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Xico, el pueblo que danza y capotea a toros en honor a María Magdalena

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EFE

El sonido de cientos de cencerros envuelve las callejuelas y antiguas viviendas del pueblo de Xico, un municipio enclavado en las montañas del oriental estado de Veracruz, que le profesa su fe a Santa María Magdalena con un amasijo de tradiciones y festejos indígenas y españoles.

Las campanas de metal usualmente en los cuellos de becerros, vacas y toros, cuelgan por ramilletes del cuello de habitantes que cantan y danzan al unísono al lado de réplicas de toros de cartón, figurillas amarradas a estructuras de madera con fuegos artificiales que en cada barrio se convierten en un tributo a la Santa que adoran desde el siglo XVI.

La “encamisada”, como se conoce el paseo de los toritos, rematados con cohetes (pirotecnia), es una de las decenas de fiestas que se organizan durante el mes de julio a la Santa de Xico, municipio considerado como “Pueblo Mágico”, una denominación que otorga el Gobierno mexicano a los lugares de gran riqueza cultural, gastronómica o artística.

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“Siento un gusto enorme y una felicidad”, dice José, un señor que soporta el peso de más de 30 cencerros y salta como muchacho en calles empedradas atiborradas de turistas, quienes además ven pasar en la procesión a niños, hombres y mujeres integrados a las danzas de bandas cruzadas, tocotines, moros y cristianos y de los payasos.

En luchas del bien y el mal, los integrantes de la Danza de los Tocotines representan la visita del español Hernan Cortés al Monarca Moctezuma, ambos acompañados por sus respectivos capitanes, caciques y grupos de vasallos.

Mientras que en la Danza de los Payasos, con sus multicolores trajes y caretas, los hombres del campo bailan ataviados a la vieja usanza europea, pero con máscaras de madera tallados con las enseñanzas autóctonas.

“Es un gozo, una alegría que da para arriba (impulsa)”, describe sus sentimientos y emociones Andrés, un joven de piel morena que no para de bailar y de tomar cervezas, morita (una bebida a base de moras y aguardiente) y licor verde (una infusión de yerbas indígenas con aguardiente), bebidas que, dice, “lo llevan al cielo”.

Las danzas solo son el preludio para recibir la enorme estructura del Arco Floral, que cargan hombres curtidos en los campos de café y en el bosque, una ofrenda realizada con plantas nativas para adornar la iglesia, donde todos buscan un milagro que les cure de enfermedades “nuevas” y de aquellas que acompañan a la vejez, ese mal inevitable.

Para recolectar la flor de cucharita -esa en cuya búsqueda sólo participan varones que piden permiso a Juan del Monte, un personaje mítico que cuida la naturaleza-, es necesario que los hombres lleven alimentos en color blanco, pues solo así se garantiza que aparezca y conserve su blancura para el arco que engalana la iglesia católica.

Por estas tierras, paso obligado del conquistador Cortés hacia el centro de la Nueva España, apareció -cuenta la leyenda- en el siglo XVI una bestia de carga que ingresó a la capilla franciscana y no se movió durante tres días.

Los pobladores para darle descanso, retiraron la carga que al abrirla descubrieron una escultura de madera bellamente decorada y con rasgos finamente acabados de Santa María Magdalena que de inmediato fue adoptada como la patrona del pueblo y atrás quedaron festejos en honor a San Miguel Arcángel.

Ahora le rinden tributo con toritos, danzas y tapetes de aserrín que artesanos confeccionan en las calles del pueblo, por donde todos los días pasean a María Magdalena, mujer milagrosa que cargan a cuestas feligreses, como si trajeras acuestas sus múltiples pecados.

El amor que le profesan a la figura religiosa también se refleja en que es de la única santa con un ajuar tan grande y vistoso del pueblo mexicano.

Desde hace más de dos siglos tiene en su guardarropa más de 500 vistosos vestidos, señal de los milagros cumplidos a lugareños y extraños que llegan a pedirle un favor y de la manda que deben efectuar sus fieles creyentes.

La polilla, la humedad y el descuido impidieron conservar todos sus “santos vestidos”, aunque aún se mantienen raídos algunos de los años 1888, 1890 y 1895, regalo de familias humildes de la época que le solicitaron un milagro.

Este domingo, viene la mejor ofrenda que tiene el pueblo para su patrona: la suelta de toros de lidia por angostas calles para que algún espontaneo, atiborrado de la morita y el licor verde, decida capotear a los bureles pensando en María Magdalena.

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