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Mick Mulvaney, un radical del “Tea Party” en el Despacho Oval de Trump

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EFE

Mick Mulvaney suele presumir de que no hay nadie más de derechas que él en la Casa Blanca de Donald Trump. El presidente estadounidense confió a este ultraconservador la elaboración del presupuesto y ahora lo nombró su nuevo jefe de gabinete, abriendo las puertas del Despacho Oval al “Tea Party”.

Mulvaney, que nació en el extrarradio de Washington hace 51 años pero se crió en Las Carolinas, dejó el lucrativo negocio inmobiliario familiar en 2006 para entrar en política. Estaba decepcionado con los republicanos y con el expresidente George W. Bush (2001-2009) por estar hinchando el déficit nacional, la obsesión que le ha acompañado en su carrera.

Él esperaba que Bush liderara una revolución para reducir el aparato burocrático, pero en su opinión pasó lo contrario.

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Según explica el propio Mulvaney, Jeb Bush le llamó para pedirle su apoyo en las primarias republicanas de 2016, a lo que él respondió: “Gobernador, entré en política porque no me gustaba lo que su familia estaba haciendo”.

En esa contienda que ganó Trump, Mulvaney apoyó al senador del “Tea Party” Rand Paul, que comparte con él su obsesión por la deuda.

Mulvaney fue elegido representante estatal en Carolina del Sur en 2006, cuando la bandera confederada todavía ondeaba en su Asamblea General, y dos años después saltó a su Senado. Pero Carolina del Sur se le quedó pequeña, y en 2010 participó en la ola conservadora que arrebató a Barack Obama el control de la Cámara Baja federal.

Ese año fue elegido por el mismo distrito que representaba en la ficción de “House of Cards” Frank Underwood, el quinto de Carolina del Sur, siendo el primer republicano en lograrlo desde 1883.

Su carrera política dio un nuevo salto cuando Trump le fichó tras ganar las elecciones para su Gabinete dirigiendo la Oficina de Administración y Presupuesto, encargada de elaborar la propuesta de cuentas públicas del Gobierno.

Su confirmación colgó de un hilo cuando reconoció que dejó de pagar unos 15.000 dólares en impuestos por la niñera de sus trillizos, pero finalmente logró el apoyo del Senado en una ajustada votación en la que el fallecido John McCain se le opuso por su escepticismo sobre el gasto militar.

Mulvaney tenía el sueño de reducir el presupuesto público a lo esencial, incluidas reformas de las dos mayores partidas: los programas sociales Medicare y Social Security, y la misión de convencer de ello a un presidente que no cree en la austeridad.

Pese a no lograr todo lo que sus compañeros del “Tea Party” -un poco decepcionados- esperaban de él, los presupuestos con el sello de Mulvaney para 2018 proponían importantes recortes en todos los departamentos con excepción del Pentágono.

“Cuando reduces el gasto en programas con nombres bonitos, la gente cree que estás en contra de esas cosas bonitas”, dijo Mulvaney, al defender que su objetivo solo es cambiar la forma en la que se gasta el dinero en Washington.

Sin embargo, como en sus años como legislador, sus propuestas chocaron con una mayoría republicana y demócrata en el Congreso que rehizo las cuentas casi por completo antes de aprobarlas, apuntalando ese incremento del déficit que Mulvaney aborrece.

El senador republicano por Carolina del Sur Lindsey Graham, con el que juega al golf, dijo que el 29 % de recorte que propuso para el Departamento de Estado llevaría a “muchas situaciones como Bengasi”, en alusión al ataque al consulado estadounidense en esa ciudad de Libia.

Mulvaney fue congresista en Washington durante seis años. A su llegada fundó la facción ultraconservadora Freedom Caucus, que tantos problemas ha causado a los republicanos por su radicalidad e intransigencia al pacto.

No tiene un gran currículum de logros legislativos para mostrar, pero sí se le recuerda como un agitador eficaz.

Con su nombramiento como jefe de gabinete, el “Tea Party” pone los dos pies en el Despacho Oval y Mulvaney tiene la nueva misión de escorar a Trump a la derecha y no salir escaldado en el intento, como sus predecesores.

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