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Tyler “Nick” Hague, ilusión y nostalgia ante su primer vuelo espacial

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EFE

A falta de unas horas para que Tyler “Nick” Hague se embarque en su primer viaje espacial, su cabeza no está para grandes hazañas y, al igual que le ocurriría a cualquiera, un cóctel de sensaciones recorre su cuerpo: Ilusión, nostalgia y, ante todo, incertidumbre ante lo desconocido.

“Tal vez el aspecto más interesante sea cómo seré capaz de adaptarme al vuelo espacial. Como primerizo será fascinante ver cómo mi cuerpo se adapta a la vida sin gravedad”, dijo a Efe este coronel de las Fuerzas Aéreas de EE.UU. de 43 años y quien desde niño soñaba con viajar a las estrellas.

Este jueves a las 08.40 GMT, si todo sale según lo previsto, Hague y el cosmonauta ruso Alexei Ovchinin despegarán en la Soyuz MS-10 desde la base kazaja de Baikonur, con destino a la Estación Espacial Internacional (EEI).

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Ese instante supondrá la culminación de los cerca de cinco años de capacitación a los que se ha sometido Hague desde que la NASA lo seleccionó en 2013 para participar en su programa de formación de astronautas.

El último par de meses de preparación los ha pasado en Kazajistán, ultimando los detalles de su misión y alejado de su familia, que no ha dudado en recorrer medio mundo para compartir con él los instantes previos a su partida, un momento tan inolvidable como amargo.

“Es mi primer lanzamiento y va a ser la primera vez que ellos asistan a un lanzamiento en persona. Ellos han realizado y realizarán muchos sacrificios para que esta misión sea un éxito, así que son tan parte de todo esto como cualquiera”, explicó Hague al hablar de su esposa y sus dos hijos.

A lo largo de estas últimas semanas, el estadounidense ha estado practicando su ruso -que será el idioma oficial durante el despegue-, ensayando los paseos espaciales y, por supuesto, poniendo a punto la Soyuz.

“Hemos realizado dos chequeos a nuestra nave y todo está en orden. Está lista y se ve hermosa”, comentó Hague.

Más allá de los aspectos puramente prácticos, su estancia en Bakinour ha permitido a Hague participar en algunas de las pequeñas ceremonias que suelen preceder a este tipo de aventura, como preparar un cuanto menos exótico equipaje o participar en la tradición de plantar un árbol antes de viajar al espacio exterior.

“Hace apenas unos días planté mi árbol aquí, en el paseo del Cosmonauta, tal y como han hecho todos aquellos que han despegado desde el cosmódromo de Baikonur desde que lo hizo Yuri Gagarin. Fue una auténtica lección de humildad andar entre esos árboles y ver los nombres de aquellos que fueron antes que yo y que permitieron que mi viaje sea posible”, relató.

Hague, una persona afable y de trato fácil, no ha dudado estos días en compartir sus experiencias a través de las redes sociales, que se han convertido en su particular cuaderno de bitácora antes del viaje, en el que el astronauta ha ido compartiendo los entresijos de su experiencia.

De cara a la misión, el piloto recalcó su deseo de poder sacar partido a “todo” aquello que ha aprendido durante su entrenamiento, como los experimentos científicos o el uso de los mandos robóticos que permiten el manejo de cargamento en la EEI.

Otro de los aspectos de esta misión que más emocionan a Hague es que la estación internacional cumplirá su 20 aniversario durante su estancia.

“Durante veinte años un equipo de miles de personas de países de todo el globo han trabajado para construir y operar una de las máquinas más complejas jamás construidas. Es realmente notable”, valoró.

Sin embargo, más allá de los objetivos y logros que alcance este particular viajero del espacio durante el aproximadamente medio año que durará su aventura sideral, Hague se aferra a una ambición aún mayor que hace solo unos años parecía ser una utopía:

“Espero que también sirva como un ejemplo magnífico sobre cómo avanzar con éxito hacía la exploración de la Luna... y de Marte”, concluyó este militar soñador que, a estas alturas, asegura estar “listo para el despegue”.

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