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Juan Villoro: escritor de almas tomar y el ‘último intelectual público’

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Juan Villoro cumplió 60 años el viernes 23 de septiembre. Colegas cercanos, como Jorge Volpi, Roger Bartra y Sergio Ramírez, conforman un retrato hablado donde cabe el crítico, el ensayista, el narrador, el intelectual público, el amigo y hasta el hincha.

Humor y crítica

Jorge Volpi no demora en destacar dos cualidades de Juan Villoro. Cuestionado sobre por dónde comenzaría a describirlo, tiene la respuesta de inmediato: “Hablando de su humor y su inteligencia crítica”.

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“En su obra, destaca esa capacidad crítica enorme, aderezada con dosis de un humor que siempre es afilado, astuto, que disecciona la realidad, sea en sus columnas de opinión, en sus crónicas como en sus cuentos, fundamentalmente, aunque también en sus novelas”, reflexiona.

Para Volpi, quien mira en Villoro a uno de los intelectuales públicos más importantes de este tiempo, hay un compromiso que se expresa siempre con las herramientas que mejor usa.

“Es un nombre comprometido muy racionalmente con las mejores causas y, para denunciar los males de México, utiliza estos mismos instrumentos con una elocuencia verbal que es única en nuestro País”, concluye.

Excelente ensayista

“A mí me gusta mucho el Juan Villoro ensayista; en el ensayo destaca por su excelente estilo y su gran agudeza”, considera su amigo, el antropólogo y sociólogo político Roger Bartra. “Esta dimensión ensayística lo conecta muchas veces con la figura pública que construye”.

La vida de Villoro, tal como la cuenta a sus amigos, parece un conjunto de anécdotas, asegura. “Muchas de ellas las ha publicado en la prensa. No puedo yo contar ninguna mejor que él”.

De sus libros, destaca los ensayos literarios reunidos en De eso se trata. “Su estupenda obra de teatro El filósofo declara es también un ensayo irónico sobre la intelectualidad”.

‘De almas tomar’

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez confiesa su asombro ante el hecho de que Juan Villoro tenga ya 60 años. “Yo creía que la distancia entre los dos era cada día más grande. Pero para mí sigue siendo un escritor joven. Entonces es eso, que es el escritor joven más valioso de nuestra lengua, pero no le quita que sea el más sabio”.

Recuerda que hace 12 años lo escuchó dar una conferencia en Medellín de corrido, sin papeles, una hora sin respiro. Así debió haber hablado Emilio Castelar, dice, el gran orador del siglo 19.

“Al final le dieron una ovación cerrada de pie, la misma que doy yo a sus novelas, por ejemplo Arrecife. Es un escritor de almas tomar”.

Entrañable amigo

“Villoro, el de la voz pública, ha procurado siempre honrar la reflexión al servicio de la prudencia, la razón y el conocimiento de causa por encima del arrebato y la sinrazón”, afirma otro de sus amigos, el escritor Jorge F. Hernández.

“Es el entrañable amigo”, agrega, “siempre preocupado por el prójimo (sea próximo o no), el que ofrece ayuda aún antes de que lo solicite el herido, el enfermo o el náufrago... incondicional, leal, caballero, sonriente, y cada vez más propenso a la lágrima por felicidad”.

Fue Villoro, dice, la primera persona que lo llamó cuando contrajo un cáncer, y también tras los dos infartos que sufrió. “El primero en llamar o escribir después de las cornadas es Juan. Figura del toreo”.

Hernández se declara “asiduo visitante” de Safari accidental, fanático de sus crónicas y envidioso re-lector de sus cuentos. “Soy devoto de Conferencia sobre la lluvia y El filósofo declara, pero creo que lo que más me gusta es la larga lista de libros que aún le quedan por escribir y a mí por celebrar. Sesenta años, sixty minutes... seis abrazos que ya le debo”.

Prosa de hallazgos

El primer encuentro de narrador Antonio Ortuño con Villoro fue en Palmeras de la brisa rápida, una crónica hacia el caluroso Yucatán. Desde esa lectura halló a un prosista con quien quedarse.

“Yo, como muchos lectores, aprecio, antes que nada, la agudeza enorme de su prosa, construida siempre desde el ingenio verbal, pero también desde las ideas”, explica.

Destaca su prosa: “Tiene estos continuos hallazgos, deslumbres verbales, estos chispazos habituales de inteligencia y de agudeza”.

A Villoro, como figura pública, lo ve más cercano a Jorge Ibargüengoitia que a Carlos Fuentes. “Un observador inteligente de la vida cotidiana, de la vida pública en México, más que como alguien que está encabezando pronunciamientos y soltando netas”.

A golpe de tecla

“Probablemente Juan sea nuestro último intelectual público”, estima el poeta Hernán Bravo Varela.

Y aunque, a decir del poeta, Villoro participe diestra y activamente en la palestra nacional e internacional, una de sus mayores lecciones la impartió entre amigos.

Durante una reunión para ver un partido de la Copa del Mundo, el escritor manoteó, polemizó y se emocionó como cualquier aficionado, pero no dejó de apuntar en su libreta. Después subió al estudio del anfitrión a pasar en limpio un texto y regresó a continuar la fiesta.

“A los pocos minutos ya estaba entregada la columna, que conjugaba, por supuesto, esta excitación lúcida que tiene Juan con un espectáculo como el futbol, pero también la seriedad, la exigencia de alguien que sabe verlo desde afuera como uno de sus hinchas y patrocinadores intelectuales más destacados”, relata. “Nunca voy a olvidar esa lección de convivencia y de trabajo esforzado, de golpe de tecla”, asegura el poeta.

Mejor, imposible

En Villoro, declara el ex futbolista y periodista Félix Fernández, conviven estrechamente dos cualidades que comúnmente no se asocian en una persona: “Su encantadora sencillez y su admirable dominio de cualquier tema”.

Tiene una anécdota para probarlo: Durante del Mundial de 2006, Fernández y Villoro se encontraron en el centro de Múnich, donde departieron con otros periodistas.

“Se comunicaba en perfecto alemán, bebimos cerveza por horas, nos ilustró sobre el país, se interesó por la historia de cada uno de mis acompañantes”, relata.

La sencillez fue todavía más grande. “Después del Mundial envió una caja con ejemplares de Dios es redondo para todos. Mejor y más agradable, imposible”, concluye.

Más que prolífico

No basta con escribir mucho y de todo, juzga el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma. El caso de Villoro, asegura, es el de un escritor prolífico, sí, pero de la forma correcta.

“Personas prolíficas puede haber muchas, lo interesante aquí es que cada libro o cada artículo periodístico siempre tiene una esencia; conlleva en ocasiones una crítica también. Entonces leerlo es estar empapado en un pensamiento muy amplio, muy abierto, muy libre”, evalúa.

Matos, quien contestó el discurso de ingreso de Villoro a El Colegio Nacional, encuentra en la forma de trabajar del escritor una forma de retratar al hombre.

Su lugar en la literatura nacional, dice, es insoslayable.

Con información de Yanireth Israde

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