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Un doble campeón mundial que no advirtió que a su lado agonizaba el récord de Beamon

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EFE

Una bomba que hubiera explotado a su lado no le habría desviado un milímetro de su modesta idea fija, consistente en pasar por tiempos a la final de 5.000 metros de un Mundial, y mucho menos el hecho de que a su lado el legendario récord de Bob Beamon estuviera exhalando el último suspiro.

Abel Antón, que así se llama el español protagonista de aquella escena, acumuló durante su carrera motivos suficientes para estar en los libros de historia del atletismo, entre ellos uno nada desdeñable: fue el primero que revalidó el título mundial de maratón (Atenas’97 y Sevilla’99).

Aquel 30 de agosto de 1991 aún no había llegado su hora y sin embargo Antón tuvo en el estadio Nacional de Tokio un papel de actor secundario en el drama que se desarrolló a su lado.

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Si hubiera que seleccionar una sola foto de los Juegos Olímpicos de México’86 pocos dudarían en escoger aquella que refleja el vuelo magnífico de Bob Beamon en el foso de longitud, el 18 de octubre, camino de su espectacular récord del mundo: 8,90 metros.

Durante 23 años aquella marca había permanecido inaccesible, pero la final de Tokio’91 desencadenó un fuego graneado que terminó por derrumbarla. El récord no resistió el acoso combinado de Carl Lewis y Mike Powell.

Lewis enarboló el hacha de guerra en su primer salto: 8,68. Siguió con un nulo, un tercero de 8,83 (con viento ilegal de +2,3) y un cuarto estratosférico: 8,91. Por primera vez un atleta superaba a Bob Beamon, pero otra vez el viento (+2,9) impidió su homologación.

Fue en este salto cuando aparece nuestro personaje secundario, Abel Antón, por entonces un atleta medio desconocido en la escena internacional. El vídeo lo sitúa corriendo en el anillo, enfrascado en su objetivo de meterse en la repesca del 5.000, y a su lado, casi en paralelo, Lewis iniciando el despegue hacia los 8,91.

“Lo recuerdo perfectamente porque cada vez que ponen el salto de Lewis yo estaba corriendo la tercera eliminatoria del 5.000. Teníamos que sacar tiempos para meternos en la repesca. Nada más salir, al kilómetro, me fui por delante del grupo y llegué a sacarles cien metros a todos. Fui toda la carrera el primero hasta la última vuelta, cuando ya me adelantaron seis. Lo tenía todo muy calculado y no me importó que me alcanzaran. Yo sólo tenía que terminar. Era el séptimo, que también pasaba por tiempos, y dos días después corrí la final”, recuerda Antón para EFE.

“Entonces coincidí en pantalla con el salto de Lewis de 8,91. Cada vez que ponen el reportaje ahí salgo yo, con los pelos largos, junto a Lewis”, apunta Antón, que, ensimismado, permanecía imperturbable dando vueltas a la pista -”era yo contra el crono-” sin advertir la escena histórica que se desarrollaba a su lado.

Ante los saltos, nada deslumbrantes, de Mike Powell (7,85, 8,54, 8,28 y nulo) Lewis acariciaba la gloria. Estaba lejos de imaginar que, pese a haber aterrizado más allá del récord de Beamon, cinco minutos después se le iba a escapar la medalla de oro. Su rival se descolgó en el quinto con esos asombrosos 8,95, con ligero viento favorable (+0,3), que acabaron con la legendaria plusmarca de Bob Beamon.

Unos segundos de incertidumbre mientras los jueces medían el salto y el estallido de alegría cuando apareció la marca en el marcador. Fuera de sí, Powell elevó los brazos en júbilo, salió corriendo por la pista y se abrazó con la primera persona que topó, un juez.

El récord por entonces más viejo de las listas, que parecía destinado a sobrevivir al siglo veinte, quedó hecho pedazos por obra y gracia de dos colosos del salto que encontraron motivación suplementaria en las marcas que iba consiguiendo el contrincante.

Un drama apasionante, sin duda, pero que pasó inadvertido para Abel Antón. “No me enteré de nada. Nunca fui consciente de que Powell había batido el récord de Beamon con 8,95, ni de que Lewis hubiera saltado 8,91, dos marcas históricas. Sólo cuando terminé supe que se había batido el récord, pero nunca fui consciente de que Carl Lewis corría a mi lado en aquel salto”, relata.

“Yo estaba concentrado en lo mío, en que estaba en un Mundial y en que tenía que hacer lo que fuese para estar en la final. Luego he corrido otros muchos campeonatos, pero aquél tuvo mucha relevancia por el hecho de haber corrido en paralelo con Carl Lewis, un momento captado por todas las imágenes”.

Seis años después Abel Antón se proclamó campeón del mundo de maratón rodeado de mármoles viejos en el estadio Panathinaiko de Atenas, histórico escenario del atletismo en los primeros Juegos de la era Moderna, en 1896.

“Yo era joven en aquella época, cuando Tokio. Han pasado los años y mis triunfos llegaron en 1997 en 1999 en maratón. He disfrutado de la gloria de ser dos veces campeón mundial después de haber participado en siete. Y en maratón, que es una distancia muy dura. Luego coincidí con Mike Powell en los Juegos de Seúl, pero sólo lo vi en las pistas de calentamiento. Nunca he hablado con él personalmente. Con Lewis sí he hablado, pero no sobre lo que pasó aquél día en Tokio”, precisa.

La capacidad de concentrarse en un objetivo es una cualidad que adorna a los grandes del deporte, y a juzgar por lo ocurrido el 30 de agosto de 1991 en Tokio, Abel Antón la atesora en alto grado.

José Antonio Diego

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