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En la Iglesia no hay lugar para los gays, dice la comunidad LGBT

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Cuando Adriana García Sánchez cambió el hábito religioso por un anillo de bodas marcó la historia de Ciudad Juárez. Y es que Ady, como suelen llamarle de cariño, dejó el camino de la fe por el amor de otra mujer.

El 9 de junio de 2014, Adriana y su novia Ivonne, se convirtieron en la primera pareja lésbica en contraer oficialmente matrimonio en la ciudad fronteriza de Juárez, una acto alabado por algunos pero criticado por miles más, entre ellos, los seguidores de la fe que durante años Adriana ayudó a propagar.

“Mientras no expreses tu inclinación sexual eres bienvenida en la iglesia, pero la luna de miel se acaba cuando confiesas abiertamente tu amor por otra persona del mismo sexo”, detalla Adriana de 45 años, hoy secretaria contable, antes miembro de las Misioneras de la Pastoral Diocesana.

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El sentimiento de exclusión no es injustificado. Durante los cinco días de gira por México, el papa Francisco no hizo alusión alguna al tema y guardó silencio, pese a las expectativas de la comunidad LGBT que esperaba un mensaje de aliento como aquel, ya histórico:”¿Quién soy yo para juzgar a nadie?” con el que rompió moldes en la Iglesia Católica.

Ese mensaje de Francisco, en el que hace un llamado para contemplar a los homosexuales con una mirada renovada y positiva, ha sido “mal interpretado”, dice el sacerdote José Alberto Medel, quien estuvo a cargo de la transmisión en vivo de la visita papal a Ciudad Juárez,

“Si un homosexual dice quiero encontrarme con Dios, quiero volver con Dios, como dijo el Papa, quien soy yo para no creerle, para juzgarlo. Mi deber como pastor no es juzgar, pero desde la moral cristiana tanto las relaciones prematrimoniales como el acto homosexual, son pecados por igual, ambos tienen la misma gravedad y son igual de reprobables”, dijo Medel.

Durante una pausa en la transmisión televisiva que hacía desde la frontera de México y Estados Unidos, donde el Papa celebró la misa el pasado miércoles 17 de febrero, Medel aclaró que la iglesia no desprecia, ni ofende, ni excluye a las personas homosexuales, sin embargo, no está, ni estará jamás de acuerdo con las uniones entre las personas del mismo sexo.

A la misa del Papa en Juárez acudieron más de 260 mil asistentes y se oró por los pobres, los minusválidos, los migrantes y las mujeres, pero reino el silencio hacia la discriminación y el rechazo que encaran los miembros de la comunidad gay.

“Cómo vamos a ir a un lugar donde no somos aceptados”, imputa García Sánchez.

Ciudad Juárez se encuentra entre las 10 regiones de México con la población más elevada de miembros de la comunidad Lésbico Gay Bisexual y Transexual (LGTB).

Tan solo entre 2009 y 2010, apunta el Centro Humanístico de Estudios Relacionados a la Orientación Sexual Cheros A.C., con base en Ciudad Juárez, un 16 por ciento de la población juvenil en Chihuahua dijo ser gay.

La encuesta, aclara el reporte, no incluye a los adultos, por lo que los resultados podrían ser más altos.

Actualmente en Chihuahua existen 333 parejas homosexuales que se han amparado ante la justicia federal para unirse oficialmente en matrimonio.

“La realidad es que las parejas gays no podemos ni soñar con un enlace religioso”, expresa Eduardo Piñón de 33 años.

Piñón y su ahora esposo Julio Salazar, se convirtieron en la primer pareja de hombres que contrajo oficialmente matrimonio en Ciudad Juárez.

Justo después de la boda de Eduardo y Julio, en febrero de 2014, el portavoz de la Diócesis de Ciudad Juárez declaró a los medios que no casaría a las parejas del mismo sexo, aun cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación autorizó este tipo de contratos nupciales.

“Es irónico” dice Piñón, “mi padre fue desde temprano a trabajar como voluntario para acomodar sillas y ayudar a la gente [en el escenario donde estaría el Papa] y yo siento que allí no hay una silla para mi” expresa.

Piñón platica que aunque su esposo es un creyente ferviente de la religión católica, nunca han conversado sobre realizar una unión religiosa, incluso simbólica.

“Nos sentimos como ciudadanos de segunda clase, de hecho, ni siquiera podemos hablar de una unión religiosa”, explica.

Piñón y Salazar se conocieron a través de Facebook. Eduardo trabaja con sistemas de computo y Julio es enfermero. Después de vivir juntos por cinco años decidieron contraer matrimonio en un momento donde las relaciones entre pareja del mismo sexo estaban prohibidas en el estado.

“Tardamos más de un año en lograrlo. Cuando llegó la aprobación casi lloraba de alegría”, platica Eduardo mientras acariciaba con cariño la mano de su pareja.

Pero Julio tiene fe en los vientos de cambio de la Iglesia Católica y afirma que en un futuro, matrimonios como el suyo podrán aspirar a un enlace religioso.

“Antes todos veían el matrimonio gay como algo imposible y hemos ido picando piedra hasta lograrlo, creo que así será con la Iglesia”, dice Julio con ánimo pese a rostro cansado.

Julio fue parte del cuerpo de enfermeros que trabajó jornadas de más de 16 horas en el hospital para atender las emergencias médicas suscitadas durante la visita del papa Francisco a esa ciudad fronteriza.

“Pero en la iglesia no hay espacio para lesbianas, ni para gays. Buscamos aceptación, buscamos servir y que nos acepten, pero me di cuenta que eso nunca pasará, en cuanto expresas tu preferencia serás rechazado”, dice tajante Adriana García, los años que vistió el hábito de Misioneras de la Pastoral Diocesana, explica, fueron suficientes para alejarla del positivismo y la esperanza de aceptación que muchos en la comunidad gay aún guardan.

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