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Freeport trabaja duro para no caer en el desánimo y levantarse tras Dorian

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EFE

Una semana después del lento y devastador paso del huracán Dorian por el norte de Bahamas, Freeport, la segunda ciudad más importante del país, trabaja duro para no caer en el desánimo e intentar volver a la normalidad a pesar de seguir sin electricidad y escasear el agua corriente.

Los isleños apenas se recuperan del terror que sembraron los vientos de hasta 295 kilómetros por hora de este huracán que llegó a Abaco el domingo pasado y permaneció durante 36 horas sobre Gran Bahama con categoría 5, la máxima en la escala Saffir-Simpson.

Don Cornish, responsable en Gran Bahama para la Agencia Nacional de Manejo de Emergencias de Bahamas (NEMA, en inglés), dijo este domingo a Efe que la situación es “complicada”, pero que el proceso de recuperación avanza tras sufrir una situación que “pocos lugares del mundo” podrían soportar.

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Reconoció que será un proceso a largo plazo por la amplitud del daño y que habrá zonas que tardarán años en recuperarse por completo, aunque en otras como Freeport, ya podrán tener “electricidad y darse un baño de agua caliente” la próxima semana.

Dijo que afortunadamente el mayor daño recayó en la zona este de la isla, más deshabitada, y no en el oeste, donde se encuentra Freeport, con cerca de 50.000 residentes.

Gracias a eso, en esta isla, menos afectada que las islas Ábaco, la cifra de muertos es de 8 y la de desaparecidos asciende a 20, aunque anticipó que esos números subirán y serán “duros”.

Mientras continúa el trabajo del Gobierno y la llegada de ayuda internacional, especialmente víveres, agua, generadores de electricidad y suministros de primera necesidad, los sobrevivientes hacen su parte.

Los vecinos de la comunidad central de Heritage, en Gran Bahama, se afanan por sacar los escombros y limpiar sus viviendas, inundadas a pesar de estar lejos del mar, ya sea hacia el norte o hacia el sur.

Igual que su madre, la joven Destiny McGregor tuvo que pasar dos días sobre los muebles que estaban por encima de un agua “extremadamente fría” hasta que llegó la ayuda.

“Lo peor fue la noche, porque yo quería ver (qué estaba pasando)”, dijo a Efe McGregor, para quien es imposible que Heritage pueda lucir más oscura que aquella noche.

Ambas limpian como pueden la casa donde las sorprendió la rápida crecida del agua y donde permanecieron 36 horas antes de ser rescatadas por un gran camión, el único que pudo llegar hasta esta humilde comunidad.

Poco más a allá, Markedia Mills y su familia trabajan para intentar poner orden al desastre reinante en la casa en la que vivían.

Ella insiste en usar el tiempo pasado y dice desconocer cuándo podrán regresar junto con los otros cinco ocupantes de la casa.

Un fuerte olor a humedad que desprende la empapada moqueta que cubre todavía varias habitaciones complementa a la perfección la imagen de ruina total de la casa, donde solo se salvaron algún que otro cuadro y un espejo colgados más allá del metro y medio que dejó el mar marcado en sus paredes.

A pesar del desolador panorama, esta humilde comunidad va poco a poco deshaciéndose de muebles inservibles y apilando estos ahora trastos frente a sus propiedades con el deseo de que se los lleven pronto para comenzar de cero cuanto antes.

No lejos de allí, en el devastado aeropuerto de Freeport, sus trabajadores echan horas para abrir de nuevo las terminales, arruinadas cuando el agua del cercano Atlántico alcanzó hasta los 5 metros de altura.

Patrielle Smith aseguró a Efe que en una semana más habrán limpiado todo, incluido los restos de una avioneta que “aterrizó” dentro de la terminal, cerca de la zona de facturación de equipajes y después “ya se verá”.

Smith tiene confianza de que no tardarán mucho, porque, a fin de cuentas, dice, se puede volver a hacer todos los procesos manualmente y trabajar debajo de carpas.

En el puerto de Freeport espera un nutrido grupo de personas. Una de ellas es Ramona Simone, quien dijo a Efe tener “fe” en poder dejar atrás pronto esta semana y alejarse todo lo posible de ese “maldito huracán catastrófico” que la dejó sin nada.

Cuestionada sobre lo primero que hará al llegar a Estados Unidos dice que “despejar la mente” y después comenzar una nueva vida.

Otra que quiere marcharse es Linda Divine, que espera en el puerto junto a sus hijos de 12 y 4 años a que algo suceda, algo inesperado que le permita emigrar a EE.UU. a pesar de que no tiene visado para entrar a este país que está a tan solo unos 100 kilómetros de la costa.

Pero para Donald Duncombe, diácono de la iglesia católica de St. Vicent the Paul, situada a las afueras de Freeport, a escasos metros del mar, es vital que la gente del país no emigre ante la adversidad, por mucho que la que ha dejado Dorian sea inigualable en la historia del país.

En un descanso de las tareas de limpieza del templo, que también acabó inundado, el religioso dice que con cada huracán la población local ha ido menguando y se preguntó, si se van, “?quién va a reconstruir el país?”.

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