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Adolescentes centroamericanos buscan refugio contra la violencia

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Adolescentes centroamericanos que huyen de la violencia provocada por los maras se asilan en la Ciudad de México, donde esperan conseguir el estatus de refugiados.

Uno de esos caso es el de Wilmer, de Honduras, quien escapó a los 10 años debido a que era obligado a trasladar droga para la pandilla local.

“Estuve trasladando droga durante tres meses y no tenía salario ni comida, y además me maltrataban. Me dijeron que si no seguía me iban a matar con toda mi familia”

— Wilmer, inmigrante de Honduras.

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“Me vine porque me amenazaban. Estuve trasladando droga durante tres meses y no tenía salario ni comida, y además me maltrataban. Me dijeron que si no seguía me iban a matar con toda mi familia”, narró durante la Jornada Migrante del Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC).

Después de presenciar el asesinato de dos amigos suyos, caminó desde Honduras hasta Tapachula, Chiapas, donde inició el proceso de solicitud de refugio desde hace siete años.

De 17 años de edad, espera unirse a la Marina para servir a México, de donde ya se siente ciudadano.

Brayan, quien se identifica como parte de la comunidad Lésbico, Gay, Bisexual, Transgénero, Transexual y Travesti (LGBTTTI), vino a México para vivir en una sociedad libre de homofobia.

Aseguró que, en Honduras, las pandillas obligan a los jóvenes homosexuales a prostituirse.

“Yo trabajaba y estudiaba, tenía una vida muy bonita. Pero cuando los maras me vieron, querían que trabajara para ellos y dije que no”, contó.

Aunque al principio se defendió, el líder de la pandilla le dio un plazo de dos días para unirse, tiempo en que decidió escapar rumbo a México.

Aunque en su tránsito sufrió tres intentos de abuso sexual, elogió el trato que le han dado los mexicanos.

“Vine a México porque no hay tanta homofobia y la verdad me han tratado muy bien. Pero, si regreso, me van a matar”.

Enoc, salvadoreño de 17 años, vivió una historia similar a la de todos: se resistió a entrar a una pandilla y fue amenazado de muerte.

“La violencia en El Salvador es muy fuerte. No puedes meterte a otra colonia porque creen que uno es halcón y lo desaparecen, se lo dan a los perros, los pican”, describió.

“Fue en el momento que asesinaron a mi mejor amigo y lo vi en el ataúd, que decido salir de mi país”.

En México, pasó dos meses retenido en la estación migratoria de Iztapalapa, pero ahora atraviesa en libertad su proceso de solicitud de refugio.

Aquí aspira a seguir estudiando y hacer la carrera de Arquitectura; asegura que quiere contribuir al País que lo ha protegido.

Aunque en su tránsito por México han enfrentado intentos de abuso sexual, robos y detención, confían en recibir educación y trabajo para salir adelante.

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