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No queda otra que seguir trabajando

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Hace unos días estaba en el Museo de Ciencias en Los Ángeles, disfrutando de las exhibiciones cuando de repente vi que había una puerta por la que se podía salir a disfrutar de los jardines. A lo lejos vi los carritos de paletas y frutas con limón y chile. En otros vendían chicharrones y todo tipo de alimentos.

De repente, el anciano de las paletas salió corriendo con toda agilidad. Lo mismo la señora de los tamales. Otros ocultaron sus mercancías y trataron de confundirse entre el público.

La razón de tanto alboroto eran dos mujeres, que en ropa de civil, patrullaban el jardín e iban expidiendo multas. Momentos después, entre los vendedores se iban pasando la señal de que ya había pasado el peligro.

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En menos de cinco minutos regresaron todos los vendedores y siguieron sus actividades como si nada, pero eso sí, observando de un lado a otro para evitar ser sorprendidos de nuevo.

“Qué le vamos a hacer, no tenemos otra forma de ganarnos la vida”, me dijo el anciano, mientras acomodaba sus paletas.

¿Oiga, y no le tiene miedo a Trump? Le pregunté.

Me miro con esa experiencia que le ha dado la vejez y con ojos medio burlones me dijo, muy serio… “uy si, mira como estoy temblando”.

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