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Inmigrante encontró en la educación su ‘arma’ para luchar y ayudar a la comunidad

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La voz suave de Irella Pérez es enfática cuando habla de la educación. Mueve las manos para ilustrar sus ideas como si de una clase se tratara. Esta inmigrante, oriunda de Nicaragua, a pesar de haber vivido en la comodidad, aprendió a ver los golpes de la vida como oportunidades.

Con una maleta y pocas pertenencias llegó a Estados Unidos, en 1986. En su país de origen, su padre fue gerente de un banco y su madre una secretaria ejecutiva. En medio de la revolución sandinista abandonaron su patria por lo que considera fue una persecución política.

“Era un caso de vida o muerte, nosotros no teníamos opción”, manifestó la doctora en Educación, graduada en el 2005 de la Universidad del Sur de California (USC), quien al llegar a Los Ángeles con apenas 15 años de edad vivió en un apartamento ‘single’, acomodado con tan solo dos colchones.

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En ese pequeño espacio, compartido por cuatro miembros de su familia, comenzaron a reconstruir sus sueños. Su padre encontró empleo lavando platos, su madre en una fábrica; sin embargo, ellos vieron que sus hijos podían hacer la diferencia si se enfocaban en los estudios.

“La realidad es tan dura que la educación se pospone, [pero] es el peor error”, aseguró Pérez, al recordar que casi al establecerse en el Sur de California comenzó a trabajar en un restaurante de comida rápida y, en algún momento, llegó a tener hasta tres empleos a tiempo parcial.

Su maestría universitaria la obtuvo en 1998, año en el que comenzó a enseñar en escuelas públicas. Con una vida estable y cuatro hijos, de un día para otro su castillo se le derrumbó. Su esposo la abandonó. Al poco tiempo se le complicó pagar su casa y le llegó un aviso de desalojo.

“Parecía que todas las puertas se cerraban”, manifestó. En ese momento, el mayor de sus hijos tenía cinco años. Con las limitaciones, no siempre tenía para comer, pero encontró en las bibliotecas públicas un lugar para visitar con sus pequeños y, a veces, hasta galletas les daban.

Con la ayuda de sus padres, procuró proteger su salud mental. Asimismo, se dio cuenta que no era la única madre soltera.

La formación académica y el espíritu de lucha llevaron a Pérez, de 45 años de edad, a otro nivel. En el 2011 fue electa miembro de la junta escolar de Whittier y en el 2015 fue nombrada superintendente del distrito escolar de El Monte, puestos que a la fecha desempeña.

Después de pasar por el Colegio Comunitario de Pasadena, Irella recuerda que todavía no dominaba bien el inglés. “Me pasé un buen tiempo, porque me costó”, señala sin tapujos sobre su estancia en la Universidad Estatal de California en Long Beach, en donde obtuvo su licenciatura en 1995.

“El que quiere puede, si te enfocas”, advierte.

Cuando alguien le habla a Pérez de barreras, ella les cuenta por donde ha pasado, lo que le ha servido para ayudar a la comunidad. A los padres de familia aconseja que tracen metas educativas para los hijos, aunque sean poco realistas para los demás.

“Mi madre me dijo: ‘Tu vas a ir a USC’. Mire donde agarré mi doctorado décadas después”, rememoró, por eso sugiere también que se conecte a los niños con la lectura, el aprendizaje de uno o dos idiomas y la búsqueda de programas educativos que ofrecen las ciudades.

“No puedes estar tocando en la guitarrita la canción de ‘pobrecita yo’, no te va a servir de nada”, indica la educadora en relación a las dificultades que se tienen que enfrentar, pero que en ocasiones no se hace nada por buscar ayuda.

Con el paso del tiempo, Pérez se apropió del mensaje de sus padres y ahora es lo que transmite a la gente que la rodea, cada vez que tiene oportunidad. “La vida da vueltas y tienes que estar preparado, no te puedes rendir, tienes que salir adelante”, afirmó.

“En el camino hay piedras, pero cámbiate los lentes; acepta tu valor y quien eres, mira donde tienes los pies”, reflexiona la oriunda de Managua. “Creo en el poder de la educación, yo sabía que esa iba a ser mi arma”, concluyó la académica.

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