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El sueño de agua de la niña del piano

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EFE

A los cinco años María Teresa Ramírez conmovía a los adultos cuando tocaba al piano el “Claro de Luna” de Beethoven, pero un día la sorprendió un sueño de agua, olvidó la música y no paró de nadar hasta ganar una medalla olímpica.

“También interpretaba a Chopin, tenía facilidad y me gustaba. Eso duró hasta que me fui a clases de natación, me gustó el contacto con el agua y lo cambié todo”, contó a Efe la medallista de bronce en los 800 metros estilo libre en los Juegos Olímpicos de México 1968.

Medio siglo después de su proeza, Maritere es una atractiva mujer que no usa reloj y quizás por eso da la impresión de haber detenido el tiempo. Sin arrugas, con un par de ojos sonrientes, y elegantes movimientos que quizás heredó de su tiempo de artista, da la impresión de ser una mujer de 42 años metida en un cuerpo de 63.

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Antes de cumplir los 12 años la mexicana se dio a conocer en los Centroamericanos y del Caribe de 1966 con una medalla de bronce en los 100 metros estilo mariposa, una plata en el relevo 4 por 100 combinados y un tercer lugar en los relevos 4 por 100 metros estilo libre. Un año después hizo el equipo a los Panamericanos de Winnipeg, Canadá y, aunque no ganó presea, allí aprendió cosas.

“A inicios del año olímpico vino a nadar con nosotros la medallista mundial Lisa Lungren. Me encantaba verla nadar distancias largas con su pelo amarrado con una media colita. El entrenador Manuel Echeverría me sugirió pasar a las pruebas de fondo y en poco tiempo me adapté”, recordó.

Por aquellos meses, dejó la escuela, empezó a entrenarse en doble sesión y levantó el nivel. Hizo un registro de clase mundial en la prueba de la milla en un torneo en Oklahoma, se tuteó con varias de las mejores en otras competencias en Estados Unidos y eso la hizo saltar al grupo de favorita a medalla en los Olímpicos.

Después de competir en 200 y 400 metros para saber de qué se trataba nadar en unos Juegos, Maritere abandonó la Villa Olímpica y se fue a dormir a su casa para evitar los ruidos. Quedó tercera en la eliminatoria de 800 y se declaró lista para la final.

El jueves 24 de octubre, la niña del piano desayunó hotcakes y almorzó algo ligero. A las cinco de la tarde se acomodó en el asiento trasero del coche de sus padres y entonces se preguntó si no hubiera sido menos estresante haber sido pianista.

“Miraba por el cristal a la gente que iba a la piscina para verme nadar. Envidiaba la tranquilidad de esos desconocidos y en algún momento tuve el deseo de cambiarme por ellos”, confesó.

Maritere compara el momento de entrada a la alberca con un terremoto que la movió cuando la gente empezó a gritar ¡México!, ¡México!, ¡México¡. “Traté de no pensar, respiré y me puse a imaginar las vueltas, pero aquello parecía caerse”.

En la final la estadounidense Debbie Meyer se escapó, luego su compatriota Pam Krause la siguió y Maritere fue a parar al cuarto lugar, detrás de la australiana Karen Moras. El entrenador Ronald Johnson le había ordenado que no podía alejarse de Moras y ella cumplía.

“Al llegar a los 400 metros empiezo a recuperar. Yo escuchaba los gritos de la gente y sabía que estaba en la pelea por el bronce. A los 200 ya íbamos brazada a brazada pero ella siempre se me adelantaba en la vuelta. Me dolía el estómago de la emoción y así llegamos a los últimos 50 metros”, recordó.

Entonces llegó el momento en el que la niña llamada María Teresa Ramírez Gómez alcanzó la mayoría de edad. A mitad de la alberca tomó aire por última vez y con una fuerza casi animal se enfiló a la meta para tocar la pared a la vez que la australiana.

“Los jueces me decían que yo había llegado primero y yo me moría de nervios porque la pizarra no ponía nada, hasta que apareció mi nombre después de Debbie Meyer y Pam Krause y al lado el tiempo de 9:38.5 minutos, una centésima de segundo delante de Moras”.

Lo que la mayoría de los campeones logran después de los 20 años, Maritere lo consiguió a los 14. Dos años después ganó 11 medallas en los Centroamericanos y del Caribe, 8 de oro, y fue la reina de la justa con sede en Panamá, donde le pusieron su nombre a una calle.

“Era muy chiquita, aún no era universitaria y no me pude ir a estudiar a Estados Unidos. Aún así en los Juegos de Múnich mejoré mi tiempo en 13 segundos pero entonces la tecnología estaba adelantada y los mexicanos ya no tuvimos tanto apoyo”, señaló.

Muchos años después se graduó de Ciencias Políticas y cuando dejó de competir mantuvo la costumbre de echarse al agua. En estos días nada 1.500 metros tres veces a la semana y hace ejercicios aeróbicos, lo cual explica que siga en forma.

“Lo que sí no hice nunca más fue volver al piano. Yo había aprendido por nota y con el tiempo lo olvidé”, dijo antes de caminar hacia el carril tres, donde se tomó una foto mientras en el agua decenas de niños se preguntaban si esa señora tan elegante, una leyenda del deporte, sería por su fino pose una actriz.

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