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Beethoven es olímpico

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EFE

Si hubiera que adjudicar una medalla de oro a alguno de los grandes compositores de la historia de la música el aspirante idóneo sería Ludwig van Beethoven, cuyo Himno a la Alegría ha estado ligado a momentos memorables de varios Juegos Olímpicos, entre ellos los de México’68, que celebran este año su 50 aniversario.

El cuarto movimiento de la Novena sinfonía fue el himno germano en los Juegos de 1956, 1960 y 1964, en los que Alemania compitió con un equipo unificado pese a la división posbélica, y se mantuvo como eslabón entre el este y el oeste en la edición de México, en la que las dos Alemanias ya compitieron por separado.

Pierre de Coubertin, restaurador de los Juegos de la modernidad, adoraba el Himno a la Alegría. “Me exalta y me arrebata desde que era un niño”, admitió. Por eso le entusiasmó conocer que sería interpretado en el momento culminante de la ceremonia inaugural de los Juegos de Berlín 1936.

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El barón francés murió poco después, sin saber el recorrido olímpico que tendría esa pieza.

En 1955, seis años después de la fundación de la República Democrática Alemana, el COI reconoció a su comité olímpico pero con la condición de que las dos Alemanias acudiesen a los Juegos de Melbourne 1956 con un equipo unificado. Así lo hicieron, con la composición de Beethoven como himno compartido.

Arropados por sus notas desfilaron los deportistas alemanes en la ceremonia de apertura y también con ellas celebraron sus victorias en el podio. Y así continuaron haciéndolo en Roma’60 y Tokio’64.

Rendido a la evidencia, el COI autorizó en 1965 que las dos Alemanias se presentasen por primera vez en los Juegos de México 1968 como lo que eran, dos países y dos equipos distintos. Pero, eso sí, deberían mantener una bandera común y un único himno, el Himno a la Alegría, para recibir sus medallas.

Catorce veces sonó Beethoven en México en honor de los deportistas germanos: nueve orientales y cinco occidentales se proclamaron allí campeones olímpicos. En el total de medallas, en cambio, se impuso Alemania Federal por 26 a 25.

La Novena de Beethoven sonó también en la ceremonia de clausura como homenaje a la siguiente sede de los Juegos, Múnich.

Aunque esa sinfonía no volvió a ser utilizada en los Juegos como himno de ningún equipo, se empleó después de México en numerosas ocasiones. No precisamente en Múnich’72, donde relegaron a Beethoven para dar una imagen moderna y sin conexión alguna con la anterior edición disputada en Alemania, en 1936 en el Berlín de los nazis.

En 1980 la bandera olímpica entró en el Estadio de Lenin de Moscú al son de la Novena y, en la clausura, fue arriada con la misma melodía.

También en Los Ángeles 1984 y Barcelona 1992 tuvo su protagonismo en algún momento de las ceremonias, aunque uno de los momentos más recordados corresponde a unos Juegos de invierno, los de Nagano 1998, en cuyo cierre el Himno a la Alegría fue interpretado simultáneamente por coros repartidos por los cinco continentes, que se sincronizaron con el que estaba presente en el estadio.

El director de orquesta argentino Daniel Barenboim, que coincidiendo con los Juegos de 2012 interpretó en Londres con la West-Eastern Divan Orchestra las nueve sinfonías de Beethoven, fue uno de los encargados de introducir la bandera olímpica en el estadio el de día de la inauguración.

Ludwig van Beethoven compuso la Novena Sinfonía en 1823. Su cuarto movimiento pone música a la Oda a la Alegría escrita por el poeta Friedrich Schiller en 1785, que dice: “Alegría, hija del Elíseo. Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado, todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave. ¡Abrazaos, criaturas innumerables! Que ese beso alcance al mundo entero”.

El Himno a la Alegría, en una versión sin letra, es desde 1985 el himno oficial de la Unión Europea. Pero ya en México 1968 fue la música que unió por última vez a dos países que, por primera vez, competían por separado.

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