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‘Dreamer’ se reencuentra con sus raíces; su abuelo parecía que solo lo estaba esperando

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Dicen que “no soy de aquí, ni de allá”. En mi opinión eso sería cierto si es que no supiera hablar inglés o español, y si no conociera la cultura, historia y tradiciones de los dos países.

Recuerdo momentos en mi vida cuando estaba batallando con mi identidad. ¿Quién soy, de dónde vine y por qué estoy aquí? Fue algo muy intenso y confuso tratar de averiguar mi identidad, porque también esto se sumó a la depresión que sufrí en esos momentos.

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Mi historia comienza en los Estados Unidos de América porque es de donde vienen mis memorias, aunque antes de eso, está México, el país donde nací y donde tengo mis raíces enterradas. Pero que gracias a mis padres pude conocer la cultura, las tradiciones y la historia de nuestros ancestros.

A los cuarenta días después de haber nacido, mi mamá decidió emigrar a los Estados Unidos, específicamente a California, debido a que en el pueblo de Cajeles, Guerrero, había mucha violencia y pobreza.

Durante mi infancia y crecimiento, mis padres siempre me platicaron de sus vidas cuando eran niños; de sus escuelas, de los tiempos cuando nadaban en la presa y otras aventuras que poco a poco me ayudaron a valorar el país donde había nacido.

Como me gustaría tener historias de mi niñez en Guerrero, pero no es así. Mi niñez ocurrió en California y es ahí donde fui a la escuela, donde iba a los parques o al desierto a jugar con mi amigos del vecindario. Toda mi vida he vivido en los Estados Unidos. Fui a la prepa y egresé de la Universidad Estatal de California en Long Beach (CSULB); completé la Licenciatura de Español, con enfoque en la interpretación y traducción.

En el año 2014 tuve la oportunidad de visitar México por primera vez después de 26 años. La persona que organizó este viaje fue el maestro Armando Vázquez-Ramos, que también creó el programa California-México Studies Center, en CSULB. El objetivo es estudiar por 12 días en una institución de Cuernavaca, Morelos; aprender de la historia, el idioma y de varios movimientos sociales del país.

En 2014 hubo poco tiempo para que yo pudiera disfrutar el ambiente y muchas otras cosas que México ofrece. Este año, 2016, durante le cuarto viaje del programa, nuevamente tuve la gran oportunidad de ir a México durante tres semanas. Esta vez la mayoría de los estudiantes éramos dreamers.

El profe Vázquez tuvo idea de llevar específicamente a estudiantes indocumentados que están amparados bajo el programa de la Deferred Action for Childhood Arrivals (DACA) para que conocieran, aprenderán y se conectarán con sus raíces al visitar a sus familias que, en la mayoría de los casos, no habían visto en años.

Este viaje fue el más importante y especial de mi vida; no sólo porque conocí más lugares de México, sino porque tuve la oportunidad de convivir con mis abuelitos, abuelitas, tíos, tías, primos y primas, en el pueblo de donde salió mi madre conmigo en brazos.

El día que llegué a Cajeles estaba lloviendo, con truenos y relámpagos. Ese día escuché el fuerte ruido del agua que caía en los techos de lámina y en las hojas de los árboles que mis abuelitos: Timoteo Jorge Mancilla y Joaquina Escobar Manrrique, tienen en su jardín. Ese sonido era como música para mis oídos.

Estuve con mis tíos y abuelitos en la azotea, hablando y escuchando el sonido de la lluvia. Después de que terminó de llover, la gente del pueblo salió a caminar y los niños a jugar; fue como si la lluvia les hubiera dado vida. En ese momento, cando recorrí las calles del pueblo era como si estuviera en un mundo diferente; en un mundo mejor.

Parecía que la naturaleza estuviera para darnos vida, alegría y paz. Era muy impresionante ver lo verde del paisaje; las plantas floreciendo, las aves cantando y la gente viviendo. Llegamos a un terreno donde mi abuelito tiene su milpa y un árbol de mango. Entonces me comentaron que el cerro que se veía a la distancia le llamaban el “cerro del indio acostado”. Miré con alegría y claramente se veía como si estuviera una persona tendida. El paisaje era increíblemente maravilloso. Me le quedé viendo profundamente para tenerlo grabado en mi mente para siempre.

Al siguiente día fuimos a Acapulco, donde nadamos, comimos, y vimos a los clavadistas en La Quebrada, que es un sitio muy impresionante. Aunque se ve un poco peligroso, las personas se tiran clavados desde lo más alto. Había ocho clavadistas que se aventaron ese día. El público veía con emoción y desesperación porque se tardaban varios minutos entre uno y otro clavado. Acapulco está bonito; tan bonito que por un momento ya no quería regresar a los Estados Unidos.

En el estado de Guerrero también hay zonas arqueológicas, como la de Tehuacalco. El lugar donde las pirámides se localizan es como el centro de una flor, porque en cada dirección se encuentra un cerro que se ve como un pétalo. Para mí, todo lo prehispánico es muy interesante y fascinante, porque nos habla de donde venimos y nos dice porque tenemos ciertas costumbres o hacemos las cosas de cierta manera.

Después de estar en México por tres semanas puedo decir que mi vida ha cambiado profundamente. Aprendí muchas cosas que antes realmente no sabía y sobre las cuales no muchas personas hablan. Por ejemplo, supe que muchas mujeres tuvieron un papel muy importante en la historia mexicana; una de ellas fue Sor Juana Inés de la Cruz, otra, Frida Kahlo, y muchas más, como las adelitas o la comandante Ramona.

Otro tema que comprendí fue el de nuestras raíces africanas; los descendientes de personas que son “afromexicanas”, desafortunadamente ellos todavía batallan con la discriminación y la opresión de grandes segmentos de la sociedad, sólo por su etnicidad y tener más oscura la piel.

Al aprender de todo esto y más, mi conocimiento y mi conciencia sobre mi país natal han despertado. Me ha invadido el deseo de poder seguir adelante y luchar contra la desigualdad y la injusticia social; en particular, por una equidad de género.

Sé que sólo estuve en México por 21 días, pero siento que mis raíces han florecido. Por momentos sentí que yo era parte de la sociedad mexicana y que pertenecía a Guerrero, con mis abuelitos y mi familia.

Al llegar a los Estados Unidos me sentí muy extraño y triste al inicio. Sobre todo, después de saber qué mi abuelito Francisco Memije Cienfuegos, de 88 años, (padre de mi madre) había fallecido a cuatro días de mi llegada... En ese instante, sentí que una pequeña parte de mi corazón se rompió.

Estuve pensando mucho en los momentos en que estuve con él en su recámara, hablando del amor que tenía por todos sus hijos y de la vida en general. Sin este viaje no hubiera tenido la oportunidad de platicar con él en sus últimos días.

Ya de vuelta en los Estados Unidos, sinceramente siento que todavía me estoy encontrando conmigo mismo; me doy cuenta de que sigo buscando y aprendiendo sobre mi identidad. No sé si un día terminaré de aprender, pero lo que ahora estoy más que convencido es que, aunque no haya crecido en México o nacido en Estados Unidos, me siento parte de ambos países, siento que “soy de aquí y de allá”.

Jaime Antonio Jorge es profesor de inglés y español en la Universidad Nacional Autónoma de México en Los Ángeles (UNAM Los Ángeles).

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