto peligroso. Entonces, aunque no creo que gane la elección, el problema es que el daño ya está hecho”, afirma Singer.

El hoy candidato republicano ha admitido que, si su público empieza a aburrirse durante un mitin, sólo tiene que gritar su lema no oficial de campaña: “¡¿Quién va a construir el muro?!”, y de inmediato la gente responde, efusivamente: “¡México!”.

Es una efusividad que difícilmente desaparece de la noche a la mañana, mucho menos si pierde el caballo al que uno le apuesta en la carrera.

El 66 por ciento de los votantes del magnate cree que la migración es un problema de casi la misma magnitud que el terrorismo, según un sondeo del Pew Research Center. El 79 por ciento quieren que se construya el famoso muro y la mitad afirma que los migrantes en el país vecino son más propensos a cometer un crimen.

“Ése es, sin duda, el temor. ¿Qué implicaciones tiene para el futuro? Tenemos a mucha gente enojada que sólo va a enfurecerse más porque perdió la elección y a quienes este monstruo les prometió incontables cosas”, alerta Singer.

“Están los idiotas que creen que realmente va a construir un muro y que México, de algún modo, lo va a pagar. Está el sector que es verdaderamente racista. Pero también están los partidarios de Trump que son gente de clase trabajadora cuya situación no ha mejorado en cuatro décadas, sin importar el partido político. Trump les promete regresarles su trabajo y eso los esperanza. ¿Qué pasa si les quitas esa esperanza?”, dice el periodista.

Las ondas expansivas van más allá de los estadounidenses que pueden votar.

Maestros de primaria han reportado un aumento en casos de abuso escolar contra latinos y musulmanes, con estudiantes que se sienten “envalentonados a usar insultos” y que “usan los nombres de los candidatos de manera peyorativa para molestarse entre ellos”, dice un estudio del Southern Poverty Law Center, grupo especializado en la defensa de derechos civiles.

“Migrantes, hijos de migrantes y musulmanes han expresado preocupación o miedo sobre lo que les sucederá a ellos o a su familia después de la elección”, alerta el estudio.

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Cuando Trump desaparezca -si es que lo hace- después del 8 de noviembre, seguirá sintiéndose su sombra mucho más allá de los temas migratorios.

“Si está hablando, está mintiendo”, afirma Singer. Como candidato, esas mentiras tienen peso, más del que tenían cuando Trump era sólo un desarrollador inmobiliario -aunque muchos edificios con su nombre técnicamente no son de su propiedad, según la investigación de Singer-, o cuando conducía un reality show y aseguraba haber ganado una apuesta que nunca hizo.

Ahora, las mentiras de Trump hacen eco.

Se quedan, en parte, en los vestigios del Partido Republicano que lo ha cobijado -sólo muy a veces arrepentidamente- y que, para Singer, “ahora tiene la sangre en sus manos”.

Las afirmaciones del magnate, como la de que vio a musulmanes en Nueva Jersey festejar después del 11 de septiembre, han sido repetidas por partidarios durante mítines.

Además, están sus cuestionamientos sobre la validez del sistema electoral.

Los gritos de fraude en Estados Unidos prácticamente nunca habían salido de la boca de un candidato presidencial. Trump lleva semanas diciendo que “la corrupta Hillary” va a robarse la victoria.

Ahora hay partidarios de Trump que advierten, sin evidencia alguna, sobre una caída del sistema. Sólo el 38 por ciento de sus votantes cree que el conteo de los votos del 8 de noviembre va a ser riguroso, de acuerdo con el Pew Research Center. Es un fuerte contraste con el 75 por ciento que tenían esa certeza entre los que votaron por George W. Bush en 2004, o el 65 por ciento que respaldó a John McCain en 2008.

De hecho, es más factible que alguien sea azotado por un rayo a que pueda cometer fraude en las urnas, según un estudio del Centro Brennan para la Justicia, de la Universidad de Nueva York.

Pero, gracias a Trump, ahora a muchos estadounidenses siempre les quedará la duda.

* * *

Quizás uno de los mayores misterios sobre la candidatura de Trump es qué lo motiva a seguir en la contienda, pregunta Singer. El periodista explica que hay reportes de que, en marzo de 2015, antes de anunciar que se subía al ring, el republicano le confesó a algunos colegas que sólo quería conseguir algo como el 12 por ciento del voto en las primarias, para quizás mejorar su marca.

“El que haya llegado hasta aquí es probablemente un cálculo mal hecho por su parte. No creo que haya pensado lo mucho que resonaría su mensaje. Y el hecho de que haya resonado, cuando empezó llamando a los mexicanos violadores y narcotraficantes, es un hecho muy triste para este país”, señala el periodista.

“Sobre todo porque quienes lo siguen no se dan cuenta de que no son de importancia alguna para ellos. Es un estafador, sin nada qué ofrecer. Algo que me parece muy revelador es que sigue diciendo todas estas cosas sin especificidad alguna, sin detalles sobre cómo gobernaría, porque no le importa”, añade.

Por eso -y otras razones- es inexplicable para Singer que Trump haya visitado recientemente México, a invitación del presidente Enrique Peña Nieto.

Horas después de su reunión con el mandatario mexicano, Trump estaba de regreso en Arizona haciendo exactamente los mismos comentarios y promesas electorales de antes.

“La visita parece un acto desesperado, pero no sé cuál de los dos estaba más desesperado. Porque a Trump no le importa ganar. No parece realmente querer gobernar para promover políticas que afecten la relación entre Estados Unidos y México, o cualquier otra cosa. Es un hombre extremadamente ignorante”, dice Singer.

“El bienestar de sus votantes le importa casi lo mismo que el de los ciudadanos mexicanos”, añade.

Entre las advertencias, Singer se toma tiempo para bromear. Si Trump llegara a la Casa Blanca -vaticina- en poco tiempo habría guerra civil. También señala que, dado el gusto decorativo que le tocó ver en las propiedades de Trump cuando escribía su libro, sería divertido ver las posibles remodelaciones de la residencia presidencial estadounidense.

“Cosa que toca, cosa que arruina con su mal gusto. Es un juego para él”, dice.

Luego suspira:

“Pero no tenemos opción, aquí estamos hablando de él y tomándolo en serio”.

Quizás eso es lo que Trump gana.

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