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Incertidumbre reina en rescates tras fuerte sismo que golpeó capital mexicana

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Gritos pidiendo silencio, el ruido de las sirenas y oleadas de polvareda se entremezclan en las calles de la Ciudad de México, donde la incertidumbre reina en los numerosos rescates desencadenados tras el fuerte terremoto de magnitud 7,1 en la escala de Richter que ya ha dejado 30 muertos en la capital.

Felipe, vigilante de seguridad privada, estaba en la planta baja del edificio en el que trabaja cuando a las 13,14 hora local (18.14 GMT) el suelo empezó a temblar.

Cuando salió a la calle, una vecina le echó hacia atrás: “No puede estar ahí”, le dijo. A unos metros, en la esquina de la calle Amsterdam con Laredo, un bloque de viviendas empezaba a colapsar.

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Unos técnicos que trabajaban en el lugar, la céntrica colonia Condesa, arreglando el alumbrado público fueron los primeros en llegar.

Con el paso de los minutos, el lugar se convirtió en una marea de gente en la que todos se hacían la misma pregunta: ¿cuántas personas quedaron atrapadas?.

Entre los escombros, relata a Efe Felipe, quedó una mujer pidiendo auxilio. Gracias a la maquinaria que se emplea para subir hasta los cabezales de las farolas, se le pudo salvar.

En el momento del rescate, las cifras son inciertas. Se escucha que son cinco las personas que han quedado atrapadas; otras versiones señalan que son diez o más.

Los rescatistas, encima de lo que ha quedado de edificio, piden silencio entre el caos de voces para que se puedan escuchar las instrucciones: han localizado a dos personas y el tiempo es valioso.

Demandan cubos para ir retirando los escombros; los voluntarios recorren rápidamente los locales y portales de la calle y en poco tiempo, cubetas y recipientes de todos los colores comienzan a llegar.

Frente al edificio derruido, de cinco pisos de altura, Claudia se mueve nerviosa. Tiembla cuando explica que dos amigos viven allí y no sabe qué ha sido de ellos.

“Este edificio ya estaba viejito”, lamenta la capitalina, quien en vano busca respuestas a sus preguntas entre el personal de los servicios de emergencia.

Formando largas hileras, los voluntarios se pasan los escombros para limpiar la zona poco a poco; hay piedras, trozos de madera y de mobiliario, hojas de diapositivas, volúmenes de enciclopedias.

Alfonso y Alma estaban en su casa en el momento del derrumbe. “No se podía ver nada”, evoca ella.

Tanto Alma como su marido tienen muy presente el terremoto de 1985, que dejó miles de muertos en la capital y del que justo hoy se cumplen 32 años. Entonces, explica, el edificio del lado opuesto de la calle se cayó.

Cuando hay incidentes como este “tardas semanas en recuperarte”, apunta Alma, mientras que Alfonso recuerda también el susto del pasado 7 de septiembre, cuando otro terremoto, de magnitud 8,2, sacudió la capital.

Los voluntarios intentan, sin éxito, que las personas que han acudido al lugar y no estén ayudando desalojen la zona. Otros hacen diferentes peticiones mientras se abren paso entre el gentío: “Los que puedan ayuden a traer el agua, en la casa verde”, “Se necesita ayuda en Nuevo León, aquí ya somos muchos”.

Con una cinta roja, en una calle aledaña, unos hombres cortan el acceso: un edificio está a punto de derrumbarse.

No hace falta alejarse más que unos metros para ver que las escenas de los rescates se repiten. Condesa y la Roma son de las zonas más golpeadas en la capital tras el sismo, que ya suma 119 víctimas mortales en varios estados del país.

En las calles se repiten las mismas imágenes de gente abrazándose, llamadas telefónicas tranquilizando a familiares, unidades de emergencia pidiendo paso. Quedan muchas horas por delante.

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