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Colombiano Evelio Rosero indaga “gestación del mal” en novela “Toño Ciruelo”

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El escritor colombiano Evelio Roserio recorre con su última novela, “Toño Ciruelo”, los caminos que le llevan a indagar sobre la “gestación del mal”, de la mano de un personaje que le atormentó hasta que puso el punto final a la narración.

“Desde hace muchos años me interesaba, como interesa a todos los escritores, los asesinos, el mal, su gestación”, afirma el autor (Bogotá, 1958) en una entrevista con Efe durante su participación en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.

Así nació Toño Ciruelo, personaje con cuyo nombre se topó en su etapa de escritura de cuentos infantiles y que, treinta años más tarde, recupera para bautizar a un asesino en serie que surge a semejanza de todos los que “asolaron Colombia, Ecuador, Perú, en las décadas de los 60 a los 80”.

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Una encarnación del mal puro, con tintes de personaje de terror, en el que han cabido resonancias de criminales que van desde Luis Alfredo Garavito -quien asesinó a decenas de niños- hasta Jack el Destripador.

“Me alimento del asesino como ente universal en la historia (...) el asesino es uno en la historia del ser humano, es el que alienta la crueldad, la maldad, es ese otro lado, la parte oscura del corazón del hombre”, reflexiona el ganador del Premio Tusquets de Novela por “Los Ejércitos”.

La narración comienza cuando un escritor llamado Eri Salgado recibe en su casa la visita de Toño Ciruelo, un amigo de la infancia al que no veía desde hacía años y le confiesa que ha cometido un asesinato.

Sumergirse en los recuerdos de Eri -con los que se ve cómo Ciruelo siempre ha desprendido un enorme poder para manipular a la gente- le llevó a momentos de una “cierta depresión creativa por la misma sombra y la misma presencia fría del personaje que estaba creando”.

“A veces me preguntaba por qué tenía que estar indagando sobre un asesino en serie, me parecía que era un inútil y además no me estaba compensando”, asevera.

Aunque logró superar estos pensamientos, Ciruelo se convirtió “en una obsesión”, hasta que acabó la novela y no volvió a tener “esa pesadilla, ese fantasma del personaje”.

Con la lectura de la novela, comenta Rosero, puede que algunos lectores acaben haciendo una reflexión espontánea -lo que corresponde a un autor que trabaja “intuitivamente” sus textos- “sobre el mal, sus diversas manifestaciones humanas o colectivas, en un país acostumbrado precisamente a que el mal siempre tenga la victoria”.

La impunidad es “la tremenda desazón de la novela, no solo del asesino, sino de todo el ente cultural, social que lo rodea”, agrega el autor.

En su escritura, el colombiano se permite ciertas licencias, como la eliminación del signo de exclamación de apertura; uno de sus “caprichos” que -dice- le ayudan en su “propósito estilístico”: “Ojalá pudiera escribir inventándome toda una puntuación especial, pero creo que eso ya es muy difícil lograrlo”.

Normalmente, alrededor de los seis meses de terminar una novela Rosero empieza a maquinar otra en su cabeza, a “tener visiones” sobre ella. Sin embargo, “Toño Ciruelo” la acabó hace un año y todavía no le ha venido la inspiración.

“En este caso, sentí que después me quedé completamente vacío, es algo muy peculiar, algo muy especial para mí mismo”, asegura.

Él, quien dice no “servir mucho” para lo que gira alrededor de la publicación de una novela -promoción, conversaciones con los editores, etc.-, está ahora mismo “a la espera” de que algo pueda brotar, con el deseo de que sea “muy distinto” a su último trabajo.

“Ojalá una comedia, un libro donde me pueda reír de mí mismo, de los demás, y no tenga que hablar del dolor ni de un país avasallado por la impunidad”, concluye con cierta resignación.

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