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Tijuana, una ciudad que convirtió en realidad los sueños de los boxeadores

Erik Morales, de Tijuana, peleó en los grandes escenarios.

Erik Morales, de Tijuana, peleó en los grandes escenarios.

(PM¥Paul Morse / Los Angeles Times)
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Dicen que el hogar donde crecimos o nos vimos por primera vez de forma íntegra, es importante porque es el centro del mundo que cada quien lleva en la cabeza. Al menos así parece ser para decenas de boxeadores que se han formado en la frontera de Tijuana.

Esta ciudad donde flotan leyendas negras; caminan repatriados, inmigrantes que cargan el sueño americano y damnificados por la guerra contra el narcotráfico, además de casi dos millones de personas que trabajan y la habitan intentando mejorar sus vidas y la de sus hijos; ha producido en los últimos 35 años una veintena de campeones mundiales de boxeo, más de 200 pugilistas profesionales que han peleado en los cinco continentes y peleadores amateur que han representado a México en Juegos Olímpicos.

De aquí han surgido figuras legendarias como Julio César Chávez, quien tras debutar en Culiacán en el invierno de 1980, peleó doce veces en Tijuana en un periodo de cuatro años e hizo su preparación para disputar su primer campeonato mundial, el superpluma del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), que obtuvo tras vencer en el Olympic de Los Ángeles a Mario “Azabache” Martínez.

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O bien los nativos de esta ciudad: Erik “Terrible” Morales, miembro del Salón de la Fama y cuatro veces monarca universal en divisiones distintas; y Jackie Nava, doble campeona mundial y considerada la mejor peleadora que ha dado el país.

Además de campeones universales importantes como Raúl “Jíbaro” Pérez, Manuel “Mantecas” Medina, Antonio Margarito, José “Dinamita” Estrada, Luis Ramón “Yoriboy” Campas, Jorge “Travieso” Arce, Víctor Burgos y, más recientemente, Kenia Enríquez, Luis “Pantera” Nery, Javier “Cobra” Mendoza o Jaime Munguía, entre otros.

“Tijuana es una ciudad de oportunidades y el boxeo no es la excepción”, me dijo el promotor Guillermo Mayén. “Este deporte sigue siendo una opción – sobre todo para aquellos de bajos recursos – para triunfar y sobresalir, pero en una tierra donde hay una tradición no sólo de hacer buenos peleadores, sino también de ser trampolín para las mecas mundiales del box: Las Vegas y Los Ángeles, que están apenas a seis y tres horas de la frontera, respectivamente”.

Mayén es uno de los artífices de la llamada “época de oro del boxeo en Tijuana”, junto con Ignacio Huizar, hijo de uno de los primeros promotores de la región, que fuera representante en México de George Parnassus, un inmigrante griego que hacía funciones de boxeo en el Olympic Auditorium de Los Ángeles, California.

Parnassus fue el primero en promover en Estados Unidos a los boxeadores mexicanos de pesos medianos y chicos en la segunda mitad del siglo pasado, cuando los pesos pesados dominaban la escena boxística mundial. Así convirtió en estrellas internacionales a Raúl ‘Ratón’ Macías, Rubén ‘El Púas’ Olivares, José Becerra, Chucho Castillo, José Ángel ‘Mantequilla’ Nápoles y Chucho Pimentel, entre otros.

Mayén y Huizar observaron desde su adolescencia y juventud el fenómeno social que significaron estos ídolos y trataron de reproducirlo en la frontera durante las décadas de los ochenta y noventa en empresas y sedes distintas (uno en el Auditorio Municipal y otro en la antigua Arena Tijuana), justo cuando la principal plaza del país, la Ciudad de México, se venía abajo tras una serie de cambios polémicos de su Comisión de Box, al proponer que los clasificados mundiales no estuvieran en las listas de los retadores a campeonatos nacionales, lo que de inmediato devaluó estos cinturones.

Los promotores tijuanenses sabían que ellos podían pagar los mejores salarios en México, formar nuevos talentos, hacerles una carrera al pelearlos al menos una vez por mes (incluso cada semana si no salían cortados), y que la plaza podía servir a cualquier púgil latinoamericano como preámbulo a un combate importante en Nevada, Nueva York o California, donde se pagan los mejores salarios a un boxeador. Además tenía un público binacional históricamente ávido de este tipo de espectáculo.

Ese sistema atrajo a muchos púgiles, entrenadores y a otros promotores del país, que aprovecharon tanto la cercanía con Estados Unidos como el modelo para “fabricar” a un boxeador en la frontera. Y aunque la vida, la suerte o el destino han encumbrado y arruinado a algunos, aún se sigue aprovechando este sistema.

Hacer un campeón del mundo en esta ciudad no es difícil. Nosotros hemos trabajado a muchos. Lo difícil es la disciplina y el sacrificio al que se tienen que enfrentar

— Rómulo Quirarte Guzmán, entrenador de boxeo

Actualmente la empresa más importante de box en México y Latinoamérica es Zanfer, cuya sede está en Tijuana y es presidida por Fernando Beltrán, un empresario que comenzó a hacer funciones en la frontera cobijado por el ‘Terrible’ Morales y que luego pasó a ser filial de Top Rank, la empresa del ex senador estadounidense Bob Arum; después a ser representante de diversos púgiles profesionales en el país, hasta convertirse en una empresa exitosa que produce con TV Azteca el programa de boxeo televisado con mayor rating del país.

“Tijuana tiene muchos campeones mundiales, podemos verlos, convivir con ellos, aprender en cabeza ajena. Creo que eso no lo tiene ninguna ciudad en el mundo. Esa experiencia también nos sirve para no cometer los mismos errores, para poder brillar más y ser campeones sólidos”, me dijo la boxeadora tijuanense Kenia Enríquez, quien en marzo del 2017 se coronó como campeona mundial por segunda ocasión.

En esta frontera hay 16 clubes y gimnasios de box públicos y privados, donde conviven aproximadamente unos 450 pugilistas profesionales y amateurs.

Es común ver en estas escuelas de boxeo tanto a campeones mundiales como a ex monarcas universales prepararse para alguna pelea o estar como entrenadores. Es decir, el sueño para muchos peleadores que quieren llegar a “las grandes ligas” no se ve lejano, porque se tiene a un costado, sudando como ellos.

“Hacer un campeón del mundo en esta ciudad no es difícil. Nosotros hemos trabajado a muchos. Lo difícil es la disciplina y el sacrificio al que se tienen que enfrentar, ahí es donde muchos se quedan en el camino porque no tienen la disciplina”, me dijo el entrenador Rómulo Quirarte Guzmán, hijo de Rómulo Quirarte González, uno de los entrenadores más exitosos del boxeo en México.

“Hoy hay más conciencia en todos los que trabajamos en el box; hemos aprendido de los ex campeones mundiales, porque a muchos no les fue bien, malgastaron su dinero o se juntaron con malas amistades. Hoy sabemos que no solo deben prepararse como boxeadores, sino también para la vida”, agregó.

El preparador físico Raúl Robles, un profesor tijuanense que trabajara para púgiles como Erik Morales, Jackie Nava y el argentino Marcos Maidana, dice que el boxeo le dio una identidad a Tijuana, hizo que se observara al púgil mexicano con el mismo aura que se mira a un futbolista brasileño, es decir, que sólo por su nacionalidad se considerara bueno.

“Por esta ciudad pasaron los grandes boxeadores mexicanos que iban contratados por Parnassus a Los Ángeles; pero después pudimos hacerlos aquí”, me dijo Robles.

Cada mes, en locales pequeños para 200 personas o auditorios para 5 mil personas, se llevan a cabo funciones de boxeo profesional en la ciudad, producidas por pequeñas y grandes empresas que tejen el mismo sueño: llegar a tener al próximo ídolo del boxeo de México. Según la historia de la ciudad, el deseo parece cerca.

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