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¿Votar o no votar? La pregunta que se hacen muchos mexicanos

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Nos llega hasta Los Ángeles el fétido olor de la putrefacción política de México, donde el domingo pasado, el “izquierdista” Partido de la Revolución Democrática (PRD) emuló las viejas prácticas del Partido Revolucionario Institucional (PRI): acarreo de personas para llenar el Zócalo de la Ciudad de México en el cierre de su campaña electoral, dándole a los asistentes algún tipo de prebenda. Según reportó el medio electrónico Sinembargo.mx, algunos de los asistentes confesaron a la prensa que “les ofrecieron dinero y una despensa a cambio de su participación en el mitin”.

En las elecciones del próximo domingo 7 de junio, se renovará la totalidad de las 500 curules de la Cámara de Diputados, 9 gubernaturas, 641 diputaciones en 17 entidades, 993 alcaldías en 16 estados y las 16 jefaturas de las delegaciones políticas en las que se divide el Distrito Federal. Por cierto, ese mismo domingo de elecciones, la Federación Mexicana de Futbol (FMF) programó un partido amistoso entre México y Brasil, previo a la Copa América a celebrarse en Chile.

“Peña Nieto se enfrenta en las urnas al desencanto”, decía hace unos días una nota del periódico español El País, sosteniendo que aún así “los sondeos pronostican una victoria moderada del PRI”, que es el partido de Peña Nieto, cuyo coordinador en la Cámara de Diputados, Manlio Fabio Beltrones, dijo por su lado estar seguro de ganar 6 de las 9 gubernaturas en juego, sin descartar ganar las otras tres.

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¿Cómo entender que una sociedad “desencantada” le vaya a dar una “victoria moderada” al partido en el poder que le ha desencantado? Porque el México desencantado, dice El País, se refugiará seguramente en la abstención: “Será, si se cumplen las encuestas, un triunfo amargo para el presidente Enrique Peña Nieto”.

El problema de fondo es que uno de los engaños más grandes es referirse a México como un país en el que existe verdadera democracia. Sin estado de derecho auténtico y sin medios de información significativamente críticos e independientes, en ninguna parte del mundo se puede hablar de democracia.

Cierto que en México existen votaciones, unas más reñidas que otras, lo que no necesariamente es sinónimo de elecciones libres y mucho menos de democracia. El gobierno en México no ha podido resolver los graves problemas del país porque el principal problema de México es el gobierno. En una democracia genuina, participar de la misma no se reduce al mero acto de sufragar, sino que se trata de un ejercicio vivo de participación constante en el que es requisito indispensable por parte del Estado estimular el pensamiento crítico de los miembros de la sociedad y no lo contrario, mantenerlos pasivos e ignorantes.

“Sólo la crítica puede limitar los extravíos de un poder embriagado de sí mismo”, escribió Octavio Paz. En ese sentido, la clase política mexicana en general, no representa a quienes mal gobierna, sino a las élites económicas y políticas que tienen secuestrada a la política misma gracias a la antidemocrática manipulación social de las conciencias. Lo que sí existe en México es “un pacto de impunidad”, entre los políticos mexicanos, tal como lo ha venido señalando el investigador y académico Edgardo Buscaglia. Pacto de impunidad que para ser derrotado requeriría de una “enorme presión de la sociedad civil”, pero lamentablemente, dice Buscaglia, la sociedad civil mexicana está muy disipada, muy fragmentada”.

En las votaciones del próximo domingo, ante la corrupción política, la simulación democrática, el travestismo ideológico de no pocos políticos y ante meses de conmoción por diferentes escenarios de violencia pornográfica, la inconformidad social llegará profundamente dividida entre dos tipos de abstención: la pasiva, que es no ir a votar, y la activa que es presentarse en las urnas para expresar sobre la papeleta el malestar por medio de la anulación del voto, además de los que irán a votar siendo parte de la base dura de alguno de los partidos que se presentan ante el electorado como “alternativa” y los indecisos que no saben por quién votar o que aún no deciden si vale la pena hacerlo.

Lo anterior dentro de un clima preelectoral alarmante en el que han perdido la vida más de una decena de protagonistas de la contienda en diferentes partes del país haciendo valer aquello de que “los demonios del inframundo político de México se despiertan y agitan durante el periodo peligroso de las elecciones”. No debido en estas campañas a posturas ideológicas diferenciadas que luchan legítimamente por ganar apoyos propios de contiendas verdaderamente democráticas, sino debido a pleitos y disputas entre miembros y seguidores de partidos como el PRI y el PAN, entre otros, por ocupar cargos, no para la resolución de los problemas concretos que afectan la vida cotidiana de las personas, sino para servirse de los mismos en el paraíso administrativo de los privilegios que otorga en México el acceso al poder, buscado hasta por un payaso, Guillermo Cienfuegos ‘Lagrimita’ , quien en realidad cumple la función de comparsa distractor en las votaciones para la alcaldía de Guadalajara, Jalisco.

¿Quiénes se benefician de este triste panorama que ha logrado manufacturar que la irritación, el descontento y el hartazgo se conviertan en tan agrietado y dividido desvanecimiento de opciones y esperanzas? Quiero creer en la honradez y en la buena fe de algunos de los protagonistas directamente involucrados en las elecciones que piden nuestro voto y en la de algunos activistas, académicos y líderes de opinión con posturas encontradas respecto a si votar o no este 7 de junio en las intermedias mexicanas, pero lo cierto es que la élite que ostenta el poder tan vergonzosamente en México, se revuelca de regocijo al ver que muchos de sus críticos decidieron pugnar entre ellos en las redes sociales sobre si votar o no votar, arrastrando a ese debate a sus respectivas huestes, sin planteamiento de movimiento alternativo alguno que ocupe el vacío dejado por la tan anunciada desbandada electoral. ¡Genial! para los protagonistas de la corrupción que avasalla México y para el sistema antidemocrático que asigna y distribuye privilegios.

Comparto el asco que provoca el fétido olor emanado de la alianza entre el Partido de la Revolución Democrática y el Partido Nueva Alianza (PANAL), fundado este último por la exlíder magisterial Elba Esther Gordillo, presa desde febrero de 2013 por desviar más de 2,600 millones de pesos de los recursos del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) o el del apoyo del líder nacional del PRD, Carlos Navarrete, al hijo de la exprimera dama Martha Sahagún, Fernando Bribiesca, para la alcaldía de Celaya.

Comparto la convicción de no querer ser parte de la simulación democrática, lo que ha significado en lo personal optar por no ser parte de la simulación informativa que la nutre, pero si viviera en ciertos puntos México, logro identificar desde Los Ángeles a personas por las que podría votar sin considerarlas como los frutos menos podridas, ni como las químicamente puras, ni en quienes delegar con mi voto la responsabilidad que todos los mexicanos debiéramos asumir para resolver los graves problemas que tienen a México en el estado de descomposición en que se encuentra.

Desde hace décadas, a México le fue asignado un papel en el contexto de la globalización neoliberal que pasa por la privatización de casi todo y por convertir en mercancía casi todo. Era necesario colocar en el poder para esos fines a mexicanos ambiciosos que vieran la política como sinónimo de hacer negocios en la era de la globalización. Políticos ajenos a la tradición digna de una cultura política humanista que en lugar de plantearse a resolver problemas estructurales como el de la pobreza, llevan décadas administrándola, usándola políticamente para mantenerse “electoralmente” en el poder, al margen de los colores partidistas que detenten. Administrando igualmente el clima de inseguridad y de violencia pornográfica extendida que, al provocar miedo, desesperación y angustia colectiva en la mayoría de la población, desaliente la resistencia a la acelerada desnacionalización de México, a la privatización de todos sus sectores económicos y a la privatización de las conciencias, algo de lo que no muchos están conscientes, misma que pretende homologar culturalmente a México con los valores neoliberales, inculcando la creencia de que por exigencias propias de la era de la globalización, cada individuo es el empresario de sí mismo, de que somos seres a históricos, volátiles y desarticulados socialmente, cada uno responsable de su suerte.

Decida cada quien según su conciencia lo que deba hacer este domingo 7 de junio, el panorama ciertamente es complicado, porque lo sano y natural ante la monumental evidencia de precariedad moral por parte de quienes detentan el poder en México, sería la existencia de un sociedad civil indignada, fuerte, unida en lo esencial, capaz de actuar pacíficamente para echarlos con todo y cosas a la calle, pero todo parece indicar que se llega a esta importante fecha del calendario cívico sin que a esos políticos se les espante el sueño.

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