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El turismo tunecino tira del sector frente a la bajada de los europeos en un año récord

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EFE

Recostado sobre el lomo de uno de sus camellos, Mounir mira a la inmensidad del desierto que se abre a sus pies y suspira antes de emitir una queja con su amplia sonrisa de beduino.

“Podrán decir lo que quieran, pero el turismo no se recupera. Si no fuera por el turismo local tendríamos que cerrar y eso que estamos en temporada alta”, asegura mientras observa a las dos familias extranjeras que acompaña divertirse entre las dunas.

“No sé si es porque no hay dinero para viajar al extranjero o que los tunecinos han decidido descubrir su país. En cualquier caso es una buena noticia”, agrega.

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Según el ministro tunecino del sector, Rene Trabelsi, en 2018, el Turismo, uno de los motores de la endeble economía nacional, alcanzó los 8.299.137 visitantes extranjeros, la mejor cifra desde el triunfo de la revolución hace ocho años.

En declaraciones esta semana a la radio local FMExpress, el ministro insistió en que el objetivo para el próximo año es superar los nueve millones y admitió que para ello debe recuperar la confianza de los visitantes europeos, aún reticentes.

“Es cierto que el número de turistas europeos sigue a la baja, y que necesitamos una estrategia para atraerlos de nuevo. Diversificar la oferta, invertir en cultura, deportes y negocios, así como en el desierto, para que vengan también en temporada baja”, explicó.

“Es importante también dar un nuevo impulso a la artesanía, que en la actualidad ha perdido a muchos de sus artesanos”, agregó Trabelsi.

En la medina de Touzer, ciudad situada en la frontera sur con Argelia, la principal atracción son los decorados abandonados por el equipo de George Lucas en mitad del desierto tras rodar la mítica “Stars Wars”.

A media mañana de un día de Navidad, el recinto está rodeado de decenas de personas que ofrecen a los turistas, en su gran mayoría tunecinos, paseos a camello, caballo o en Quad, fotos con zorrillos o un paseo en 4x4 en las dunas.

En el interior, entre las calles del puerto espacial de Mos Spa que recorrió Obi-Wan Kenobi, un grupo de comerciantes ofrece todo tipo de baratijas, ninguna de ellas relacionadas con la película o con la artesanía local.

Igual ocurre en otros escenarios de saga -Tataouine o Ksr Ould Sultan- abandonados y olvidados por el gobierno tunecino pese a que son, junto a las safaris por el desierto, la principal atracción para los turistas extranjeros.

“Las infraestructuras se han quedado obsoletas, y la inversión en esta zona es escasa”, se queja uno de los gestores del hotel Dar Hi, un remanso de paz modernista abierto al gran palmeral de Nefta, una de los hitos turísticos del sur.

En la última semana del año era el único de la zona que tenía el aforo casi completo, pero apenas un 25 por ciento de sus huéspedes eran extranjeros.

“Los extranjeros gastan más, dejan más dinero que los visitantes locales, pero también son mucho más exigentes. Sus intereses son diferentes”, señala Selim, quien se gana la vida haciendo acrobacias con un todoterreno entre las dunas del desierto.

“Aún así no nos podemos quejar, estamos mejor que otros años. Poco a poco”, agrega con una sonrisa.

En Douz, capital del sur, hoteles denominados de cinco estrellas como el Sahara Douz, tienen una afluencia continua de visitantes, pese a que el nivel de sus servicios de habitaciones y restauración conoció tiempos mejores.

Grupos de tunecinos, franceses, italianos y chinos los usan como fonda antes de aventurarse en el desierto, donde los beduinos ofrecen acampadas bajo las estrellas y el frío invernal por unos 75 euros al día por persona.

China es uno de los países que han venido a llenar el hueco que dejaron los visitantes europeos tras la revolución de 2011 pero sobre todo tras los tres cruentos atentados de 2015, que segaron la vida de 72 personas, 60 de ellas turistas extranjeros.

China y Túnez firmaron un acuerdo el pasado año para que Pekín aumentara los viajes subvencionados.

El otro es Argelia, que con 2,7 millones de visitantes devino en el principal origen de turistas en Túnez en 2018, atraídos no por su cultura si no por la oferta de hoteles balneario con todo incluido a precio irrisorio.

“El Gobierno se centra solo en los grandes hoteles de lujo, en el beneficio de las grandes familias del sector como en tiempos de la dictadura, y apenas nada en el turismo alternativo”, se queja un pequeño hotelero.

“Es un turismo que se queda en el hotel y apenas tira de la industria local, que sigue sumida en la crisis. No se trata de que vengan muchos, si no que sea un turismo diferente que pueda resistir otra crisis”, concluye.

Javier Martín

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