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Existe un solo Boston

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Hace dos años escribí unas líneas para responder a los amigos que saben de mi pasión por las carreras de largas distancias y que me preguntaban si volvería a correr el Maratón de Boston tras haber estado a pasos de las explosiones que estremecieron al mundo el 15 de abril de 2013.

En esa ocasión dije que sin duda alguna intentaría volver a correr el maratón que justo este pasado lunes celebró su 119na edición. Al momento de escribir esas líneas pesó más en mi la parte emocional que mi instinto competitivo. Razoné que no podíamos dejar que uno, dos o cien desalmados nos hagan cautivos y víctimas de sus arrebatos asesinos.

Hace unas horas ese compromiso que hice conmigo mismo lo cumplí en una fría mañana bostoniana, bajo una incesante lluvia y ráfagas de viento de hasta 35 millas que calaban los huesos.

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Pero nada de eso hizo mella para que unos 30,000 corredores, bajo estrictas medidas de seguridad que incluían policías, alguaciles, guardias nacionales y soldados, respondiéramos al disparo de salida en el pequeño poblado de Hopkinton, rumbo a Boston.

Entre la lluvia y las bajadas y subidas pasamos Ashland, Framingham, Natick, y entramos a la locura de Wellesley, donde jovencitas de la universidad privada del mismo nombre han hecho tradición su efusividad hacia los corredores. Las chicas regalaban besos, proponían matrimonio y las más arriesgadas cosas impublicables, que de seguro hicieron dudar a más de uno de si seguir la carrera o quedarse en Wellesley y disfrutar de la amabilidad colegial.

Con el impulso de las hormonas juveniles le hicimos frente a las cuatro millas de subidas donde algunos corredores elites pasan de aspirantes a campeones y la mayoría de los mortales vemos nuestros sueños de una carrera gloriosa hacerse pedacitos. Las subidas culminan en Heartbreak Hill. Su nombre lo dice todo. De ahí a Newton, Brookline y por fin, ya en Boston, avistamos el gigantesco letrero Citgo, señal de que solo faltaba una milla de carrera.

Un par de virajes y caemos en la calle Boylston, donde a menos de un kilómetro se avista la línea de llegada. Público a reventar. Banderines, música, gritos de aliento que hacen que uno saque fuerzas de donde no hay para dar un estirón final que ayude a detener el reloj. Ya la medalla tiene dueño. En mi paso la quinta.

Cada uno tiene sus razones para querer correr Boston. Si no preguntémosle a Maickel Melamed, un venezolano de 39 años aquejado por esclerosis múltiple que terminó la carrera a las 4:30 a.m. del martes, 20 horas después de dejar Hopkinton, pero se pudo colgar su presea al cuello. Melamed ya había corrido los maratones de Nueva York, Chicago, Tokio y Berlín y por el deterioro de su salud decidió colgar las zapatillas de corredor y quiso hacerlo en Boston, como homenaje a la ciudad donde recibió atención médica de joven. Como la suya, miles de otras historias.

Boston, Estados Unidos y el mundo no han olvidado la tragedia del 2013, las tres víctimas fatales y las decenas de heridos no se pueden olvidar, pero la ciudad, que el año pasado a 12 meses del atentado rescató el espíritu de sus ciudadanos con su mensaje de supervivencia de Boston Strong, esta vez asumió un tono más celebratorio con su nuevo eslogan Only One Boston. Hasta el año que viene.

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