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Cada vez más insensibles a los migrantes

Vista de un grupo de refugiados que vienen de Macedonia y que han coseguido cruzar su frontera en la localidads de Presevo.

Vista de un grupo de refugiados que vienen de Macedonia y que han coseguido cruzar su frontera en la localidads de Presevo.

(DJORDJE SAVIC / EFE)
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Hoy me siento como aquellos abuelos que platican, nostálgicos, sus historias. No dejan de sorprenderme las historias de millones de migrantes que tienen que dejar todo: su tierra, sus pertenencias, su idioma, su cultura, para huir de la guerra, como en el caso de los sirios.

Menos dramático, porque no hay una guerra de por medio, veo el éxodo cubano, o el venezolano, saliendo de su tierra en busca de un futuro mejor, de oportunidades que su país no puede darles.

Lo mismo ocurre con los mexicanos de zonas como Oaxaca, Guerrero, Michoacán o Chiapas, donde miles y miles de personas huyen de la miseria. Como fronterizo que soy (nací y crecí en Mexicali, a unas cuantas cuadras de la línea divisoria entre México y California), todos los días recibíamos en nuestra casa a personas que buscaban un sitio dónde dormir, dónde guarecerse del sol.

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Migrantes, todos los habitantes de Mexicali, estábamos acostumbrados a ayudarlos, a alimentarlos y a curarlos cuando era necesario.

Por eso, hoy que veo el espíritu antiinmigrante recorriendo a Estados Unidos y las naciones europeas, no dejo de sentir un poco de nostalgia por los tiempos pasados, donde todos éramos solidarios al trauma de la migración.

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