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Antonio Roldán: la leyenda del mentiroso

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EFE

Antonio Roldán, el mexicano que este viernes celebra los 50 años de su título olímpico de boxeo, tejió su leyenda a partir de una mentira, cuando le inventó una historia de héroe a un promotor que lo programó en una de sus funciones.

“Me inventé un récord ganador, me programó, vencí al rival y a partir de ahí hice mi propia historia. Estoy orgulloso de mi oro olímpico, aunque no satisfecho porque somos una generación olvidada. Ahora cualquiera gana un campeonato centroamericano y le dan buenas becas; a nosotros nunca nos dieron nada”, dijo en entrevista a Efe.

A los 72 años, ante el cuadrilátero de la Arena México, donde derrotó por descalificación en la final olímpica al estadounidense Al Robinson, Roldán aseguró recordar los detalles del mejor día de su vida de boxeador.

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“Mi madre estaba sentada ahí. Murió de 100 años y la recuerdo aquel día”, dijo, y señaló la tercera fila para luego contar que la sala estaba llena, pero afuera se habían quedado miles de personas que no pudieron disfrutar la noche del 26 de octubre en la que él ganó la corona de peso pluma y su amigo Ricardo Delgado se hizo campeón de la categoría mosca.

“Yo había derrotado a Robinson unos meses antes en Las Vegas. En los Juegos estaba más en forma, pero yo di los mejores golpes hasta que en el segundo asalto me pegó tres cabezazos, me abrió la ceja y lo descalificaron”, contó.

Roldán había empezado en el deporte como centrocampista de los Vaqueros de Cuautitlán, equipo de fútbol de tercera división. Fue un jugador de ataque que sintió posible el sueño de jugar con las Chivas de Guadalajara, pero un día se pasó al boxeo y ahí construyó una de las mejores historias de un pugilista mexicano.

En México 1968 debutó el 15 de octubre con una victoria unánime sobre el sudanés Addel Hamid. El mexicano era un poco más alto y marcó diferencia a su favor para imponerse y acceder a octavos de final, etapa en la que se impuso 4-1 al irlandés Edward Tracey

“Ese Tracey era duro, después le ganó al gran “Mantequilla Nápolés”. Yo estaba bien preparado y lo derroté claro”, recordó.

El 22 de octubre Roldán aseguró medalla con otro triunfo 4-1, esa vez sobre el soviético Valery Plotnikov, después de lo cual el mexicano quedó listo para uno de los grandes retos de su vida, el moreno keniano Philip Wauringe, uno de los púgiles más completos de los Juegos Olímpicos.

“Era técnico, de manos rápidas y pegada. Nos dimos buenos trancazos y la decisión fue cerrada”, comentó al referirse a uno de los mejores pleitos de México’68, decidido en favor del mexicano por votación dividida de 3-2.

Después de vencer a Robinson, al campeón Roldán lo llevaron en hombros hasta el estudio de televisión cerca de la Arena, el presidente Gustavo Díaz Ordaz le regaló una casa y un automóvil, pero después de eso se olvidaron de sus proezas y si salió adelante fue por su trabajo.

“Hicimos todo y debían apoyarnos más, pero no es así y hay que aguantarse. Dinero no tengo mucho pero soy un hombre feliz”, aseguró.

Hace dos días al ver a Roldán el gran boxeador estadounidense George Foreman saludó con un beso al mexicano. Fue una muestra de la amistad que nació en los días de entrenamientos en la Villa Olímpica y se hizo sólida después de que ambos ganaron oro.

“Lo más difícil de aquellos días fue bajar de peso. En la villa llegué a perder seis kilos en poso tiempo; me daba baños de vapor y dejaba de comer. Me perdí las comidas ricas de la Villa pero estaba concentrado en dar el peso y ganar”, confesó.

Muchos años después, la calvicie delata el paso del tiempo. Sin embargo, Roldán recuerda sin melancolía. Sabe que si bien su leyenda empezó con una mentira, él fue un ejemplo de peleador honesto y si llegó lejos fue por eso.

“Ahora es más fácil llegar. Hay pocos ídolos. Para mí, ídolo fue Rubén Olivares y luego Julio César Chávez; ahora está el ‘Canelo’ Álvarez, pero le falta hacer historia”, dijo.

Gustavo Borges

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