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Los mandamientos del campeón olímpico Ricardo Delgado

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EFE

Ricardo Delgado, el púgil mexicano campeón de peso mosca de los Juegos Olímpicos de México 1968, cree que si llegó lejos en el boxeo fue gracias a que se asumió como un feligrés del deporte; con una carrera regida por mandamientos.

“Lo primero siempre fue entrenarme duro. Cuidé eso y como soy un tipo pacífico, mis peleas solo fueron con guantes puestos. Fue una regla de mi vida y la incumplí solo una vez, de chiquillo; en una bronca en la calle le di un golpe a uno y ya no se paró. Después de eso nunca más”, dice en entrevista a Efe.

A los 71 años, Delgado tiene claros los detalles de sus cuatro combates en México 68, sobre todo el del 26 de octubre en la final contra el polaco Arthur Olech.

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“Unos meses antes le di un baile en Varsovia y me quitaron la pelea. Con ese antecedente yo sabía que podía ganarle; era de baja estatura, entraba bien. Yo cambié la velocidad de los golpes y con mi rapidez de piernas y brazos le gané por voto unánime”, recuerda.

En la Arena México de la capital, Delgado manejó con maestría su ‘jab’ de zurda y con cada asalto incrementó la ventaja, conseguida con un boxeo técnico, con golpes limpios y una buena defensa.

“El boxeo es el arte de pegar y que no te peguen y yo me mantuve concentrado en llevar a la práctica eso con buenas fintas”, dice.

Había debutado con un triunfo por 5-0 sobre el fajador irlandés Arthur Mc Carthy en un combate en el que el rival no lo dejó lucir su elegante estilo; mejor fue el pleito ante el japonés Tetsuaki Nakamura, un hombre fuerte que salió a forzar el combate y ante el cual aseguró medalla.

“Cuando estás en el ring no piensas que estás a punto de separar un lugar en el podio olímpico. Yo no dejé que nada me distrajera, hice mi trabajo y también le gané unánime a Nakamura”, dice.

En semifinales Delgado aceptó el reto del brasileño Servilio de Oliveira. Era un rival con habilidades en la corta distancia al que el mexicano venció gracias a su buena defensa y a la cantidad de los impactos, más que en la calidad.

“Yo bailaba y tiraba golpes de todos tipos. Me gusta la música, bailar, entonces trasladé eso al deporte. Mis estilo tenía algo del de los bailarines”, dice.

Con el cabello canoso y pocos kilos más que cuando era un joven veloz, Delgado cree que la clave de sus triunfos estuvo en el celo con el que cumplió sus mandamientos de púgil.

“En las mañanas me levantaba a correr, luego pasaba por el cuarto de vapor y mi alimentación fue sana. Comer bien no es comer mucho; es una buena tajada de carne, hígado o pescado, pero una sola y comer fruta. De azúcar, nada, o poca. Jamás tomé alcohol ni cosas raras y eso me ayudó”, señala.

En estos días, Ricardo viajó a la capital desde Cancún, donde da clases de boxeo en una escuela y es entrenador en un gimnasio, y se unió a los festejos por el medio siglo de los Juegos Olímpicos.

“Uno mira para atrás y siente orgullo porque hizo lo que le tocó y lo sigue haciendo. No tengo nostalgia, he coincidido con amigos de los viejos tiempos y uno agradece la vida vivida”, explica.

Termina la entrevista y Ricardo Delgado siente la mirada de un moreno de pequeña estatura. Lleva barba blanca, unos lentes cuadrados y lo sorprende con un abrazo.

Servilio de Oliveira vino desde Brasil para recordar la pelea que tuvieron hace 50 años. Posan en postura de boxeadores a pedido del fotógrafo y emocionado el brasileño le da un beso en la cabeza al mexicano.

“Fue tremenda pelea, Ricardo era un caballero y fue un justo campeón”, dice Servilio y luego se quedan hablando, del paso del tiempo, de cómo llegaron con salud a la edad de abuelos y de la religión que marcó sus vidas: el boxeo.

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