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Este pueblo mexicano vive a los pies de un volcán, pero son los sismos lo que más atemoriza a sus residentes

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Ellos viven bajo un volcán, literalmente, pero sus temores no se centran en los últimos torrentes de humo, cenizas y piedras llameantes que emanan de “Don Goyo”, como se conoce al Popocatepetl en esta zona, con respeto, afecto, y -sorprendentemente- con poco pavor.

“Todos estamos acostumbrados a Don Goyo y sus emanaciones, sus fumarolas, sus furias”, aseguró Rosalina Rojas García, de 55 años, mientras hacía una pausa, una tarde reciente, caminando por la calle principal de San Antonio Alpanocán, a sólo 10 millas del volcán. “Hemos vivido con él toda la vida”.

En cambio, es otro aspecto de la vulnerabilidad geológica de México, los terremotos, lo que impulsa la ansiedad que prevalece actualmente en San Antonio y otras ciudades y aldeas que rodean el emblemático volcán.

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La atención de los medios y las iniciativas de rescate tras el poderoso terremoto de magnitud 7.1 que sacudió el centro de México el 19 de septiembre pasado se concentraron en la Ciudad de México, donde se registraron la mayoría de las 369 muertes del país. Pero el daño también fue generalizado en áreas rurales como San Antonio, una población de 3,000 habitantes, y otros asentamientos a lo largo de los exuberantes y boscosos flancos del Popocatepetl -“montaña humeante” en el idioma náhuatl azteca-.

Aunque nadie murió en esta zona, alrededor del 80% de los edificios en San Antonio quedaron destruidos o sufrieron daños extensos y deberán reconstruirse, afirman funcionarios y expertos. Grupos de voluntarios de la cercana ciudad de Puebla y otros lugares se apresuraron a proporcionar ayuda en medio de lo que muchos residentes llaman una respuesta irregular del gobierno, una queja común en las zonas rurales azotadas por el sismo.

“Popo”, un diminutivo omnipresente para el volcán de casi 18,000 pies, se encuentra a menos de 100 millas del epicentro del temblor ocurrido el 19 de septiembre. Las secuelas del terremoto generaron un aumento en la actividad volcánica, incluyendo columnas de humo, vapor y cenizas, pero las autoridades calificaron estas descargas como normales y no las consideraron un motivo de alarma o evacuación.

Aún así, Popocatepetl es considerado una de las amenazas más letales de la naturaleza. Alrededor de 25 millones de personas viven en sus alrededores, principalmente en la Ciudad de México, 40 millas al noroeste. Popo, la segunda montaña más alta de México, estuvo en reposo por más de medio siglo hasta que comenzó a revivir nuevamente en 1994.

Popocatepetl y su gemela relativamente dormida, Iztaccihuatl (a veces llamada la mujer dormida, porque su cúspide escarpada semeja una mujer reclinada) dominan el paisaje regional. Ambos están intrincadamente entrelazados con la cosmovisión preeuropea del altiplano central de México, donde los volcanes eran considerados tanto deidades como seres vivos. En una versión de la mitología indígena, Popocatepetl, un poderoso guerrero masculino, e Iztaccihuatl, una princesa, fueron una desafortunada pareja que se transformó después de morir en monumentos imponentes; el fuego volcánico simboliza la eterna pasión de su trágico romance.

Las coloridas imágenes de la legendaria pareja poderosa azteca siguen siendo populares en México y en las comunidades mexicoamericanas en los Estados Unidos, donde los calendarios comerciales los muestran a ambos en gasolineras, panaderías y otros establecimientos. El Popocatepetl adornado con plumas es representado a menudo con el cadáver del Iztaccihutal, de piel clara (“mujer blanca” en náhuatl), de quien se dice que murió de tristeza o se suicidó después de haber sido mal informada de la muerte de su amado en la batalla.

Según los científicos, las erupciones del Popocatepetl antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI probablemente causaron evacuaciones masivas de pueblos y centros ceremoniales. No se ha registrado ningún evento catastrófico desde la conquista, más allá de evacuaciones ocasionales.

Hoy, las autoridades mexicanas miden de cerca su actividad volcánica y las sacudidas sísmicas. Cámaras web se enfocan en el cráter y ocasionalmente generan sensacionales videos en internet de explosiones volcánicas. Letreros a lo largo de las carreteras apuntan a las rutas de evacuación de emergencia.

A principios de este mes, el centro nacional de desastres de México registró una serie de erupciones menores durante las 24 horas anteriores en Popocatepetl, incluyendo unas 200 “exhalaciones de baja intensidad” de agua y gas, tres explosiones, tres terremotos volcánicos relativamente pequeños y una ligera caída de cenizas en dos ciudades. Las autoridades retuvieron el nivel de advertencia en la Fase Amarilla 2, lo cual significa que los residentes del área deben estar alertas pero no hay peligro inminente.

“Si algo sucede con el volcán, sabemos que tendremos una advertencia”, afirmó Florencia Pérez Valdez, de 49 años, quien se encontraba en un reciente domingo en el exterior de la iglesia colonial de San Francisco de Asís, cercada después del extenso daño que sufrió el edificio en el terremoto del 19 de septiembre. “Pero no hay advertencia con los sismos. Sólo el terrible temblor”.

Las lágrimas brotaron en los ojos de Pérez mientras miraba la iglesia maltratada, que las autoridades esperan reconstruir. La campana de hierro fundido, de 1781, ahora colgaba de un árbol; el campanario de la iglesia se derrumbó en el terremoto. “Hemos tenido muchos eventos importantes aquí en la iglesia: bautizos, funerales, matrimonios”, detalló Valdez, residente de toda la vida de esta ciudad. “Es muy triste verla en una situación tan lamentable”.

En la tarde del 19 de septiembre, cuando el temblor sacudió la ciudad, alrededor de 400 estudiantes huyeron de los muros y la mampostería quebradizos en la escuela primaria Ignacio Zaragoza. “Realmente, es un milagro que nadie haya muerto aquí”, afirmó Claudio España, de 44 años, quien vive frente al lugar.

Su hijo de 6 años, Juan, sufrió una lesión en la cabeza por la caída de escombros en la escuela, pero se ha recuperado bien. Al igual que otros en la zona, España cultiva frijoles, maíz y aguacates, mientras mantiene el ganado y los pollos, y complementa sus ingresos mediante la venta de cestas artesanales tejidas y macetas producidas en la zona.

Los fondos enviados por hijos e hijas que han emigrado a los Estados Unidos también ayudan a mantener a muchas familias aquí. Entre las estructuras dañadas en San Antonio hay varias grandes casas en las laderas, aún sin terminar, financiadas con dólares de emigrantes.

“El terremoto se sintió como una bomba”, dijo España, parado frente a su derrumbada casa de adobe, mientras varios de sus vecinos pasaban a caballo. “Nunca antes habíamos sentido algo así”.

Semanas más tarde, el sitio de la escuela primaria destruida lucía como congelado en el momento del terremoto y una pizarra mostraba la fecha: 19 de septiembre de 2017, con posibles lecciones para el día. Mochilas cubiertas de polvo, cuadernos, lápices y otros restos de días escolares estaban dispersos por las aulas con puertas colapsadas y paredes agrietadas.

“El terremoto fue aterrador, no como Don Goyo”, aseguró Osvaldo Pérez Acosta, de 52 años, de pie en la base de tierra nivelada -con los escombros ya despejados- que una vez albergó su papelería. “Respetamos a Don Goyo. Le hacemos ofrendas. No le tememos al volcán. Es parte de nosotros. El terremoto, eso es otra cosa”.

De hecho, los habitantes aquí y en otras partes de la zona todavía ponen flores y comida en los flancos del coloso gruñón que reside en medio de ellos; las bandas tocan melodías como un intento de aplacar al volcán.

En la tradición local, Don Goyo -apodo de Don Gregorio- es una figura anciana que encarna el espíritu esencialmente benevolente del Popocatepetl. Según la leyenda, Don Goyo camina penosamente desde la caldera para aconsejar a los ciudadanos que se alejen del peligro cuando es necesario.

Pero nadie ha visto a Don Goyo últimamente. Y es la tierra inestable de abajo -no el gigante ardiente de arriba- lo que genera inquietud en estos días entre las personas que viven a los pies del volcán.

Traducción: Valeria Agis

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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