Anuncio

El ruso Piskunov gana la primera etapa y el colombiano Quiroz es segundo

Share
EFE

Saúl “Canelo” Álvarez, máxima estrella del boxeo mexicano y uno de los mejores del orbe es una rara amalgama de popularidad, antipatía y polémica.

Alrededor suyo hay mucho más que los 365 millones de dólares que comenzó a recibir anoche en Nueva York tras la primera de 11 peleas que acordó con la firma de streaming DAZN.

Hay una parafernalia, inherente al boxeo y a gente como él, de intereses, de hipocresía, disfrazada en buenos deseos, amigos y amigas surgidos de la nada, asesores, políticos, empresarios que lo rodean en una burbuja de oropel de la que este imán de dinero y pasiones es prisionero voluntario.

Anuncio

Todos ellos quieren un poco del glamour de su nombre impreso en las marquesinas del mítico Madison Square Garden, que despidió este año, el 50 de su llegada a la séptima Avenida de Manhattan, abriéndole las puertas por vez primera a este fenómeno mediático.

Un fenómeno que ha conquistado todo lo tangible en el boxeo, menos lo que no puede comprar con esos 365 millones sumados a los muchos ya ganados: Credibilidad.

Credibilidad que le garantice trascendencia como alguien de respeto, como un Chávez, Márquez, López o Canto.

Y no es que no se merezca ese respeto, porque ha luchado por ello, es deportista modelo, ejemplo de trabajo, constancia y sacrificio, que entiende que el talento no basta por sí solo, pero que no puede convencer a la opinión pública de que sus triunfos se los debe a él y sólo a él.

“Punching bag” preferido de las redes sociales, Álvarez es inmerecido blanco de cualquier epíteto por hacer su trabajo y hacerlo bien, pero tiene responsabilidad en la percepción que genera.

Su tristemente célebre y arrogante “hay que dejarnos de mamadas” (tonterías) de mayo de 2016, con Amir Khan aún noqueado, para retar a Gennady Golovkin con quien semanas después rehusó pelear (por motivos contractuales) lo etiquetó como cobarde, algo impensable para un mexicano, sobre todo de Jalisco.

Finalmente, peleó y dos veces con Golovkin, considerado largo tiempo el mejor de los mejores y no sólo compitió, sino que para algunos lo superó en el primer choque, aunque no en el segundo en el que escuchó de nuevo el sonsonete de “robo, consentido de las empresas y la televisión”.

Sin embargo, pese a la percepción de una ajustada derrota, sus bonos subieron por su desempeño combativo, de guerrero, que dividió a las usualmente unánimes críticas redes y le dio el crédito buscado por años.

Ahí quedó claro que una eventual derrota, pero con actitud de fajador que no le importa recibir, pero sí dar, queda relegada ante un “tongo” armado para favorecer su récord, pero que perjudica su imagen.

Y eso parece no entenderlo el ‘establishment’ que lo circunda, que sigue filmando una película de ciencia ficción en el set de la vida real sobre alguien que es humano y que ganando o perdiendo puede mantenerse como imán de taquilla y ser, también, uno de reconocimiento.

Anuncio