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En México se llama ‘dedazo’, en Estados Unidos superdelegados

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En México generalmente la elección de un candidato presidencial es decidida por el mandatario saliente y como consecuencia natural es respaldada por gobernadores y personas influyentes del partido político en el poder. Ellos se comprometen a hacer todo lo posible para que el nominado llegue a Los Pinos.

El problema es que la oposición ha crecido tanto que si el fraude no se puede simular entonces se hace con descaro; de eso hay numerosos casos; uno de los más inolvidables fue el de las elecciones de 1988 cuando nos dijeron que ‘se cayó el sistema’ y casualmente en el recuento Salinas de Gortari se hizo presidente.

En Estados Unidos no es muy diferente, solo que el proceso es más sofisticado y profesional. El objetivo es de hacer pensar a sus ciudadanos que ellos fueron los que eligieron al primer mandatario con su voto.

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No obstante, el sistema de elección parece es más democrático que el de México, uno de los grandes problemas que entorpece la transparencia y democracia está en los llamados superdelegados.

Esto sucede durante el proceso de las elecciones primarias como lo estamos viviendo ahora. En esta etapa todos los estados tienen elecciones primarias o asambleas legislativas para elegir al candidato que quieren que sea el elegido del partido para la presidencia. La regla es que de acuerdo al voto de la gente, cierto número de delegados son asignados a los contendientes en forma proporcional

En el Partido Demócrata se reparten 4.491 delegados y el primero que alcance los 2.246 es el nominado. Además el partido tienen una variante de 718 superdelegados, quienes son funcionarios, congresistas, expresidentes y hombres influyentes y leales al partido. Ellos pueden votar y elegir a quien ellos quieran, obviamente casi siempre se alinean con el partido. El problema está en que ellos representan la cuarta parte del total de delegados, lo que significa que en cualquier momento pueden revertir la decisión del pueblo, si consideran que el candidato elegido no es el apropiado y el conveniente para el partido.

Un claro ejemplo de cómo funciona esta fórmula fue la victoria de Sanders sobre Hillary Clinton en West Virginia el pasado martes, 10 de mayo. Sanders doblegó a Clinton por diferencia de 15 puntos (51%-36%) lo que le valió 16 delegados contra 11 de la ex Primera Dama; no obstante, en el conteo final ambos precandidatos terminaron empatados con 17 delegados porque los superdelegados se alienaron con Clinton.

Lo que paso es que aunque el pueblo votó por Sanders, los superdelegados decidieron que no era lo correcto y lejos de apoyar al candidato que apoyó la gente, seis de siete superdelegados decidieron apoyar a la ex Primera Dama.

El ejemplo de West Virginia es solo uno de varios, donde el Sanders ha sido el ganador, pero termina recibiendo menos o similar número de delegados y superdelegados que Hillary Clinton, quien ha sido la señalada por el partido para que sea la nominada.

En el lado republicano, la situación no es más alentadora, pero si más democrática. Ellos reparten 2,470 delegados de los cuales solo 150 (3 por cada estado) son superdelegados, lo que significa que muy difícilmente este grupo pudiera revertir la decisión del pueblo para la nominación.

Es por eso que con esa fórmula, por lo menos en el partido demócrata, no importa por quién vote el pueblo estadounidense si al final, los superdelegados como los mandatarios mexicanos en su país, decidirán por el que ellos consideren sea mejor para el partido.

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