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Por qué el salón de baile más antiguo de la Ciudad de México, alguna vez frecuentado por Frida Kahlo y Fidel Castro, se niega a cerrar sus puertas

(Meghan Dhaliwal / For The Times)
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El antiguo salón de baile no gana tanto como solía. Los jóvenes de estos días prefieren jugar a los videojuegos que bailar el twist, o el cha-cha-chá.

Pero Miguel Nieto, cuyo abuelo inauguró el Salón Los Ángeles hace 80 años esta semana, se niega a retirarse, incluso cuando sus habitués de cabello gris disminuyen y los desarrolladores sueñan con convertir el club nocturno en un condominio similar a la torre de departamentos de hormigón que se levanta al frente de la calle.

“Soy testarudo”, asegura Nieto, quien dos veces por semana lleva a su club de la Ciudad de México orquestas en directo para tocar salsa, mambo y otros géneros de la música que alguna vez reinó en América Latina antes que el rock y el reggaeton. En la era del iPhone, Xbox y Netflix, a Nieto le gusta que el Salón Los Ángeles sea un sitio donde la gente pueda hablar cara a cara y bailar mejilla con mejilla. “Creo que un negocio que promueve encuentros humanos reales es importante”, afirma. “Esto es la vida real”.

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Salón Los Ángeles es la sala de baile más antigua del país y la más conocida, en parte debido a todas las figuras importantes que en algún momento se arremolinaron sobre su piso de madera. El muralista Diego Rivera bailó aquí en la década de 1930, cuando la ciudad rebosaba de artistas y literatos de izquierda. Su esposa, la pintora Frida Kahlo, pasó una vez por el salón junto con León Trotsky, el exiliado revolucionario soviético con quien tuvo un breve romance.

José de Jesús González de la Rosa y María Eugenia dan vueltas en la pista en Salón Los Ángeles. Espectadores contemplan a los clientes en la pista.

José de Jesús González de la Rosa y María Eugenia dan vueltas en la pista en Salón Los Ángeles. Espectadores contemplan a los clientes en la pista.

(Meghan Dhaliwal / For The Times)

El ‘Che’ Guevara y Fidel Castro vinieron aquí, y los escritores Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes bebieron en su bar. El humorista Cantinflas, quien creció a pocas cuadras de distancia, era célebre por sus movimientos de baile en el salón, mucho antes de convertirse en estrella.

Las leyendas de la música latina Celia Cruz, Rubén Blades y Tito Puente tocaron aquí, mientras la música de big bands que era popular cuando el sitio inauguró daba paso a ritmos tropicales como la salsa y su lento primo cubano, el danzón.

También sucedieron cosas extrañas, como una vez en 1997, cuando una secta de los zapatistas -el grupo militante de izquierda que participó en un largo enfrentamiento con el gobierno federal- eligió el salón como base para una reunión importante. “Fue lo más raro que ocurrió aquí”, asegura Nieto.

Miguel Nieto, propietario del Salón Los Ángeles y nieto de su fundador original (Meghan Dhaliwal / para The Times).

Miguel Nieto, propietario del Salón Los Ángeles y nieto de su fundador original (Meghan Dhaliwal / para The Times).

(Meghan Dhaliwal / For The Times)

Nieto era un actuario en Procter & Gamble cuando su abuelo murió y él heredó el negocio; corría 1972. La mayoría de sus familiares hacen trabajos mucho más prácticos; “No están interesados en una sala de baile de 80 años”, comenta. “No les interesa el baile o la salsa como forma de vida”.

Su abuelo, quien trabajaba en la industria maderera, abrió el sitio en 1937 porque le gustaba la música y tenía grandes cantidades de madera para construir una pista de baile. Bautizó el lugar en homenaje al barrio donde éste se encuentra, un área trabajadora conocida como Los Ángeles, que por entonces estaba en las afueras de la Ciudad de México.

A medida que más mexicanos emigraban para trabajar en los EE.UU., durante las décadas de 1960 y 1970, el salón adoptó un eslogan que se refería descaradamente al gran número de ciudadanos que se trasladaban a California. “Si no conoces Los Ángeles”, dice el ahora famoso lema, “no conoces México”.

La frase está estampada en letras rojas de neón en el exterior de la fachada. Dentro del salón hay mucho más neón; las paredes están plagadas de cientos de carteles de conciertos y fotos de los viejos buenos tiempos.

La mayoría de los días el club luce bastante vacío, y sólo un pequeño núcleo de clientes asiduos concurre los domingos y los martes por la tarde, para moverse al ritmo de la salsa o el danzón. Sin embargo, en un sábado reciente, se formó una fila en la calle horas antes de la apertura de las puertas, para una gran fiesta que celebraría el gran aniversario del salón. Las mujeres con vestidos ajustados y lentejuelas posaban para las fotos junto a hombres con trajes brillantes.

“Hay tanta historia aquí”, aseguró José de Jesús González de la Rosa, un abogado que lucía un holgado traje zoot de color zanahoria. Un reloj de cadena plateado colgaba de su bolsillo y su bigote lucía recortado como una línea fina por encima de sus labios. “Luchamos para no perder esta hermosa tradición”, aseguró.

Las bandas en vivo en el Salón Los Ángeles colman el sitio al ritmo de bachata, cumbia y salsa, entre otros géneros (Meghan Dhaliwal / para The Times).

Las bandas en vivo en el Salón Los Ángeles colman el sitio al ritmo de bachata, cumbia y salsa, entre otros géneros (Meghan Dhaliwal / para The Times).

(Meghan Dhaliwal / For The Times)

En el interior, Gloria Serrano Gonzáles fue de las primeras en salir a la pista. Los periodistas locales que se encontraban allí para documentar el aniversario del club la rodearon, con sus cámaras, atraídos por su sonrisa amplia, su afro blanco rizado y sus movimientos -tan ágiles que cualquiera podría cuestionar que esta mujer tenga, realmente, 76 años-.

Serrano visitó por primera vez el salón en 1996. “Encontré mi lugar”, pensó esa noche, impresionada no sólo por la música sino por la libertad con la cual las mujeres podían moverse en la pista.

Desde ese momento, Serrano, una exenfermera que vive a una hora y media del salón, ha vuelto al sitio una vez por semana -a veces cargando a sus niños-. Su amor por el Salón Los Ángeles superó a sus tres matrimonios. A su cuarto y actual esposo, José Carmen Castañeda, de 70 años, lo conoció aquí hace 20 años, cuando él la invitó a bailar. “Supe que él era especial porque no sentí lo mismo que al bailar con otros”, asegura ella.

El sábado, Serrano estuvo acompañada por su esposo y su hija, Rebeca Arroyo, de 38 años, quien visitó el club por primera vez a sus 12 años de edad y luego estudió jazz y ballet. Apenas una hora después de iniciada la fiesta, todos lucían empapados de sudor después de varios mambos.

La pista estaba repleta. La fiesta había convocado a varios políticos y actores reconocidos de México, así como a Roberta Jacobson, la embajadora estadounidense en ese país, quien celebró en el club el cumpleaños de su esposo.

Serrano y su hija se retiraron a su mesa para descansar, desplegando cada una abanicos de papel. El esposo de Serrano, en tanto, les sirvió jugo de piña; Arroyo lo mezcló con vodka mientras compartía con la concurrencia, que incluía tanto veteranos como un sorprendente número de jóvenes. Muchos documentaban la noche con sus celulares, pero también bailaban. Nieto caminaba por el lugar, perseguido por cámaras y luces.

Los músicos, todos vestidos con trajes de mangas anchas y voluminosas, comenzaron a tocar otra melodía, un éxito de las big bands. Serrano aún estaba agotada, pero su marido se inclinó hacia ella y le señaló la pista. “Vamos”, le dijo. “Bailemos”.

Si desea leer este artículo en inglés, haga clic aquí.

Traducción: Valeria Agis

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