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Mauricio, icono de convivencia interreligiosa se prepara para recibir al papa

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EFE

La isla de Mauricio -que ensaya sin descanso cánticos de júbilo, danzas y rezos en la víspera de la llegada del papa Francisco- espera que su mensaje de fraternidad sirva para reforzar la convivencia interreligiosa y multiétnica que caracteriza a sus habitantes.

A pocas horas de que aterrice mañana Jorge M. Bergoglio tras su paso por Mozambique y Madagascar, las televisiones y los periódicos nacionales no hablan de otra cosa, mientras que sus ciudadanos caminan con entusiasmo por calles engalanadas con los colores blancos y amarillos del Vaticano.

Carteles con la imagen de un sonriente papa -en los que puede leerse: “Bienvenido a su santidad, el papa Francisco”- anticipan un evento sin parangón en una nación de poco más de 1,2 millones de habitantes, que mañana disfrutará de un día festivo con oficinas y colegios cerrados.

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“La visita del papa es importante para todos los mauricianos con independencia de su religión, pues el mundo entero tiene los ojos puestos en nuestra pequeña isla”, explica a Efe Ragesh Gourdeale, de orígenes indios y conductor de taxi en la capital de Port Louis.

Como muchos otros mauritanos, Gourdeale considera que lo mejor de su país es la convivencia pacífica entre personas de diferentes religiones y etnias, un tesoro que equipara con sus “hermosas playas y exhuberante naturaleza”.

Compuesta por personas de origen indio, africano, chino y europeo -principalmente francés-, esta nación es además la única del continente africano con una mayoría hindú (el 48,5 %), seguida por cristianos (32,7 %) y musulmanes (17,2%), según el censo nacional de 2011.

“De acuerdo con expertos en el Vaticano y observadores locales, creemos que nuestro país puede ser un ejemplo para el resto del mundo con respecto al diálogo entre (diversas) culturas, personas y religiones”, afirma Rodney Coco, responsable de comunicación de la Diócesis de Mauricio.

Por ello, este religioso espera que el discurso del papa mañana ante las autoridades locales refuerce ese sentimiento último de convivencia que une a los mauritanos e impulse “una sociedad mejor en la que todos puedan sentirse representados de forma equitativa”.

PAPA FUTBOLERO

Desde las nueve de la mañana, más de dos centenares de jóvenes se encargarán de animar a todos los curiosos y fieles que se espera abarroten la capital de Port Louis -con cánticos, rosarios y danzas- hasta la misa al mediodía que oficiará el santo padre.

Cuando esta concluya, un grupo de jóvenes de la diócesis le harán entrega al pontífice de una camiseta hecha para la ocasión del club argentino San Lorenzo de Almagro, del que Francisco es socio y a cuyos partidos acudía de pequeño.

“Le gustaba mucho (el San Lorenzo de Almagro), es como un equipo de barrio con los colores rojo y azul que identifican a María Auxiliadora”, explica a Efe el salesiano de don Bosco Hiberto Cabrera, delegado episcopal para la pastoral juvenil y cabecilla de esta iniciativa.

Hiberto considera, asimismo, la gran cita de mañana como una buena oportunidad para consolidar la convivencia multicultural de la que hace honor Mauricio ya que, pese a que la califica de “bastante buena” sabe también que es algo “frágil”.

“No nos podemos comparar con otros países con grandes dificultades étnicas, raciales o religiosas”, reflexiona el salesiano, “pero debemos aspirar a una convivencia más profunda basada en el conocimiento del otro, y quizá el cristianismo pueda ayudarnos en ese reconocimiento mutuo como hermanos”.

“El papa no es solo la cabeza del Estado de Vaticano o de la comunidad católica, sino una de las grandes influencias de nuestro mundo moderno capaz de escuchar y dialogar con el mundo que le rodea”, concuerda Coco, igualmente expectante ante el discurso del santo padre.

“La atención simbólica que nos ha otorgado, viajando hasta una isla tan pequeña, alejada de Roma y del llamado primer mundo, debe recordarnos que cualquier persona y cualquier país -por pequeño o grande que sea- puede jugar un mejor papel en el mundo”, concluye.

Por Dai Kurokawa y Patricia Martínez

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