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Ojos en el Cielo (parte 1)

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Uno de los mayores retos tecnológicos ha sido siempre la observación del universo. Para este fin se han creado infinidad de aparatos de observación, cada vez más poderosos, iniciando con Galileo.

Pero siempre nos habíamos encontrado con dos limitantes:

1_ Contaminación lumínica: Las luces cercanas a los centros de observación (trata de ver el cielo nocturno en la ciudad)

2_ La distorsión causada por la atmósfera, es decir el “océano” de aire que está sobre nuestras cabezas.

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El primer problema se solucionó emplazando los centros de observación en zonas alejadas de la abundancia de luz (como montañas), sin embargo poco a poco nos fuimos quedando sin esas zonas.

Un ejemplo perfecto lo tenemos en el Observatorio de Mount Wilson, aquí en California: Se halló un lugar perfecto para colocar, el que hasta el momento, era el telescopio más grande del mundo.

Sin embrago, poco a poco la ciudad de Los Ángeles, fue creciendo y con ella la correspondiente emisión de luz. En pocas décadas Mount Wilson dejó de ser el mejor centro de observación del cielo.

El segundo problema era aún más difícil de resolver: La distorsión atmosférica.

El óceano de aire que nos rodea tiene características parecidas al agua: Cuando introduces un popote a un vaso lleno de agua, parece que el popote está torcido, bueno pues algo similar con el aire. Así que crearon los “compensadores ópticos” que son aparatos electrónicos que se añaden al cuerpo del telescopio y ayudan mucho a mejorar la visión “torcida” del telescopio.

Así que si teníamos los cohetes para lanzar satélites al espacio, ¿por qué no colocar un telescopio allá arriba, libre de distorsión atmosférica y de contaminación lumínica?

Y aquí es donde inicia la historia…

Seguiremos con la increíble hazaña del Telescopio Hubble…

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