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Uno de los cerebros del ataque al petrolero Limburg será sentenciado mañana

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Este jueves comienza la audiencia para dictar sentencia en el juicio de Estados Unidos contra el terrorista confeso Ahmed al Darbi, preso en Guantánamo acusado de ser uno de los cerebros del ataque perpetrado por Al Qaeda contra el petrolero MV Limburg, en el que falleció un miembro de la tripulación.

Con esta última instancia judicial, que tendrá lugar en el Complejo Legal Expeditivo de la Base Naval estadounidense de Guantánamo, se pondrá fin a un proceso que empezó en 2012, cuando el acusado llevaba ya diez años en el controvertido centro penal, detenido entre otros motivos por planear un atentado que tuvo lugar cuando él ya estaba preso.

En realidad, la audiencia que comienza mañana supone poco más que un tecnicismo, puesto que el saudí llegó en febrero de 2014 a un acuerdo extrajudicial por el que se declaró culpable de los cinco cargos que se le imputan: conspiración, ataque contra bienes civiles, dañar un navío, terrorismo y ayuda al enemigo.

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Estas acusaciones podrían llevarle a ser sentenciado a cumplir tres cadenas perpetuas y sendas condenas a veinte años, cada una, si bien el acuerdo contempla una posible reducción de su pena hasta los nueve años, de los cuales podría llegar a cumplir casi la mitad en su tierra natal, Arabia Saudí.

A cambio de esta generosa reducción de condena por buena conducta, Al Darbi se comprometió a colaborar con las autoridades estadounidenses, motivo por el cual ha tenido que esperar más de tres años para poder escuchar finalmente su condena.

Y es que tanto el papel de este miembro de Al Qaeda, uno de los escasos 41 presos que aún quedan en el centro penitenciario de Guantánamo, como su historia no son las típicas de un simple yihadista raso.

Nacido en la localidad de Taif en 1975, Al Darbi formó parte de las Fuerzas Armadas saudíes antes de iniciar su vida al margen de la ley en 1994, cuando, tras dos años en el ejército y ya con el rango de cabo, decidió desertar para participar en la Yihad.

El saudí se integró posteriormente en una Al Qaeda que por aquel entonces estaba liderada por quien acabaría convirtiéndose en el gran enemigo de Estados Unidos, Osama bin Laden.

Es en esa época cuando comienzan a acumularse los cargos por los que el saudí será sentenciado este jueves.

En un primer momento, Al Darbi utilizó su formación militar para participar en los campos de entrenamiento del grupo terrorista.

Decidido a tener un rol más activo en la lucha yihadista, en el 2000 se unió a una célula terrorista cuyo propósito era el infligir el mayor daño posible a los intereses occidentales en la zona del Golfo Pérsico.

La región, uno de los principales corredores mundiales en lo que a distribución de petróleo se refiere, ofrecía un sinfín de posibles objetivos relativamente vulnerables, los numerosos petroleros que surcaban las aguas de la costa de Yemen.

Una vez urdida la estrategia, sólo faltaba establecer la fecha y el blanco.

El 6 de octubre de 2002, un bote cargado de explosivos se empotraba contra el petrolero de bandera francesa cuando, en palabras de sus verdugos, se disponía a “aprovisionar a la Quinta Flota estadounidense para golpear a los hermanos de Irak”.

Al Darbi ha reconocido ser el responsable de la compra en Arabia Saudí de un gran barco de madera, un localizador GPS y hasta una grúa con el fin de poder cargar en el navío los botes rápidos que serían utilizados en el ataque.

Sin embargo, el yihadista no pudo participar directamente en la acción terrorista, pese a que ha confesado que ese era su deseo, puesto que para cuando tuvieron lugar los hechos, Al Darbi ya se encontraba en Guantánamo.

En un inesperado giro del destino, el saudí había sido detenido en Azerbaiyán en junio de ese mismo año y apenas dos meses después, en agosto, fue trasladado al controvertido centro de detención, donde sólo acabaría sabiendo del éxito de su operación cuando fue acusado de participar en los hechos.

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