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Indocumentados y gays: Un romance con desafíos

Isabel Rodríguez (izq.) pasa una tasa de café a su esposo Felipe Sousa Rodríguez durante una reunión en la casa de la hermana de Sousa, en Davie, Florida. Ambos son activistas en pro de los derechos de los gays.
Isabel Rodríguez (izq.) pasa una tasa de café a su esposo Felipe Sousa Rodríguez durante una reunión en la casa de la hermana de Sousa, en Davie, Florida. Ambos son activistas en pro de los derechos de los gays.
(Laura Wides-Munoz / AP)
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MIAMI.- Un luminoso día el 1 de enero de 2010, un pequeño grupo de inmigrantes, incluida una joven pareja de enamorados, se calzaron zapatillas donadas e iniciaron un recorrido a pie de 2,400 kilómetros (1,500 millas) de Miami a Washington.

El objetivo era sencillo: Llamar la atención a las penurias de jóvenes que vivían en Estados Unidos ilegalmente y pedir al presidente Barack Obama que emitiese una orden para suspender las deportaciones de millones de inmigrantes como ellos.

Decenas de parientes y amigos los despidieron. Juan Rodríguez puso su mano en la espalda de su pareja, Felipe Sousa Matos. Las hermanas de Matos, una de las cuales también estaba en el país sin autorización, no pudo evitar el llanto. “Prométeme que volverás”, le dijo, temerosa de lo que pudiese suceder con estos jóvenes durante su paso por carreteras rurales del sur del país.

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Es fácil olvidarse lo mucho que han cambiado las cosas desde esa caminata, conocida como “Trail of Dreams”. Cinco años atrás, el movimiento a favor de los inmigrantes que están en el país sin permiso estaba estancado y mucha gente consideraba que estos muchachos luchaban por una causa perdida. El matrimonio entre personas de un mismo sexo, por otra parte, era legal solo en un puñado de estados.

Recientemente, sin embargo, Florida pasó a ser el 36to estado que reconoce el matrimonio gay. Y Obama dejó en suspenso en 2012 la deportación de millones de jóvenes traídos ilegalmente al país cuando eran menores. En noviembre del año pasado amplió esa medida, que ahora podría cobijar a entre 4 y 5 millones de inmigrantes.

Sousa Matos, quien hoy lleva el apellido Sousa-Rodríguez, y su pareja son líderes del movimiento a favor de la causa de los inmigrantes no autorizados, están casados y sueñan con tener hijos algún día.

Su historia es al mismo tiempo un romance moderno y una muestra de lo mucho y lo rápido que están cambiando las cosas en dos de los terrenos más polémicos de esta época en Estados Unidos.

En el primer día de la larga marcha, Sousa-Rodríguez, de 23 años, no se imaginaba los cambios que se avecinaban. Le asustaba la reacción que podía tener la gente a su romance con Rodríguez, de 20, e incluso temía ser agredido físicamente. Cuando el grupo llegó a una pequeña iglesia haitiana donde iban a pasar la noche, estaban empapados por una lluvia y tenían los pies llenos de ampollas.

Rodríguez le recordó por qué estaban caminando. Habían hecho campañas con cartas y organizado protestas para combatir la ola de deportaciones que hubo bajo el gobierno de Obama. Pero parecía que en Washington nadie quería lidiar con estos jóvenes que estaban pagando el precio de las faltas de sus padres.

En las semanas siguientes, la pareja y otros dos activistas, Gabby Pacheco y Carlos Roa Jr., visitaron sitios históricos en la lucha por los derechos civiles en el sur. La Coalición de Inmigrantes de la Florida, una organización sin fines de lucro, les suministró una camioneta para que los acompañase. En cada parada contaban sus historias. Rodríguez, quien es colombiano, había tenido el quinto promedio más alto en su clase en una escuela secundaria del condado de Broward, pero debió que trabajar en la limpieza por no tener los papeles en orden hasta que obtuvo la residencia porque su madre lo pidió. Sousa-Rodríguez había sido enviado a Estados Unidos por su madre y se esforzaba por completar la secundaria. Lo atormentaba la idea de que cualquier encuentro con la policía pudiera hacer que fuese enviado de vuelta al suburbio pobre de Río de Janeiro del que había venido.

Sin embargo, a medida que los dos se sentían más seguros dando la cara como inmigrantes no autorizados, comprobaron que no era tan sencillo expresar su sexualidad. En un centro comunitario de Virginia, activistas y voluntarios que ayudaban con la logística les pidieron que no se tomasen de la mano ni hiciesen muestras de cariño durante un acto para evitar problemas con aliados conservadores. Aceptaron no hacerlo, aunque reticentemente.

“Se suponía que todo esto era un acto de liberación. `Vine a contarles mi historia’”, relata Sousa-Rodríguez. “Pero en realidad no podía contarla”.

Roa Jr., quien hoy estudia arquitectura en el Instituto de Tecnología de Illinois, dice que en ese momento comprendió el doble desafío que enfrentaban sus amigos.

“Por un lado están dando la cara, por el otro les están pidiendo que no lo hagan”, afirmó.

La marcha de cuatro meses inspiró campañas similares en otras partes del país y alentó a que otros jóvenes inmigrantes no autorizados diesen la cara. Cuando el cuarteto llegó a Alexandria, en Virginia, a fines de abril, los padres de otros inmigrantes jóvenes los esperaron a ambos lados de una calle para darles la bienvenida. Los cuatro dejaron sus zapatillas junto a un cerco de la Casa Blanca.

Las políticas de inmigración, a pesar de todo, han cambiado poco. Obama dice que no tiene autoridad para suspender todas las deportaciones y los opositores a una amnistía para todos los jóvenes como Sousa-Rodríguez aducen que una medida de ese tipo alentaría la inmigración ilegal.

Sousa-Rodríguez y los otros participantes en la caminata alcanzaron una proyección nacional en el movimiento a favor de los inmigrantes no autorizados, especialmente en la organización United We Dream. Rodríguez se ha reunido con Obama en la Casa Blanca.

De vuelta en Miami, continuaron con su militancia y sus estudios universitarios. Sousa-Rodríguez completó el ciclo terciario básico de administración de empresas, pero se sentía agobiado. Comprendió que la causa de los inmigrantes no autorizados es solo parte de una batalla más amplia por los derechos civiles, incluido el trato de la comunidad de LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros). Para complicar más las cosas, él estaba listo para comprometerse, Rodríguez no. Todavía hoy discuten acerca de quién fue el que propuso matrimonio.

“Felipe trató de proponerme matrimonio un millón de veces”.

“No, no lo hice. Solo quería saber qué rumbo estaba tomando todo”.

Sousa-Rodríguez no estaba seguro.

Hasta que una noche del 2011, durante un viaje a Charleston, Carolina del Sur, con motivo del año nuevo, Rodríguez llevó a su pareja a la entrada de una oficina del Departamento de Seguridad Nacional y puso una rodilla en las escaleras.

Se casaron en la primavera siguiente en Boston porque el matrimonio gay no era legal en la Florida. Lo celebraron con una gran fiesta en Miami. Un mes después, Obama anunció la suspensión temporal de las deportaciones de todos los inmigrantes jóvenes que cumpliesen con ciertos requisitos. Poco después Sousa-Rodríguez comenzó a trabajar con la organización defensora de los derechos de la comunidad LGBT GetEqual.

Para esa fecha Rodríguez ya había sacado la residencia legal permanente y había iniciado el trámite para solicitar la ciudadanía. Pocos días después, la Corte Suprema nacional anuló una ley que básicamente describía el matrimonio como una unión entre un hombre y una mujer, lo que implicaba que Rodríguez no podía darle la residencia a su pareja.

“Bienvenido a Estados Unidos. Serás ciudadano, pero no tendrás igualdad de derechos”, pensó Rodríguez cuando vio un formulario en la que aparecía como soltero.

El día en que juró como ciudadano fue agridulce. La pareja se había trasladado a Tampa, donde Rodríguez estaba terminando sus estudios se sociología. Sousa-Rodríguez alentó a su esposo, quien ahora se hace llamar Isabel. Una vez concluida la ceremonia, observaron incrédulos el certificado de ciudadanía de Rodríguez. En la casilla del estado civil, en mayúsculas, decía “CASADO”.

En la primavera del 2014, Rodríguez ayudó en una campaña por la cual los estudiantes sin permiso de residencia pagarían matrícula de residente en las universidades de la Florida y Sousa-Rodríguez se dedicó a trabajar a tiempo completo en la defensa de la causa de los inmigrantes no autorizados.

“Sentí que por el simple hecho de que yo había resuelto mi situación, no podía abandonar la lucha. Mi hermana sigue preocupándose todos los días por una posible deportación”.

En noviembre, la hermana pasó a ser una de millones de padres de niños nacidos en Estados Unidos cobijados por otra suspensión temporal de las deportaciones dispuesta por Obama.

Dos días después de la Navidad, Sousa-Rodríguez preparaba la lista de los comestibles que debía comprar en el modesto departamento que comparte con Rodríguez cuando recibió un mensaje de texto del gobierno estadounidense. Su residencia había sido aprobada.

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